Los anillos de poder. Tolkien parece, Tolkien no es - Alfa y Omega

Los anillos de poder. Tolkien parece, Tolkien no es

Isidro Catela
El elfo Finrod en las tierras imperecederas de Valinor. Foto: Amazon Studios.

Con toda la trompetería propagandística que cabía esperar en el gigante Amazon, nos han llegado los esperados primeros capítulos de Los Anillos de Poder. Han venido acompañados de un cierto histrionismo woke y en algunos medios han puesto el acento en lo que no es esencial, para que discutamos acerca de la supuesta misoginia de Tolkien y de cómo ahora habría que solucionarlo en el relato a fuerza de empoderamiento femenino. No han faltado tampoco reacciones furibundas de guardianes de las esencias tolkienianas que usan el troleo en las redes como arma de una mal entendida batalla cultural. En unas y otras hay un reconocimiento implícito y diferente a la grandeza del autor de El Señor de los Anillos, porque es cierto que hay, sin exagerar un ápice y sin que la pasión me pueda, una ficción antes y después de la Tierra Media.

Para evitar el esperpento y la frustración conviene tener claro que, aunque lo parece, lo que vemos en la serie más cara de la historia no es Tolkien; que hay ausencias notables y licencias narrativas múltiples que, si bien a mi juicio no destrozan los originales, todo hubiera estado más en su lugar si al menos la serie se hubiera presentado como inspirada en más que basada en las obras del genio británico.

Me gusta el camino que la serie toma, con la Belleza como acceso al Bien y a la Verdad. Me gusta la factura técnica y la propuesta de una fantasía visual de muchos quilates. Me gusta que, por el momento, se pueda ver sin tener que pagar los peajes de una violencia tremendista a lo Juego de Tronos. Pero, a pesar de esas reconocidas virtudes, en conjunto y hasta ahora, la serie me deja un poco frío. No hay duende, que dirían por el sur. Falta el sabor, el olor, las trazas de un Tolkien, esta vez más diluido que deconstruido. Algo así como esas tortillas de patatas, reconocibles por fuera como tales, que te venden en los supermercados, bien envasadas, en frío, con etiquetas que te aseguran que se han hecho con huevos camperos y que tienen, sin embargo, un conseguido sabor a nada.