Los 33 Doctores de la Iglesia a los que se unirán san Juan de Ávila y santa Hildegarda. Dios guía a su Iglesia - Alfa y Omega

Los 33 Doctores de la Iglesia a los que se unirán san Juan de Ávila y santa Hildegarda. Dios guía a su Iglesia

«¿Quién de vosotros es sabio y experto? Que muestre sus obras como fruto de la buena conducta, con la delicadeza propia de la sabiduría. Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera. El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz». Estas palabras de la Carta de Santiago describen a la perfección qué es un Doctor de la Iglesia. Con san Juan de Ávila y santa Hildegarda de Bingen, la Iglesia habrá reconocido a 35 Doctores. Conocerlos es recorrer la historia de la Iglesia, no exenta de divisiones y crisis. Sus vidas, tan variadas; sus obras y sus palabras, imbuidas de la sabiduría de la Cruz, son prueba de que la Providencia siempre guía a la Iglesia y da respuesta a sus necesidades

María Martínez López
Escultura de San Juan de Ávila, en Montilla, Córdoba. Foto: Álvaro Carmona.

Con información de: Catequesis de Benedicto XVI sobre los santos, y Los santos padres, de Jesús Álvarez Maestro, OAR (ed. Edibesa)

San Atanasio de Alejandría

c. 296-373. Obispo de Alejandría

Gran defensor de la divinidad de Cristo contra las herejías arriana y semiarriana. Ya antes de ser obispo, escribió su obra más importante, Sobre la encarnación del Verbo, y acompañó al Concilio de Nicea (325) a su obispo, a quien sucedió tres años más tarde. Fue desterrado hasta en cinco ocasiones, pues los emperadores adoptaron el arrianismo por intereses políticos. Amigo de san Antonio abad, escribió una biografía sobre él que contribuyó a la difusión del monaquismo.

San Hilario de Poitiers

c. 300-367. Obispo de Poitiers

Fue el teólogo latino más respetado de su tiempo, y considerado el Atanasio de Occidente por su lucha contra el arrianismo. Tuvo que defender la divinidad de Cristo incluso ante gran parte de los obispos de Occidente, que se habían dejado influir por esta herejía. El Sínodo de Beziers lo condenó y consiguió que el emperador lo desterrara. Pero él perseveró, y finalmente incorporó a los obispos de toda Galia a la fe de Nicea. Fue amigo de san Martín de Tours, y autor de la obra Sobre la Trinidad contra los arrianos.

San Efrén de Siria

306-373. Diácono y exégeta

Fue diácono colaborador del obispo de Nisibe y, los diez últimos años de su vida, tras la entrega de Nisibe a los persas, en 363, también del obispo de Edesa. Ejercía, de algún modo, de responsable de la formación cristiana en las Iglesias de Nisibe y Edesa. Su obra es, sobre todo, poética, cuyo marco es la liturgia: se le llamó Cítara del Espíritu Santo. Ante la encarnación del Verbo, decía: O el silencio que adora, o la alabanza que canta. Murió al contagiarse de peste mientras atendía a los enfermos durante una epidemia.

San Cirilo de Jerusalén

315-386. Obispo de Jerusalén

Aunque ordenado obispo por un obispo filo-arriano, pronto se manifestó como opuesto al arrianismo. Fue condenado tres veces al exilio: por un Sínodo de Jerusalén, por el obispo Acacio y por el emperador Valente. Participó de forma destacada en el II Concilio ecuménico, el I de Constantinopla (381). Se conoce su doctrina, sobre todo, por las catequesis que dirigía a los catecúmenos y neófitos en la basílica del Santo Sepulcro. En ellas, recoge también argumentos contra los paganos, judeocristianos y maniqueos.

San Basilio Magno

c. 329-379. Obispo de Cesarea (Capadocia)

Nieto de un mártir, tuvo dos hermanos santos y fue amigo de san Gregorio Nacianceno, con el que fue misionero itinerante. Destacó como organizador, tanto de la vida monástica -creó comunidades que combinaban contemplación y vida activa, y sus escritos inspiraron a otros fundadores- como de la caridad -creó hospitales y hospicios para pobres-. Sus escritos dan fe de que en su época ya existía culto a la Eucaristía -reserva y comunión diaria- y la confesión auricular con un sacerdote.

San Gregorio Nacianceno

c. 329-390. Obispo de Constantinopla

Nace en Nacianzo (Capadocia), donde su padre, tras convertirse, fue obispo. Llamado El teólogo, se resistió a la ordenación como presbítero por miedo a que el apostolado le impidiera seguir su vocación monástica. Acudió a Constantinopla para asistir a los fieles ortodoxos, en minoría frente a los arrianos. Sus discursos pusieron la base para la solución del I Concilio de Constantinopla (381), cuya presidencia asumió al ser elegido obispo de esta sede. Halló tanta resistencia que acabó dimitiendo.

San Ambrosio

c. 340-397. Obispo de Milán

Llegó a Milán como magistrado del Imperio. Su afán por reconciliar a arrianos y ortodoxos hizo que fuera elegido obispo por aclamación popular, a pesar de no estar bautizado -aunque siempre había sido creyente-. Entregó sus riquezas a la Iglesia, instruyó al emperador Graciano en la causa antiarriana, y también se preocupó por los problemas espirituales y de organización de la Iglesia. Introdujo en Occidente la teología y espiritualidad orientales y animó la vida monástica. Influyó mucho en la conversión de san Agustín.

San Jerónimo

c. 343-420. Padre de las ciencias bíblicas y traductor de la Biblia al latín

Nacido en la actual Croacia, estudió en Roma y Antioquía y, luego, se retiró al desierto de Siria, donde estudió hebreo y griego y se dedicó a la contemplación y la ascesis. Promovió la fundación de varios monasterios en Palestina y él mismo terminó instalándose definitivamente en uno, en Belén. Allí tradujo al latín, de las lenguas orientales, toda la Biblia -la Vulgata-, además de textos de otros autores. Escribió también textos exegéticos. Afirmaba que «ignorar la Escritura es ignorar a Cristo».

San Juan Crisóstomo

c. 347-407. Obispo de Constantinopla, Patrono de los predicadores y del Concilio Vaticano II

Nacido en Antioquía de Siria, una ciudad que en su época tenía tres obispos: católico, arriano y nestoriano. Se dedicó a la vida eremítica, pero terminó abandonándola por problemas de salud, y entonces fue ordenado presbítero. Fue elegido para la sede de Constantinopla, donde buscó la reforma de la vida eclesial y social. Así se ganó enemigos poderosos. Fue condenado dos veces al exilio, y murió de camino a su destino. Definió la familia como pequeña Iglesia. Apodado Boca de oro por su gran elocuencia.

San Agustín

354-430. Obispo de Hipona. Su título es Doctor de la Gracia

Después de seguir la filosofía maniquea, acabó convirtiéndose al cristianismo. Defendió la validez de los sacramentos, incluso si han sido celebrados por ministros indignos, frente a los donatistas, y también se enfrentó a los pelagianos, afirmando la existencia del pecado original. Destacó también por su incansable compromiso pastoral: predicaba varias veces a la semana, ayudaba a los pobres y se preocupó por la formación del clero y la organización de los monasterios.

San Cirilo de Alejandría

c. 376-444. Patriarca de Alejandría

Destacó por su contribución a la cristología y a la mariología y por su esfuerzo en restaurar la comunión entre los distintos Patriarcados orientales, rota por la persecución a san Juan Cristóstomo. Aunque lo logró, la brecha volvió a surgir por la herejía de Nestorio, Patriarca de Constantinopla, que afirmaba que la naturaleza humana y divina de Jesús estaban totalmente separadas y negaba la maternidad divina de María. San Cirilo buscó la reconciliación y defendió la ortodoxia en el Concilio de Éfeso (431).

San Pedro Crisólogo

400-450. Arzobispo de Rávena

Fue formado y recibió el diaconado de manos de Cornelio, obispo de Imola. Al ser elegido obispo de Rávena, ciudad donde residía el emperador de Occidente, tuvo que ponerse al frente de una diócesis donde aún había bastante paganismo y abundaban los abusos entre los fieles, que combatió con gran celo pastoral. Los sermones que se conservan de él son cortos, de estilo popular y muy expresivos -a veces, la emoción le impedía seguir hablando-. Le valieron el apodo de Crisólogo: Palabra de oro.

San León Magno

c. 400-461. Papa

Fue elegido Papa siendo diácono de Roma. El Concilio de Calcedonia (451) aceptó su doctrina sobre la doble naturaleza de Cristo, que rebatía el nestorianismo y el monofisismo. También combatió el maniqueísmo y el pelagianismo. En un tiempo en que la división del Imperio lo había debilitado y generó gran división, san León impulsó el primado del Papa y consolidó la influencia de la Iglesia. Restauró la liturgia, reformó la vida monástica y del clero, y utilizó la diplomacia para tratar con los invasores bárbaros.

San Gregorio Magno

c. 540-604. Papa

Era Prefecto de Roma, lo vendió todo y se hizo monje. Representó a Roma en el Patriarcado de Constantinopla, donde conoció el canto llamado luego gregoriano, que extendió a toda la Iglesia. Con fortaleza y caridad hizo frente a la situación de Italia, diezmada por la peste y el hambre y amenazada territorialmente. Respetó los derechos de los grandes Patriarcados sin renunciar a la primacía de Roma. Fue el primer Papa en llamarse Siervo de los siervos de Dios. Sus escritos fueron referencia para los obispos medievales.

San Isidoro de Sevilla

560-636. Arzobispo de Sevilla

Hijo de una familia muy cristiana, tuvo tres hermanos santos, y sucedió a uno de ellos, san Leandro, como arzobispo de Sevilla. Vivió el drama de un país dividido por la herejía arriana, y se interesó por promover la unidad tras la conversión de los reyes visigodos. Destacó por su sabiduría y su caridad con los pobres. Le interesaba la conservación del conocimiento antiguo. Hasta el Concilio de Trento, los sacerdotes estudiaron sus Etimologías, un compendio de los saberes más importantes hasta su época.

San Beda el Venerable

c. 673-735. Monje benedictino. Su título es Doctor admirable

Vivió desde los siete años en un monasterio benedictino, cuyo hábito abrazó. Se le conoce como Padre de la historia inglesa, por su Historia eclesiástica de las gentes inglesas. También narró, en su Crónica, los seis primeros Concilios ecuménicos y denunció las principales herejías hasta su época. Sus obras han permitido datar muchos acontecimientos. Recomendó y usó la lengua popular para la evangelización, y aconsejaba a los laicos formarse en la fe y comulgar diariamente.

San Juan Damasceno

675-749. Monje

Tras ocupar varios cargos políticos en Siria, fue expulsado por cristiano y entró en el monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén. Durante la controversia iconoclasta, defendió el culto a las imágenes, pues la materia ha sido creada por Dios y, por la Encarnación, el misterio de Dios se ha hecho visible y palpable. También defendió el culto a María y a los santos, y fue el primero en distinguir entre culto de latría -debido sólo a Dios- y de veneración. Defendió la Tradición y el Magisterio como fuente de la doctrina.

San Pedro Damián

1007-1072. Monje benedictino y obispo de Ostia

A la sombra de la reforma benedictina de Cluny, cuando fue nombrado prior se dedicó a fundar nuevos monasterios y a reformar los antiguos. Con estas reformas, y con las que emprendió al ser nombrado -contra su voluntad- cardenal y obispo de Ostia, contribuyó a la purificación de la Iglesia emprendida por su amigo, con el que colaboró, el monje Hildebrando, elegido después, en 1073, Papa Gregorio VII. Luchó contra varios antipapas, y también cumplió varias misiones diplomáticas en Europa.

San Anselmo de Canterbury

1033-1109. Monje benedictino y arzobispo de Canterbury (sede primada de Inglaterra)

Aunque nació en Lombardía, ingresó en la abadía benedictina de Bec, en Normandía. Allí fue discípulo del teólogo Lanfranco, enviado luego como primado a Inglaterra. A su muerte, el clero inglés lo eligió como sucesor. Tuvo conflictos con el rey por no reconocer a un antipapa y fue expulsado dos veces por defender a la Iglesia de injerencias políticas –nombramiento de obispos por parte del rey–. A su vuelta, emprendió reformas, convocó varios sínodos, reforzó el celibato sacerdotal y suprimió el tráfico de esclavos.

San Bernardo de Claraval

1090-1153. Monje cisterciense y abad. Su título es Doctor melifluo

A los 22 años, ingresó con 30 jóvenes en la joven Orden cisterciense, una de las varias que buscó reformar el monacato en los siglos XI y XII. Su llegada dio un gran impulso al joven proyecto. Fundó la abadía de Claraval y, a través de ella, otros 350 monasterios. Combatió la herejía de los cátaros y salió en defensa de los judíos ante los brotes de antisemitismo. Ante los debates filosóficos de la época, recordó que lo fundamental es el encuentro con Dios. Subrayó el lugar privilegiado de la Virgen en la economía de la salvación.

San Antonio de Padua

1195-1231. Monje franciscano, su título es Doctor evangélico

De nombre Fernando, nació en Lisboa de una ilustre familia. Ingresó primero en los Canónigos regulares de San Agustín, aunque al conocer la historia de los primeros mártires franciscanos en Marruecos, sintió el deseo de hacerse franciscano. Aunque no pudo ser misionero, sus superiores descubrieron sus dotes para la predicación y le encomendaron una actividad evangelizadora en Italia y Francia que dio enorme fruto. En sus Sermones insistió en la importancia de la oración como relación de amor con Dios.

San Alberto Magno

1200-1280. Dominico, obispo de Ratisbona y Patrono de las ciencias

Nacido en Alemania, estudió artes liberales y luego se especializó en las ciencias naturales, de las que es Patrono. Con su vida demostró la compatibilidad de fe y ciencia. También de fe y razón, pues abrió la puerta para acoger a Aristóteles en la filosofía y la teología medieval. Tras él, su discípulo santo Tomás de Aquino terminó de desarrollar esta incorporación. Trabajó para favorecer la unión entre la Iglesia latina y la griega -separadas en 1054- en el II Concilio de Lyon (1274).

San Buenaventura

c. 1221-1274. Franciscano, obispo de Albano. Su título es Doctor seráfico

De muchacho, su madre atribuyó su curación de una grave enfermedad a la intervención de san Francisco. Al terminar los estudios, se hizo franciscano y fue enviado a estudiar y enseñar teología en París. Escribió en defensa de las Órdenes mendicantes, cuya presencia en la Universidad suscitaba recelos. Fue Ministro General de la Orden durante 17 años, y escribió la Legenda Maior, el retrato más fiel de san Francisco. Luchó por conservar la novedad del fundador, pero sin caer en un espiritualismo utópico.

Santo Tomás de Aquino

1225-1274. Dominico. Patrono de las escuelas católicas y de la educación. Doctor angélico

Su familia llegó a encerrarle para tratar de evitar su ingreso en la Orden de Predicadores (dominicos). Aunque compuso preciosos himnos litúrgicos que se utilizan todavía hoy, santo Tomás destaca sobre todo como filósofo y teólogo. Su fama en París hizo que el Papa le enviara a predicar y enseñar por toda Italia. Incorporó la filosofía de Aristóteles al pensamiento cristiano y fundó la escolástica. Escribió obras claves como la Suma Teológica. Murió de camino al II Concilio de Lyon.

Santa Catalina de Siena

1347-1380. Terciaria dominica. Copatrona de Europa

Nació en el seno de una familia pudiente. Siempre sintió la vocación de consagrarse al Señor, a pesar de la voluntad de sus padres de casarla con un hombre rico. Eligió la vocación de consagrada en el mundo, donde se dedicó a la oración y la caridad. Todo tipo de personas buscaban su consejo. Entre ellas, se encontraba el Papa Gregorio XI, séptimo de los Papas de Avignon, a quien consiguió convencer para que volviera a Roma. Viajó mucho para buscar la reforma de la Iglesia y la paz entre los Estados.

Santa Teresa de Jesús

1515-1582. Reformadora de la Orden del Carmelo

Aunque desde niña se interesó por las cosas de Dios, una vez dentro del Carmelo vivió, más de 20 años, una vida de fe tibia. Convertida al entender los sufrimientos redentores de Cristo, dedicó toda su vida a la reforma del Carmelo, para acabar con el estilo de vida que le había permitido a ella vivir su vocación de forma superficial. Conjugó su labor reformadora -fundó 15 conventos- con una vida de profunda espiritualidad, e incluso experiencias místicas, que plasmó en sus obras.

San Pedro Canisio

1521-1597. Jesuita

Descubrió su vocación en un retiro con el Beato Pedro Fabro, uno de los primeros colaboradores de san Ignacio de Loyola en la Compañía de Jesús. Su vida es fiel reflejo de la vocación de la Compañía a contribuir a la renovación de la Iglesia tras la Reforma protestante: san Pedro Canisio defendió la fe católica en su país natal, Alemania, dando muestras de su gran capacidad para predicar y enseñar al pueblo de modo sencillo. Escribió dos Catecismos que, sólo mientras vivía, se tradujeron a 24 idiomas.

San Juan de la Cruz

1542-1591. Carmelita descalzo. Su título es Doctor Místico

Amigo espiritual y compañero de santa Teresa de Jesús. Cinco años después de ingresar en el Carmelo masculino de Medina del Campo, la santa abulense le propuso unirse a la reforma de la Orden. Sufrió bastante por ello, incluso el encierro en la prisión conventual de los carmelitas calzados. Fue en este lugar donde compuso su Cántico espiritual. Su legado incluye varias obras más, de rico contenido espiritual y místico, incluida la Noche oscura, donde profundiza en esta experiencia espiritual.

San Roberto Belarmino

1542-1621. Jesuita. Arzobispo de Capua

Antes de ser obispo, ocupó varios cargos de importancia en Roma. Aportó dos importantes obras a la Iglesia posterior al Concilio de Trento: sus Controversiae, un conjunto de lecciones que elaboró cuando enseñaba Apologética en el Colegio Romano, célebre por su claridad y riqueza; y el catecismo Doctrina cristiana breve. Su eclesiología responde a los desafíos de la época, pero sin agresividad contra la Reforma protestante. Subrayó que no puede haber auténtica reforma de la Iglesia sin conversión personal.

San Lorenzo de Brindisi

1559-1619. Capuchino. Su título es Doctor apostólico

Atraído por la figura de san Francisco de Asís, ingresó en los capuchinos, Orden que se había puesto al servicio de la Iglesia para fomentar la reforma espiritual promovida por el Concilio de Trento. Hábil en los idiomas, hizo apostolado por Italia y otros países, además de realizar varias misiones diplomáticas. Predicó la coherencia de fe y vida y defendió los artículos de fe cuestionados por Lutero con argumentos bíblicos y patrísticos. Destacó por el fervor de su vida espiritual: dedicaba horas a la celebración de la Misa.

San Francisco de Sales

1567-1622. Obispo de Ginebra. Patrono de los escritores y de la prensa católica

De joven, tuvo una profunda crisis de fe sobre su salvación y la predestinación, una de las principales cuestiones teológicas de su época. Salió de ella poniendo en el centro de su vida el amor de Dios, independientemente de lo que se reciba o no de Él. Fue obispo de Ginebra, bastión del calvinismo -la sede episcopal estaba exiliada en Annecy-. En el diálogo con los protestantes, aunaba la discusión teológica y la caridad. Escribía para sus fieles octavillas que repartía por las casas. Inspiró la fundación de la Orden de la Visitación.

San Alfonso María de Ligorio

1696-1787. Fundador de los redentoristas. Obispo de Santa Águeda de los Godos

Era un abogado brillante -a los 16 años era doctor en Derecho civil y canónico- cuando Dios lo llamó al sacerdocio. En la Congregación diocesana de las Misiones Apostólicas, se dedicó a evangelizar a las clases más bajas y las regiones rurales de Nápoles. Frente al rigorismo espiritual, defendió, junto a la fidelidad a la doctrina, una actitud caritativa y comprensiva. Es por ello Patrono de confesores y moralistas. Su obra es principalmente cristocéntrica, aunque dedicó parte a la Virgen, de la que era gran devoto.

San Teresa del Niño Jesús

1873-1897. Carmelita descalza, Patrona de las misiones. Su título es Doctor amoris

Sintió muy joven la vocación al Carmelo de Lisieux. Ejerció de maestra de novicias, que con frecuencia eran mayores que ella. Renovó la espiritualidad mediante lo que luego se ha llamado Camino de la infancia espiritual, basado en la total confianza y abandono en el amor misericordioso de Dios. Durante su último año de vida, mientras estaba cada vez más enferma de tuberculosis, sufrió una dura noche oscura. Es Patrona de las misiones por su compañía, desde la oración, a los misioneros.