Lograr el amor es alcanzar a los muertos - Alfa y Omega

Juan Rulfo decía que la historia de la literatura tiene tres pilares: la vida, el amor y la muerte. Cada segundo de nuestra existencia está marcado, como en el poema de Miguel Hernández por una de estas tres heridas, si no por las tres, en muchas ocasiones. Con esta verdad encima de la mesa el ser humano ha convivido por más de 200.000 años y, si las numerosas amenazas globales lo permiten, convivirá otros 200.000.

La literatura, por otro lado, es la catalizadora de las verdades de la humanidad. Una herramienta que, sin demasiada consciencia por parte de los buenos escritores, ahonda en las profundidades de lo personal y brota hacia afuera convertida en planteamientos universales. Perdón por lo cursi. Esto es, poco más o menos, lo que consigue Álvaro Petit Zarzalejos en Lograr el amor es alcanzar a los muertos (La isla de Siltolá). La pérdida de su padre caló, como no podía ser de otro modo, en lo más profundo de su ser y ha brotado generosamente en un poemario que es ya un universal. La vida, el amor y la muerte se entrelazan una vez más y ya desde el título.

El propio Álvaro reivindica que este libro es la prueba de que «los muertos nos acompañan, aunque su camino sea un sendero que los vivos no podemos recorrer». Y, teniendo razón, a la vez no la tiene: este poemario es la prueba de que el camino de los vivos y los muertos es una constante que convive en la literatura. Mientras haya quien cante a los muertos, los vivos seguiremos recorriendo el sendero de su mano. Parafraseando al autor, la muerte habla de nosotros mejor de lo que nosotros podemos hablar de ella. Y, en este caso, la muerte habla muy bien de él: del desgarro ante la pérdida, de la serenidad en la pérdida, de la esperanza tras la pérdida.

Es uno de esos libros que nadie querría escribir, pero que, dada la inevitabilidad de la existencia, nos alegramos de que haya sido escrito. Porque, gracias a la fecundidad de la muerte y a la generosidad de Petit Zarzalejos, muchos tendremos ahora un lugar al que acudir cuando la pérdida nos llegue (y nos llega). Álvaro con este poemario ha logrado el amor y ha alcanzado a los (sus) muertos. Con la esperanza, cierta pero siempre titilante como el cabo de una vela, de que un día, además de alcanzarlos, podamos abrazarlos. «Ya no es tuya sino nuestra / la vida que has perdido. / Somos nación en ella».