Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre - Alfa y Omega

Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre

Miércoles de la 5ª semana del tiempo ordinario / Marcos 7, 14-23

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik

Evangelio: Marcos 7, 14-23

En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:

«Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre».

Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo:

«¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre y se echa en la letrina» (con esto declaraba puros todos los alimentos).

Y siguió:

«Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

Comentario

Hay un punto en el espíritu oriental y en todas sus desinencias religiosas que choca frontalmente con el cristianismo. Es esa huída hacia dentro, hacia un interior en el que supuestamente todo está bien y sano. Meditaciones, autoayuda, aislamiento, independencia… todas esas tendencias olvidan la oscuridad que habita en la intimidad del corazón humano.

Por eso Cristo exige la conversión del interior del corazón: «Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

Es el interior mismo del hombre el que malversa el mundo, haciendo de su interior el centro del mundo. Por eso es necesario que vaya más allá de su intimidad y llegue hasta Dios, que es más íntimo a nosotros que nosotros mismos. Es necesario centrar toda la realidad en Dios, incluso nuestra misma realidad, para que todo vuelva a su bondad originaria. La conversión consiste en que «él nos atrae poderosamente hacia su ardiente centro, él nos arrebata con dominio todo centro que no es el suyo» (Balthasar).