Los hijos de Efraín (56 años), que velan a su padre en el tanatorio, me cuestionan: «Nos anuncias que nuestro padre resucitará a otra vida mejor, acogido por Dios, pero nadie ha vuelto para asegurarnos lo que nos espera en el más allá». Les ayudo a profundizar: «Os ocurre como a dos discípulos de Jesús resucitado. Se les hizo el encontradizo como compañero de camino y no le reconocían. Le comentan que están desolados porque su amigo Jesús era la persona más maravillosa que habían conocido, pero llevados por los celos y la envidia, las autoridades religiosas y políticas le habían condenado a morir en la cruz; hacía ya tres días que lo habían enterrado. Es cierto que algunas mujeres del grupo que habían ido al sepulcro lo encontraron vacío y unos ángeles les anunciaron que había resucitado, pero a él no le han visto».
Curiosamente tenían ante los ojos a ese Jesús resucitado, pero no lo reconocían. Jesús ante su ceguera, les va dando señales de su identidad, bendice y parte el pan junto a ellos. Uno de ellos, al que Jesús más amaba, es el que ve desde el corazón y les asegura: «Es el Señor, en verdad ha resucitado como había predicho».
«Cuando, acompañados por el pequeño de la casa, plantáis unas semillas en el tiesto de la terraza, le aseguráis que, después de regarlas y darlas tiempo, brotarán flores. El no las ve aún, pero le recomendáis paciencia y confianza: un buen día se llenará de alegría. Al enterrar los restos de Efraín os quedáis pesarosos, notaréis el hueco de su ausencia. Pero confiad en que Dios, jardinero de la vida, recoge su semilla y le hará florecer, de nuevo, en los jardines del cielo. Poco a poco ahondaréis en una nueva sensibilidad para vislumbrar su presencia en múltiples apariciones que rozan vuestros labios, prenden una luz en vuestro corazón, y caeréis en la cuenta: “es él, que permanece a nuestro lado, su amor se expande en todo nuestro entorno”. Os ayudará a revivir su presencia recordar los proyectos, dolores, gozos, que os han dejado su poso en el alma. Su amor hacia vosotros consistía en darse desviviéndose; esa es vuestra estela que seguir».