«Tápame con tu rebozo, Llorona, porque me muero de frío», canta Rodo al pequeño Eduardo. Yo también siento frío, y lluvia. Mucha lluvia. Una lluvia constante. Rodo (Sergio Peris-Mencheta) y Dani (Roberto Álamo) son amigos desde siempre. Con ese concepto de amistad que para unos se convierte en dependencia y para otros en manipulación. Han crecido juntos en Chicago, en medio esas zonas de muerte que tiene toda gran ciudad, en las que uno gasta más vida defendiéndose que viviendo. Rodo es frágil, necesita protección desde niño. Dani es fuerte, necesita proteger desde niño. Por eso son inseparables. Entraron juntos en el Cuerpo de Policía para dar un poco de paz al barrio, y siempre van «hombro con hombro». Porque se quieren.
Dani, el patriarca, es un hombre violento y autosuficiente. Está casado con Vero y tiene dos hijos, Eduardo y Josito. En su rol de superioridad, marca el camino a seguir de todos los que le rodean y considera que sus actos están incluso por encima hasta de la ley. «¿Tiene lógica, no?» Proteger a su familia y a los suyos, y limpiar «de basura» la ciudad, son sus motivaciones vitales, que le llevarán a tomar decisiones equivocadas. Qué decir de Roberto Álamo, enorme en la interpretación de este prototipo.
Rodo es el hombre lleno de miedos, el hombre adicto que no sabe andar solo por la vida. Es un solitario que pasa mucho tiempo —«demasiado, a veces resulta un grano en el culo», dirá Dani— en casa de su amigo, su mejor amigo. Se escuda en él para poder seguir adelante, porque nunca ha encontrado un por qué. Qué importante es tener una motivación por la que luchar. Este hombre doliente está perdido en sí mismo. Sergio, como siempre, un animal de escena.
Una serie de torpes decisiones desencadenará un hito en la vida de ambos. Algo que cambiará su relación y su vida para siempre. Esto no se lo cuento, tienen que descubrirlo por ustedes mismos. Sólo les adelantaré que es maravilloso lo que ocurre en esa sala. A la vez que Rodo y Daniel se calaban en escena con ese temporal que no para, que cae torrencialmente para limpiar las calles de la inmundicia del ser humano, a la vez, yo estaba empapada, muerta de frío, como la Llorona Vargas. Es inexplicable ese momento en el que el teatro te traspasa y sientes el dolor y la angustia en tu cuerpo.
No es una atmósfera cómoda la que se vive durante más de hora y media. Estoy escribiendo, y se me caen las lágrimas al rememorar todo el dolor transmitido. Pienso en la verdad que contiene ese guión de Keith Huff, que retrata el submundo de Chicago, pero que también puede ser Madrid, o Daca, o Bangkok, o Buenos Aires. Qué poco sabemos de lo que pasa fuera de nuestra casa, de nuestro círculo de confort. Pienso también en la moral convencida de Dani sobre valores como el matrimonio o la familia, que para él pasan por ser un protector de todo mal, pero muy lejos de la ternura y el amor verdadero —esa educación de hace décadas, que aún persiste en algunos hogares—. Pienso en la agonía de un hombre que no puede consigo mismo. Pero que logra redimirse. Y en el descanso de aquel que se encontró, después de mucho tiempo.
Gracias a los dos. No hay palabra más certera que gracias. También a David Serrano por esa dirección maravillosa. Solo está hasta el 14 de febrero, no se la pierdan. Y no es un decir. Si quieren vivir el teatro, vayan.
★★★★☆
Teatro Bellas Artes
Calle Marqués de Casa Riera, 2
Sevilla, Banco de España
Del 13 de enero al 14 de febrero