El tema para el Encuentro de Delegados Diocesanos de Liturgia, celebrado de forma telemática el 27 de enero, no podía ser otro en este contexto que nos toca vivir. La irrupción de la pandemia de la COVID-19 ha trastocado todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas, también en la vivencia y la celebración de la fe. Inmersos todavía en ella, con esperanza aunque aún sin un horizonte claro sobre su final, convenía reflexionar sobre el camino realizado y hablar de los retos y esperanzas ante lo que resta de la pandemia y el mundo poscovid.
Este tiempo, sin ninguna duda, ha sido y es una oportunidad para vivir la fe de un modo especial. No solo la fe no debería estar excluida de esta situación, sino que, por las especiales circunstancias, ha de ser vivida con mayor autenticidad. Al igual que los grandes creyentes –pensemos en tantos personajes bíblicos– los tiempos recios corren el riesgo de apagar la fe, pero también son una invitación a recorrer este camino con mayor intensidad. La liturgia, celebración del misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado, y verdadero encuentro con Él, se muestra, entonces, como algo insustituible.
El tiempo de pandemia comenzó, allá por el mes de marzo pasado, con el confinamiento general. En la casi totalidad de las diócesis se decretó la suspensión del culto público y se dispensó de la obligación del precepto dominical durante meses, hasta la llamada desescalada. La reanudación del culto público no estuvo exenta de dificultades, que aún hoy persisten, cuando estamos en lo más crudo de la tercera ola de contagios por el coronavirus.
El encuentro anual de delegados de Liturgia, reinventado en una forma reducida y online para posibilitar su celebración, ha querido ser, en primer lugar, un análisis de la realidad litúrgica vivida en el tiempo de pandemia en las distintas diócesis. Se hizo una encuesta a los delegados diocesanos de Liturgia, fruto de la cual ha surgido la primera de las dos ponencias del encuentro, a cargo del consultor técnico y asesor del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia, el sacerdote de la diócesis de Orihuela-Alicante Jesús Rosillo.
La ponencia de Rosillo nos ayudó a recordar valiosos regalos que nos ha dado el Espíritu Santo en este tiempo complicado. El confinamiento domiciliario nos ha permitido redescubrir el don de la familia, iglesia doméstica. Otro gran tesoro que se ha hecho frecuente es la celebración de la liturgia de las horas. No podemos pasar por alto dentro de todos estos meses cómo hemos celebrado el triduo santo; lo hemos vivido y celebrado casi en la intimidad, pero con una profundidad extraordinaria.
Una palabra aparte merece el tema de lo digital, campo de enorme creatividad. Los canales de comunicación televisivos y las redes sociales han favorecido el acercamiento de la fe a las casas; ha sido reconfortante verificar cómo se ha podido acompañar a los fieles que se han unido a la vida celebrativa, muchas veces incluso a la de su propia parroquia o comunidad, sin sentirse lejos de la vida litúrgica de la Iglesia.
También ha sido admirable y digna de mencionar la vivencia de los sacerdotes. Un gran número de ministros ordenados han experimentado el encuentro con Dios en la liturgia eucarística sin dejar de celebrar, en la mayoría de las situaciones solos, pero reconociendo el valor infinito de la santa Misa ofrecida por todo el pueblo de Dios.
No podemos obviar, lógicamente, los aspectos más negativos. Me permito señalar tres. ¿Puede sustituir lo digital a lo presencial en la liturgia? ¿Cómo valorar los excesos y extravagancias que se han cometido, sin duda con la buena intención de seguir estando cerca de los fieles? ¿Cómo recuperar el carácter comunitario de la celebración?
A estos y otros interrogantes nos ayudaba a responder el profesor del Pontificio Instituto Litúrgico de Roma Pietro Angelo Muroni. A él le encomendamos la segunda ponencia del encuentro, sobre los retos y esperanzas que tenemos por delante en el ámbito litúrgico, tanto en el tiempo que todavía nos quede por vivir en la pandemia como en el tiempo poscovid. Él nos hablaba de «reconstruir». Por ejemplo, reconstruir nuestra forma de celebrar, profundizando en el valor del simbolismo litúrgico y en la gestualidad, ambos tan mermados en las celebraciones en tiempo de pandemia; mejorar las celebraciones que marcan la vida de las personas –como pueden ser, precisamente, las exequias, reducidas a casi su mínima expresión durante estos meses–, redescubrir el valor de la asamblea, ligada a la categoría de Pueblo de Dios, frente a la tentación del individualismo. Hay también que potenciar esa riqueza que se ha descubierto en la oración en familia, y mantenerla decididamente. Respecto a la liturgia y lo digital, es preciso tener claro que las retransmisiones no son una participación plena en la celebración y que, en cualquier caso, son un mal menor, útil para ciertas situaciones, pero no un sustitutivo permanente.
Como puede verse, el de este año, con todas sus limitaciones, ha sido un encuentro de delegados muy interesante y fructífero. Ahora toca que, desde las distintas delegaciones diocesanas, surjan iniciativas concretas para poner en práctica lo que aquí se ha reflexionado y sigamos adelante, siempre con esperanza, fijos los ojos en el Señor.