Laura, migrante desde Argentina: «La Iglesia de Madrid se ha convertido en mi familia»
Ha conseguido alojamiento en la parroquia San León Magno de Madrid a través de la Mesa por la Hospitalidad
El noviembre de 2019, Laura, su esposo, Rodrigo, y sus hijas, Charo y Elena, que entonces tenían 2 y 5 años, aterrizaban en Barajas provenientes de un Buenos Aires en el que no tenían ninguna posibilidad de salir adelante. Llevaban dos años y medio en el paro y «allá, después de los 40, es muy difícil conseguir trabajo». Así que se dijeron «ahora o nunca» y se embarcaron. «Teníamos el pasaje, nuestros ahorros [6.000 euros] y alojamiento para una semana en Madrid». Aquí, todo se empezó a torcer. «No conseguíamos que nos alquilaran un piso, porque no había dos nóminas». El alojamiento se agotaba y era imposible pagar con efectivo, «nos pedían tarjeta de crédito, que no teníamos». El «dónde dormimos esta noche» era su espada de Damocles.
Su asistente social de Cáritas, a quienes habían recurrido además de a la Cruz Roja y a los Servicios Sociales, los llamó un día. «Os hemos conseguido, de manera excepcional, alojamiento en la parroquia San León Magno a través de la Mesa por la Hospitalidad». La mesa es un proyecto que se puso en marcha en la diócesis de Madrid en el año 2015, por iniciativa personal del arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, para acoger de urgencia a migrantes y refugiados en situación de calle. Para ello cuentan con diferentes espacios, en parroquias fundamentalmente, que se van rotando a lo largo del año.
Laura y su familia llegaron con «miedo» a la parroquia. «Cuando uno escucha hablar de acogida no sabe dónde va a parar. Piensa que va a dormir en catres de campamento en un salón lleno de gente». Pero nada que ver con lo que se encontraron. Allí los recibieron Álvaro Martínez, integrante de la mesa, y Enrique Olmo, el párroco. Tenían un piso para ellos, y a Laura todo esto la abrumó. «Padre, ¿en qué ayudo?». «Déjate querer», le dijo el sacerdote. «No me olvido de esas palabras, a mí se me caían las lágrimas». Recuerda hasta los cepillos de dientes sin estrenar que tenían en el armarito del baño.
Era el 2 de diciembre, «día de máxima felicidad»; el 3, Rodrigo consiguió un trabajo. Estuvieron en San León Magno un mes, hasta que la parroquia cedió el testigo como lugar de acogida de la mesa. Como está contemplado en el proyecto, voluntarios de la propia parroquia les preparaban la cena, compartían este tiempo con ellos y los acompañaban por la noche. «A día de hoy, una de mis mejores amigas es una de las voluntarias que nos cocinaba», reconoce Laura. También les orientaron para las gestiones administrativas y de papeleos. «Era el paraíso». A las niñas las escolarizaron enseguida, proceso rápido y fácil ya que son españolas –Rodrigo tiene la doble nacionalidad por sus abuelos, españoles–.
Durante el día, tiempo en el que, según las normas, deben atender sus obligaciones fuera –gestiones administrativas, búsqueda de empleo, formación–, Laura aprovechaba para ayudar en la parroquia, en lo que hiciera falta. Mucho tiempo lo pasó, por ejemplo, en el ropero de Cáritas. Acudían a la Eucaristía los domingos y empezaron a integrarse en la comunidad. Sus primera Navidad la pasaron en San León Magno (imagen inferior, el día de fin de año); también el cumpleaños de Charo, el de Laura…
La Iglesia, en ayuda de esta familia
«Era el 6 de enero; mi cumpleaños y nuestra última noche en la parroquia». De nuevo, la Iglesia en ayuda de esta familia que se volvía a quedar en la calle. Álvaro, el voluntario, les avaló para alquilar un estudio de 20 metros cuadrados en la zona del Rastro. Pensaron que era muy temporal, pero «al mes nos cogió la pandemia y nos dejó encerrados a los cuatro en los 20 metros», cuenta Laura sin perder el buen humor. La pandemia dejó al matrimonio sin el trabajo; pagaron el primer mes de alquiler con los ahorros que les quedaban.
«A los 20 días de empezar el confinamiento, me llamó el padre Enrique. “Laura, ¿cómo estás?”. “¿La verdad? Tengo leche para las chicas, colacao y galletas”. “¿Y a qué estabas esperando para llamarme?”». «Yo no puedo pedirle a la Iglesia más de lo que me dio», le respondió ella. Pero la Iglesia es infinita. «Te vienes ya para aquí», resolvió el padre Enrique. «Ustedes son nuestra familia y demostraron que lo que nosotros estábamos haciendo servía –continuó el sacerdote–; no solo vino y aceptó la ayuda, sino que se integró a la comunidad, siguen viniendo a Misa, siguen ofreciendo ayuda para lo que se necesita…».
De usuaria a voluntaria
Ese verano, San León Magno volvió a ser espacio de acogida de la mesa. Laura pasó a ser voluntaria, de las que iban a cocinar a los refugiados. «Para mí es lo mínimo que podía hacer». Rodrigo ahora está de nuevo sin trabajo, pero ella, gracias a un catequista de la parroquia, lleva más de un año empleada en la portería de una finca en Madrid. Siguen viviendo en el estudio de 20 metros (imagen inferior) y, aunque por territorio su parroquia es otra, no dejan San León Magno. Su niña mayor está en catequesis de Primera Comunión. Cada domingo van allí a la Misa de 11:30 horas; el último, a Laura le tenían preparada una bolsa con ropa de verano para sus hijas.
Cuando llegan sus cumpleaños, el padre Enrique los llama: «Pasen a recoger su tarta», o el roscón de Reyes, en el caso de Laura. «La familia que dejé en Argentina la tengo en la parroquia. La Iglesia de Madrid se ha convertido en mi familia». Ahora que la Iglesia lanza la campaña XTantos, para marcar la X en la casilla de la Iglesia en la Declaración de la Renta, se hace más patente cómo ayuda a familias como la de Laura.
«Que la gente que recibe ayuda sepa que, si la sabes aceptar, va más allá de que ten den un techo o que te den un plato de comida. El sostén moral que tienes es impresionante». Lo sabe bien esta mujer aregntina que, en este tiempo, además de las vicisitudes, ha perdido a dos primos en accidente de tráfico y a un cuñado por la COVID-19. «Sentir que tenía soporte, gente que podía rezar por ellos, gente que me sostenía, fue para mí muy importante». Porque, «si yo caigo, cae toda la familia; con las madres pasa eso».
Así, «la Iglesia me dio todo». Una Iglesia que no es institución, como recuerda, sino personas concretas, «todas y cada una» de las personas de la comunidad. «Mi única familia es la parroquia; ¡bueno, y ahora los chicos del edificio donde trabajo, que son amorosos!».