Las tres enseñanzas de san José para sacerdotes y seminaristas
La Conferencia Episcopal propone ante el Día del Seminario fijar la mirada en la pedagogía del esposo de la Virgen y padre de Jesús
Los obispos de la Comisión para el Clero y Seminarios de la Conferencia Episcopal Española han hecho público este jueves un mensaje dirigido a los sacerdotes y seminaristas ante la solemnidad de san José, cuando se celebra, además, el Día del Seminario. Un texto en el que ponen de manifiesto la necesidad de que los seminarios «fijen los ojos en el modelo de san José para seguir aprendiendo de su pedagogía».
«Como el hogar de Nazaret, donde María gesta en su seno al Hijo de Dios y José lo educa personalmente, preparando juntos su misión, el seminario es el hogar donde se gesta y educa la misión del futuro presbiterio, al servicio de la Iglesia diocesana. El seminario es un presbiterio en gestación», añaden.
En este sentido, destacan los tres rasgos de la pedagogía paterna de san José para que tanto sacerdotes como los candidatos al ministerio puedan meditar sobre ellos e iluminar la educación y la renovación de la vocación.
Según los obispos, san José ejerció una paternidad de representación con Jesús. Y, por tanto, «para nosotros, sacerdotes, ser padres debe significar representar al Padre celestial entre los hombres, adoptándolos como hijos y dándoles la firmeza que proviene de la fe en el Padre del Cielo».
En este sentido, señalan que el seminario debe ser el lugar donde aprender «el sentido del sacrificio de san José» y «la entrega total que conlleva vivir la paternidad personal como testimonio de la única paternidad divina, garante de la humanidad del hombre». «Aprendiendo a renunciar a toda posesión sobre nuestros futuros hijos, respecto a nuestra labor pastoral, desde una paternidad espiritual que engendre libertades y despierte a todos a una vida plena, de entrega consciente, libre y alegre», recogen en su mensaje.
Del mismo modo, destacan de san José el desarrollo de sus cualidades vocacionales, especialmente la valentía, la humildad y la discreción, para proteger la vida de María y del futuro Mesías: «Trabajará en la gestación de la misión futura de Jesús, haciendo todo lo posible por alejar de su familia la amenaza de la violencia y de la muerte, renunciando a toda comodidad y brillo personales, para valorar el anonimato, el escondimiento y la callada siembra a largo plazo». En este sentido, los obispos invitan a los sacerdotes a «discernir los caminos pastorales de la siembra evangelizadora» y a «huir de los peligros de la mundanidad espiritual».
Así, consideran que el seminario tendrá que ser «la escuela de formación inicial en la que se enseñe el arte del discernimiento y la humildad, profundizando en el significado último de las cosas, en el valor del trabajo compartido con los hombre en la vida real, y con el corazón siempre abierto a crecer en el amor, en una peregrinación continua». Todo ello, continúan, «sin dejar morir la pasión misionera ni dejarse instalar en una vida individualista, acomodada y aferrada al presente, que busca solo sobrevivir, o protegerse con mil cosas para no tener que integrar la vida en el trabajo paciente de cada jornada».
El último rasgo de la pedagogía de san José a la que se refieren los obispos tiene que ver con la preparación de Jesús para su misión pública. Esto es, con el momento en el que «pasa a su padre para aprender un oficio y habilitarse para la vida adulta».
«La providencia ha puesto a san José junto a Jesús para que aquel cuya humanidad habrá de ser ungida por el Espíritu Santo se habilite humana y espiritualmente, y desarrolle su capacidad de entrar en relación con las familias de los hijos de los hombres, tejiendo relaciones de corazón a corazón, en la misericordia ofrecida y la lucidez del amor maduro». Relaciones, subrayan los obispos, que deben ser el fundamento de la misión eclesial de los presbíteros y, por tanto, el seminario «debe dejarse marcar por la herencia de san José como preparador de la misión de Jesús y de la Iglesia».
«Los futuros sacerdotes deben entrar en el corazón de las casas, estar cerca de las personas, de los sufrimientos y de las alegrías del Pueblo de Dios, para consolar y restablecer las relaciones de libertad y de amor que construyen la Iglesia, evitando y curando el mal de nuestro tiempo caracterizado por una regresión al individualismo, que dificulta la transmisión del Evangelio», escriben.
Por esto, creen que en estos momentos marcados por el dolor y el cansancio de la pandemia «se hace más urgente la reconstrucción del tejido evangelizador eclesial y la cercanía de todos».