Las restricciones por el coronavirus marcan las celebraciones de la Merced
La evolución del coronavirus en Madrid ha llevado a suspender la Eucaristía que tradicionalmente preside el cardenal Osoro en la cárcel de Soto del Real
Misericordia. Piedad. Compasión. Los mercedarios nacieron al amparo de la Virgen de la Merced después de que esta se le apareciera a su fundador, san Pedro Nolasco, en 1218. Los frailes hacían un cuarto voto propio que se sumaba a los habituales de pobreza, obediencia y castidad: entregar su vida por un preso, sobre todo si su fe peligraba. A día de hoy, la orden no es la única con presencia en las cárceles —también trabajan con presos salesianos, jesuitas…—, aunque siguen siendo garantes de la devoción a la Virgen que les da nombre, a la que se le piden mercedes y que es la patrona de los presos y de todos los trabajadores de instituciones penitenciarias.
También es la Madre que los internos no tienen cerca. No es infrecuente, como explica María Yela, delegada de Pastoral Penitenciaria de la diócesis de Madrid, ver a los internos ante imágenes de la Virgen, «orando de forma espontánea por sus madres: “Ay, Virgen, tú cuida de mi madre que eres mi Madre también”». La figura de la madre biológica es para ellos un pilar, «saben que la están haciendo sufrir», a su vez tienen enormes sentimientos de gratitud hacia ellas y, en algunos casos, se dan procesos de «reconciliación profunda» con ellas, de modo que ese símil con la Virgen es frecuente.
Este año, la pandemia lo ha cambiado todo y también la forma de celebrar el día de la Virgen de la Merced, este 24 de septiembre. La evolución del coronavirus en Madrid y la necesidad de mantener las medidas sanitarias de seguridad ha llevado a suspender la Eucaristía que tradicionalmente preside en el centro penitenciario de Soto del Real el cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid. «Es muy triste —reconoce la delegada—, ellos los esperan siempre con muchas ganas». La festividad la celebrarán en la Misa del domingo siguiente y el capellán, Paulino Alonso (en la imagen inferior, durante una celebración en la prisión), ha invitado al cardenal a visitarlos en cualquier otro momento.
Aunque no pueda estar físicamente con los presos, el arzobispo de Madrid les ha mostrado su cercanía con una carta en la que les asegura que «durante toda la pandemia os llevo profundamente en el corazón» y les recuerda que «en algunos momentos podéis sentiros terriblemente solos» pero Dios «no os abandona». «No estaréis solos —añade— si le hacéis cada día un hueco para hablarle y, sobre todo, para escucharle». Además, les dice que «sin vosotros la Iglesia de Madrid estaría amputada» y les pide que este tiempo que están pasando en prisión, «muchas veces aburrido, deprimente y difícil», lo conviertan en un «oportunidad para experimentar la ternura y la cercanía de Dios».
En estos tiempos complicados, el purpurado les agradece los esfuerzos que están haciendo por «mantener la serenidad y la convivencia pacífica» y les insta a practicar «la fraternidad, la ayuda mutua, la no violencia y la revisión crítica de vuestra propia vida», lo cual «facilitará el retomarla con responsabilidad y con paz». El arzobispo hace además una llamada a que la Iglesia sea «parte activa y operante de vuestro anhelo por la plena integración en la vida social». «Los que seguimos a Cristo —señala— no podemos dar nunca a nadie por perdido». Y concluye: «Nos necesitamos. Nadie sobra. Nadie puede ser descartado».
Medidas más restrictivas
La desescalada llegó a las cárceles un poco más tarde que al resto de la sociedad, igual que las restricciones se habían impuesto antes. El capellán de Soto retomó sus vistas en junio y celebró la primera Eucaristía tras el confinamiento el día del Corpus Christi; los internos «lo estaban deseando». Tres meses después, acude con normalidad a prisión para visitar los módulos a diario y celebrar las Misas dominicales. Hace tres semanas permitieron el acceso de los voluntarios del servicio religioso, pero no al resto de voluntarios, ya que los talleres están paralizados.
La restricción va en la línea de las medidas de seguridad que están volviendo a imponerse en el sistema penitenciario: hace dos semanas se suspendieron los vis a vis, —«se les compensa con más llamadas», apunta Maria Yela—, y ahora los presos solo pueden ver a sus familiares con un cristal de por medio. «En todo este tiempo, y también ahora, han asumido esta realidad», explica el capellán, que recuerda que «nuestra misión como Iglesia es estar con ellos, a lo que surja», en el día a día, y el domingo, dar paso «al espacio de libertad, sacándolos a los que quieran a la Misa».
Es lo que la pastoral penitenciaria lleva a cabo en la cárcel: un proceso de acompañamiento en la soledad, la lejanía de los seres queridos, los miedos a la libertad futura, la culpabilización y la desorientación vital que sufren los internos, pero a la vez un proceso de orientación a esa libertad. «La prisión propicia la reflexión», destaca la delegada, «se plantean inquietudes, el sentido de la existencia, y muchos se vuelven hacia la religión, “¡lo tenía olvidado!”, dicen». Por eso se les anima, en la línea del mensaje del cardenal Carlos Osoro, a que el tiempo de prisión sea vivo, dé fruto.