Las Descalzas reabren con ocho nuevas salas
Reabre al público después de 20 meses el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid con una nueva ruta artística que comprende ocho salas y 200 obras expuestas
No es fácil adivinar que tras la imponente fachada que corona la madrileña plaza de las Descalzas, en medio del bullicioso ruido, especialmente navideño —con Cortylandia al doblar la esquina—, viven 19 humildes clarisas que pueblan un monasterio centenario, antaño lugar habitual de visita de reyes y nobles. Un centro de poder político en el siglo XVI, «la otra Corte», como lo definen desde Patrimonio Nacional, encargados de velar por su conservación.
Tras 20 meses cerrado al público, en los que se han renovado ocho salas de pintura del monasterio, es un privilegio volver a cruzar el umbral de la puerta a la historia. Abruman las 200 obras expuestas —ojo, solo en la nueva museografía, pues hay más—. Deslumbra el acceso por la escalera principal, construida en torno a 1526 y uno de los tesoros de la visita al monasterio de las Descalzas Reales. Enternece entre tanto talento el huerto central, que se entrevé por la rendija de la ventana, donde las religiosas cultivan sus alimentos. Resuena precisamente ahí, para el visitante lego, el ora et labora de la clausura. Es el único vestigio que se atisba en la ruta turística de la vida diaria contemplativas. Pero haberlas, haylas.
Ellas, las clarisas franciscanas, son la resistencia frente al paso de los años y las vicisitudes históricas. Gracias a su donación, y la de sus antecesoras, el monasterio fundado en 1559 nunca ha estado deshabitado. Eso sí, ha pasado por diversas épocas: la más ostentosa, en la que las mujeres de la dinastía de los Austrias hicieron de aquellos muros una prolongación del trono. En la nueva ruta que propone Patrimonio Nacional se destapan los estertores de aquel tiempo, en el que fe y política caminaban a la par. El Salón de Reyes, donde las contemplativas recibían a las visitas nobiliarias, nuncios y embajadores, destaca por una delicada ornamentación y, sobre todo, por el retrato de la fundadora, doña Juana de Austria, pintado por Alonso Sánchez Coello, que recibe al curioso con majestad y poderío. En esta sala se puede disfrutar del gran retablo dedicado a santa Clara, restaurado por completo, o los retratos de los Habsburgo, presentes a lo largos de los siglos. «En la nueva ordenación hay también retratos de personajes de otras importantes familias europeas, como la de Austria Estiria o los Vasa», aseguran desde Patrimonio Nacional.
La numerosa colección de obras de arte que atesora el monasterio cuenta con una sala dedicada a la pintura flamenca; otra sala dedicada a la del siglo XVII, y con piezas destacadas como La Anunciación de Vicente Carducho; un retrato de sor Ana Dorotea de Austria, de Rubens, o la serie de las Sibilas, siete lienzos de la escuela castellana. Un dato curioso: en una capilla del claustro alto colgó durante siglos La Anunciación de Fra Angelico, que en 1862 fue trasladado al Museo del Prado, tras largas gestiones realizadas por Federico de Madrazo, que además de pintor fue durante muchos años director del museo. Aún se conserva el hueco de donde fue extraído.
Todo este desbordamiento artístico se consiguió gracias a la regente Juana de Austria, la emperatriz María de Austria, la reina Margarita de Austria o la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, que «encarnaron en el monasterio de las Descalzas la experiencia espiritual de su dinastía, a la vez que ejercieron una enorme labor de mecenazgo artístico». En su dualidad como centro espiritual y sede real, recibieron piezas de todas las disciplinas, como textil, orfebrería, escultura, pintura… De ahí que otro de los tesoros sean los tapices del triunfo de la Eucaristía, diseñados por Rubens, que Isabel Clara Eugenia regaló al monasterio. O la capilla de Guadalupe, encargada por sor Ana Dorotea, cuya iconografía versa sobre las mujeres fuertes de la Biblia.
Además del Salón de Reyes, la nueva ruta deja admirar la sala del Candilón, llamada así porque en ella se disponía un gran candil cuando había capilla ardiente de alguna religiosa, o la casita de sor Margarita de la Cruz, espacio privado de la hija menor de la emperatriz María.