La voz del Magisterio - Alfa y Omega

La voz del Magisterio

Papa Juan XXIII

La educación cristiana, para que sea completa, ha de extenderse a toda clase de deberes. Es necesario que los cristianos ajusten también a la doctrina de la Iglesia sus actividades de carácter económico y social. El paso de la teoría a la práctica resulta siempre difícil; pero la dificultad sube de punto cuando se trata de poner en práctica una doctrina social como la de la Iglesia católica. Por varias razones: primera, por el desordenado amor propio que anida en el hombre; segunda, por el materialismo que actualmente se infiltra en gran escala en la sociedad moderna; y tercera, por la dificultad de determinar a veces las exigencias de la justicia en cada caso concreto. Por ello, no basta que la educación cristiana enseñe al hombre la obligación de actuar cristianamente en el campo económico y social, sino que, al mismo tiempo, debe enseñarle la manera práctica de cumplir esta obligación… Así como suele decirse que, para disfrutar honestamente de la libertad, hay que saberla usar con rectitud, del mismo modo nadie aprende a actuar de acuerdo con la doctrina católica en materia económica y social si no es actuando realmente en este campo y de acuerdo con la misma doctrina. Por ello, en la difusión de esta educación práctica del cristiano, hay que atribuir una gran parte a las asociaciones de apostolado seglar, especialmente a las que se proponen la restauración de la moral cristiana, ya que sus miembros pueden servirse de sus experiencias diarias para educarse mejor primero a sí mismos, y después a los jóvenes, en el cumplimiento de estos deberes… Pero los católicos entablan a veces relaciones con hombres que tienen de la vida una concepción distinta. En tales ocasiones, procuren ser consecuentes y no aceptar compromisos que puedan dañar a la integridad de la religión o de la moral. Deben, sin embargo, al mismo tiempo, mostrar comprensión para las opiniones ajenas, dispuestos a colaborar en aquellas obras que sean por su naturaleza buenas o, al menos, puedan conducir al bien.

Encíclica Mater et magistra, 228-230.232-233.239 (1961)