La voz del Magisterio - Alfa y Omega

La voz del Magisterio

Papa Juan Pablo II

Sé que sois sensibles a los problemas que ha de afrontar vuestro pueblo, y que vosotros bien conocéis. Pido a Dios que vuestro celo pastoral se sienta siempre urgido para afrontar con lucidez de fe las cuestiones doctrinales y morales que, en cada momento histórico, hayan de encarar los creyentes. No pueden los cristianos dejar a un lado su fe, a la hora de colaborar en la construcción de la ciudad temporal. Han de hacer sentir su voz, coherente con los valores en los que creen y respetuosa con las convicciones ajenas. Basta pensar en la defensa y protección de la vida desde su concepción, en la estabilidad del matrimonio y de la familia, en la libertad de enseñanza y en el derecho a recibir instrucción religiosa en las escuelas, en la promoción de los valores que moralizan la vida pública, en la implantación de la justicia en las relaciones laborales. Campos importantísimos —entre otros— que los obispos no podéis dejar de iluminar con la luz cristiana. Porque donde esté el hombre padeciendo dolor, injusticia, pobreza o violencia, allí ha de estar la voz de la Iglesia con su vigilante caridad y con la acción de los cristianos… Vuestro país, que experimenta una transición socio-cultural de grandes proporciones y busca nuevos caminos de progreso; que desea la justicia y la paz; que teme, como los otros, ante el riesgo de perder su identidad; este país, y sobre todo la Iglesia que en él peregrina hacia el Padre, darán gracias infinitas a Dios si encuentran siempre en vosotros maestros, padres, guías, pastores, animadores espirituales como los delineó el Concilio… Hago una fuerte llamada a la esperanza. Esa esperanza que quiere ser mi primer mensaje a la Iglesia de España. Porque —dejádmelo decir—, a pesar de los claroscuros, de las sombras y altibajos del momento presente, tengo confianza y espero mucho de la Iglesia en España. Confío en vosotros, en vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas. Confío en los jóvenes y en las familias, cuyas virtudes cristianas han de ser, como en el pasado, venero de vocaciones.

Discurso a los obispos españoles, 5.7-8. Viaje apostólico a España. Madrid (1982)