La visita - Alfa y Omega

Desde que nos golpeó la pandemia las puertas de la iglesia están abiertas. Seguramente no lo habríamos pensado, pero se ha convertido en un signo de acogida. La gente entra, algunos se sientan a rezar, otros curiosean por las capillas, la mayoría disfrutan del silencio, de la música de fondo, de la luz y la belleza de este templo. Esa mañana un chico joven lloraba en el primer banco, la mochila a sus pies, las rodillas manchadas. Entre suspiros exclamaba: «No quiero vivir, para qué seguir adelante». Me senté a su lado. Sus ojos, rotos como el cristal, contaban más que sus palabras: «He salido hace poco de la cárcel. Salí limpio pero he vuelto a consumir. No quiero vivir así; no puedo vivir así». No me iba a pedir nada, su voz era el eco de un alma en descomposición. O, tal vez, me lo iba a pedir todo, cuando dijo: «Por favor, llama a mi madre». Solo se confía a una madre cuando has llegado al límite: «Mujer ahí tienes a tu Hijo… ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27). A veces solo nos queda ser familia. Claro que le intenté dar pistas para buscar una salida y, al final, nos regalamos un abrazo sanador.

Al día siguiente le vi en la plaza buscándose la vida. Aparentemente no había cambiado nada: las manos manchadas, los ojos vidriosos, miradas furtivas y cómplices con rastros de polvo blanco. Se hizo el esquivo, una mezcla de vergüenza y de locura. Gritaba llamando la atención de la gente que salía del supermercado en busca de una moneda, y nadie era consciente de su cuenta atrás. Pero algo sí había cambiado: ya no me era extraño, ya no me era ajeno. Su dolor me dolía como a una madre que te confían al pie de la cruz. Posiblemente no podía hacer más que observar, quedarme callado, mostrarme también esquivo, pero un manantial de ternura inundó mis ojos. Nuestra fe tiene algo de eso: aprender a mirar como mira una madre; aprender a callar como calla una madre; aprender a rezar como reza una madre; aprender a llorar como llora una madre. Y guardar, como si fuera un tesoro, todas estás cosas en el corazón.