Escribo pensando en la vida de las monjas contemplativas y el don que supone para la Iglesia entera su consagración, sus personas; pero viendo también sus problemas, sus dificultades, su dolor por la falta de nuevas vocaciones. Es bien triste ver llorar a Hermanas porque monasterios de muchos siglos no pueden seguir y hay que buscar soluciones para que ellas puedan vivir su consagración con paz y con la alegría de darse del todo al Señor. Os pido, hermanos diocesanos, oración y ayuda para actuar según Dios en todos estos casos.
Pero no quiero quedarme en este aspecto del asunto. No me resisto en dirigirme a todos vosotros para que la Iglesia en Toledo nunca olvide la belleza de la vocación contemplativa que está contenida en aquella expresión tan fuerte y rotunda de santa Teresa de Jesús: «Sólo Dios basta». ¿Qué está diciendo la Santa? Sería muy poco acertado la opinión que viniera a decir: «Deja todo lo humano, sólo pienses en Dios». ¿Acaso Dios no es todo, Aquel que hace amable todo lo creado? Para quien entra en el claustro y ofrece su vida para la vida de la Iglesia, para la felicidad de todos, ¿no se cumplen sus deseos de plenitud humana y divina? ¿Se trata de oponer Dios a sus criaturas, sobre todo a los hombres y mujeres? Sinceramente no. Se trata de que nada es comparable ni equiparable a Dios; que sin Dios, manifestado por Cristo en el Espíritu Santo, nada es estable, ni amable y todo se vuelve contra nosotros.
Santa Teresa, como tantas santas mujeres contemplativas, no envidian a nadie y se sienten plenas y realizadas como mujeres. «Sólo Dios basta» tiene el rostro concreto de Jesús, el Hijo de Dios, que, en confesión de san Pablo «me amó y se entregó por mí». Como expresa una monja clarisa: «Cuando el Señor irrumpió en mi vida, no podía imaginar lo mucho que Dios había soñado para mí, ni la preciosa historia de salvación que me tenía preparada, a través de la cual, como María y junta a Ella, me invitaba a proclamar su grandeza, desde la vida contemplativa claustral, escondida con Cristo en Dios (cfr. Col 3,3), y dedicada sólo a Él». Y prosigue: creía que «lo tenía todo» hasta que Jesús pobre y crucificado se me hizo el encontradizo, y hubo una experiencia con Él particularmente fuerte, inefable. «Sólo Dios basta» es la clave –nos dicen las contemplativas– para salir de uno mismo y lanzarse con decisión, empeño y valentía hacia tantas periferias que la vida ofrece, cerca o lejos, en el propio ser o en los que nos rodean. Como si el claustro hubiera sido impedimento alguno para que santa Teresa del Niño Jesús volara hacia todas partes, hacia las misiones o para llegar hasta aquellos que necesitaban lo que más nos falta: sentido de Dios y su amistad. Como si santa Teresa necesitara diversiones para pasar su tiempo, y no hubiera querido vivir mil vidas para la donación que supone el ejercicio activo de la caridad, o la oración continua o la intercesión permanente, en la acogida o en la ofrenda de su vida.
Las monjas contemplativas no necesitan apenas nada: saben dónde encontrar ayuda y socorro: en su Señor. Han escogido la mejor parte. Eso es verdad. Pero es verdad que su vida y sus casas son monumentos que muestran una cultura valiente y evocadora que podemos perder, si entre todos no abordamos el tema siguiente: la vida centrada en Cristo, como el tesoro escondido; la vida entregada «para siempre, siempre», de por vida, es posible y necesaria. Estamos cansados de muchas vaciedades, cosas que nos aturden y no llenan. Demos gracias a Dios por el don de la vida consagrada de las monjas contemplativas, que tanto embellece el Rostro de Cristo, que resplandece en su Iglesia.