La victoria del bien - Alfa y Omega

La semana del 18 al 25 de enero en Ucrania, como en otros países, los cristianos rezamos por la unidad de los discípulos de Cristo. Aquí podéis ver una foto tomada durante una de las oraciones en la catedral grecocatólica de Kiev. En ella podéis ver a Sviatoslav Shevchuk, cabeza de la Iglesia grecocatólica ucraniana, al que firma este artículo y al obispo Michael Anishchenko de Koman, exarca del Patriarcado ecuménico en Ucrania.

Cuando escribo sobre esta celebración y sobre la urgencia de que los que nos consideramos discípulos de Cristo todavía necesitamos mucha oración para dar un testimonio fraterno de fe, siento que la falta de unidad es algo escandaloso. Especialmente en estos tiempos, cuando me pregunto por qué Dios permite guerras en países cristianos. La respuesta que me viene espontáneamente a la mente es un claro ¡no! Si todos viviéramos como hermanos —y somos hermanos, no solo los cristianos, musulmanes o hebreos, sino toda la humanidad—, casi con toda seguridad nuestro Señor no habría permitido ni siquiera que empezara la obra satánica de la guerra.

Pero aquí aparece una gran sorpresa que quería compartir con todos los lectores. Hace unos días participé en una reunión con cinco oficiales del famoso batallón de Azov. Son parte de los combatientes sobre los que oímos tantas noticias entre marzo y mayo del año pasado durante el asedio de Mariúpol. Los cinco que vinieron a la reunión se rindieron en mayo y fueron intercambiados —y liberados— en septiembre pasado. Compartieron cosas conmovedoras, como el hecho de que la mayor parte de los integrantes de Azov habla ruso pero se identifican profundamente con Ucrania. Ahora bien, la mayor sorpresa llegó cuando alguien planteó una pregunta y uno de los oficiales respondió.

—Cuando habláis de vuestra lucha por la victoria, ¿a qué os referís?

—Yo luchaba y sigo luchando, no contra nadie ni por el Gobierno de Ucrania, sino por el futuro de mi país y del pueblo ucraniano. No quiero verlo corrompido y desunido, sino como un país desarrollado, libre de corrupción y unido en el corazón de la gente.

Al escuchar estas palabras pensé para mis adentros que este oficial, a pesar de haber luchado duramente y de pasar cuatro meses como prisionero de guerra, tiene el corazón libre de odio y un interés por trabajar por un país hermoso y unido.

¡Bendito sea Dios! Ese joven oficial de las Fuerzas Armadas nos está dando un ejemplo, incluso a nosotros, representantes de las iglesias.