La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal y la legislación familiar. Una tarea para toda la Iglesia
Vivimos en «una sociedad enferma». Los problemas, en buena parte, se explican por ideologías que difuminan la naturaleza del matrimonio y de la familia, porque se han construido a partir de una imagen errónea de la sexualidad humana. Éste es uno de los mayores retos que afronta hoy la Iglesia en España, según el documento sobre La verdad del amor humano, presentado ayer en la sede de la Conferencia Episcopal Española. «Nadie en la comunidad eclesial puede pasar y desentenderse», advierten los obispos
Tras quedar introducidos y aprobados los últimos retoques en el texto, ayer se presentó el documento La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar. La autoría es de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, aunque, en su redacción, haya tenido el lógico protagonismo la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida. En sus últimos encuentros, los obispos han introducido varias matizaciones y añadidos al texto, hasta conformar un documento llamado a servir de referencia en un terreno en el que se libra hoy una decisiva batalla cultural en Occidente.
En esencia, los obispos españoles advierten de que el sexo no debería considerarse un mero asunto privado, que cada cual deba vivir como mejor le plazca. Es peligroso banalizar la sexualidad, porque la felicidad del ser humano demanda una adecuada comprensión de la sexualidad humana, argumentan. Depende de ella la estabilidad del matrimonio y de la familia, a su vez indispensable para conformar una sociedad cohesionada. Por el contrario, la degradación de la relaciones interpersonales en nuestros días, la prostitución, el aumento de las adicciones y otros elementos que conforman el cuadro de «una sociedad enferma» tienen aquí su explicación.
El documento explica que la vía preferente para la Iglesia es la propuesta en positivo y la educación, aunque no teme levantar la voz para la denuncia pública, «si la situación lo reclama». Y éste es hoy el caso. Los obispos consideran que, desde hace más de 10 años, se ha producido una progresiva devaluación de la familia en la legislación española, que propaga y lleva a lo que, «sin eufemismos, podía calificarse como una cultura de la muerte». En el terreno legal, el documento cita leyes e iniciativas, como la ley del aborto, la aprobación del matrimonio homosexual; el divorcio exprés, la libre comercialización de la píldora del día después; la imposición de la asignatura Educación para la ciudadanía…
El amor conyugal
La propuesta de la Iglesia en materia de sexualidad podría resumirse en una sola frase: Alma y cuerpo son indisociables. La persona «no puede relacionarse con su cuerpo como si fuera algo ajeno a su ser», ni con el suyo propio, ni con el cuerpo de los demás. «Relacionarse con el cuerpo es hacerlo con la persona: el cuerpo humano está revestido de la dignidad personal», afirma el documento.
De ese modo, el ser humano se configura como mujer o como varón. «El espíritu se une a un cuerpo que necesariamente es masculino o femenino», y ambos sexos se complementan, después, en el amor conyugal, que Benedicto XVI ha presentado como «arquetipo por excelencia» del amor humano, recuerda el texto. Es un «amor comprometido», que se fundamenta en la voluntad de compartir todo un proyecto común de vida. De ahí la exigencia de «fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don de vida», que son los requisitos adecuados «a la grandeza y dignidad del amor matrimonial». Ese amor debe ser fiel y exclusivo, «total en la exclusividad y exclusivo en la totalidad». Por eso, «comporta la donación recíproca sin reservas ni condiciones».
«Tiene que ser un amor fecundo, abierto a la vida», porque este amor «rechaza cualquier forma de reserva y, por su propio dinamismo, exige abrirse y entregarse plenamente».
El valor de la carne
Para hacer posible ese tipo de entrega total, es necesario haber recorrido un período de aprendizaje, cuyo punto central es la castidad. La castidad «proyecta la luz que, al mover a la libertad a hacer de la existencia una donación de amor, indica también el camino que lleva a una plenitud de vida». Hay muchos fracasos vitales asociados a una inadecuada comprensión de la sexualidad, que hace que, a muchas personas, les resulte «muy difícil construir una vida plena que valga la pena ser vivida», advierten también los obispos.
Por ello, el documento considera necesario «evitar una interpretación narcisista de la sexualidad. Si se comprende como un simple sentirse bien con uno mismo, la verdad del amor humano queda eclipsada». Los obispos rechazan las concepciones puramente materialistas del cuerpo humano, pero también denuncian el espiritualismo de corte puritano, que menosprecia o condena el papel de la sexualidad.
Otro reto a superar, que señalan, es «la concepción romántica y subjetivista del amor, que presupone «una idea de libertad como mera espontaneidad, sin otro compromiso que el que se funda en las emociones». De ahí resulta la concepción del vínculo matrimonial «como un estorbo, y su estabilidad, como la cárcel del amor». Pero de este modo, al ignorarse «la roca firme del compromiso de la voluntad racional protegida por la institución» del matrimonio, el amor queda «sometido al vaivén de las emociones, efímeras por naturaleza», y se derrumba «más pronto que tarde», al mínimo contratiempo.
La ideología de género
La ideología de género es señalada, a lo largo de todo el documento, como una grave amenaza. Esta ideología alimenta el actual «proceso de deconstrucción de la persona, el matrimonio y la familia… Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Después, la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado amor libre. Luego, la práctica de la sexualidad sin amor. Más tarde la producción de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.) Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la sexualidad de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un dato anatómico, sin relevancia antropológica». Se trata ahora de que cada cual puede «elegir configurarse sexualmente como desee». En otras palabras, «hombre y masculino podrían designar tanto un cuerpo masculino como femenino; y mujer y femenino podrían señalar tanto un cuerpo femenino como masculino».
Subyace a todo ello una «cultura pansexualista», en la que se postula «usar el sexo como un objeto más de consumo». El último frente de batalla es la educación, «porque el objetivo será completo cuando la sociedad, —los miembros que la forman— vean como normales los postulados que se proclaman. Eso solo se conseguirá si se educa en ella, ya desde la infancia, a las jóvenes generaciones». Es el caso de Educación para la ciudadanía o de «las exigencias que se imponen, en materia de educación sexual», con la ley del aborto.
Más familia
Frente a esos ataques, se necesita más familia. Afirma el documento de los obispos: «La familia es una lámpara, cuya luz no puede quedarse en el ámbito privado. Está llamada a brillar y ser motor de sociabilidad».
Es cuestión de supervivencia, individual y colectiva. Lo primero, porque no hay otro antídoto «en una sociedad cada vez más individualista, en la que la consideración de las personas viene a medirse por el beneficio que reportan, no por lo que son», algo que sólo aporta la familia. Y lo segundo, porque, sin más familia, «el desierto demográfico de nuestro país tendrá en breve tiempo consecuencias muy negativas para el sistema social y económico».
Falta en España apoyo de la Administración al matrimonio y la familia. Salvo «algunas ayudas económicas coyunturales», las leyes «no sólo han ignorado el matrimonio y la familia, sino que los han penalizado», originando una «desvalorización sin precedentes» del matrimonio. Con el divorcio exprés, por ejemplo, el matrimonio se ha convertido «en uno de los contratos más fáciles de rescindir», lo cual «indica que la estabilidad del matrimonio no se ve como un bien que haya que defender. Se considera, por el contrario, como una atadura que coarta la libertad y espontaneidad del amor. No cuentan el dolor y el sufrimiento que quienes se divorcian se causan a sí mismos y, sobre todo, a los hijos cuando, ante los problemas y dificultades que pudieron surgir, se procede con precipitación irreflexiva y se opta por la ruptura de la convivencia».
Signos de esperanza
A falta de reconocimiento público del valor social del matrimonio y la familia, en cambio, «sí se observa una creciente revalorización, por parte de la sociedad». Éste es, para los obispos, un signo de esperanza, al que añaden la «multiplicación de movimientos y asociaciones a favor del derecho a la vida y de la familia. «Los obispos animamos a todos, pero de manera especial a los fieles católicos, a participar» en este tipo de asociaciones, dice el documento. Y, en particular, sostienen que «es un derecho y un deber de los ciudadanos mostrar su desacuerdo e intentar la modificación de la ley que redefine el matrimonio eliminando su contenido específico».
Advierten, eso sí, de la necesidad de más formación en estos temas. «Sólo entonces será posible alimentar la convicción que permita empeñarse personalmente en favor de la regulación justa del matrimonio y de la familia en el ordenamiento jurídico. La familia, la parroquia, la escuela y los medios de comunicación están llamados» a involucrarse más activamente. En particular, los obispos señalan la importancia de ganar la batalla del lenguaje, para que las palabras vuelvan a «distinguir realidades que, por ser diferentes, nunca puden equipararse».
La preparación al sacramento del Matrimonio y el acompañamiento de las familias son también puntos estratégicos. «Se han de emplear todos los medios para llegar al mayor número de personas». Por ejemplo, hay que prestar ayudas a las familias, a través de los Centros de Orientación Familiar, los Centros de formación en métodos naturales de conocimiento de la fertilidad, los Institutos de ciencias y estudios sobre el matrimonio y la familia, institutos de bioética…
«Nadie en la comunidad eclesial puede pasar y desentenderse» de esta batalla, advierten los obispos. Pero si alguien tiene una responsabilidad directa son los propios matrimonios cristianos. «Porque son ellos, sobre todo, los que, con el testimonio de sus vidas, harán creíbles a quienes les contemplan la belleza del amor que viven y les une. Nunca se debe olvidar que en todo corazón humano anidan unos anhelos que despiertan siempre ante el bien y la verdad».
No les vendría mal, eso sí, un poco de ayuda de los políticos católicos, que «deben tener presente que, como servidores del bien común, han de ser también coherentes con su fe». Al promover leyes «acordes con la verdad del amor humano, no imponen nada a nadie», sino que actúan conforme a «la recta razón de la Humanidad».
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