La verdad como recompensa
El periodista se dedica a sembrar el mundo de palabras ciertas, murallas ante la resignación, luces que se resisten a ser apagadas
Estoy seguro de que los ladrones deben de sentir miedo antes de un gran atraco. También el novio, instantes antes del «sí, quiero». Pero tanto uno como otro esperan un premio, una recompensa, se alimentan de una esperanza que, de algún modo, alivie la incertidumbre. En México ya son cuatro los periodistas asesinados en lo que llevamos de año. El último se llamaba Roberto Toledo y fue tiroteado la semana pasada en el garaje del medio de comunicación en el que colaboraba. Tuvo que sentir mucho miedo cuando vio acercarse a sus verdugos, sabiendo como sabía lo que iba a pasar, como lo saben todos los periodistas fronterizos que investigan a corruptos, narcotraficantes y allegados. «En México no sabemos perder ni ganar con verdadero espíritu deportivo», dice uno de los cientos de personajes de 2666, la inmensa novela de Bolaño. Y añade: «Claro que aquí perder significa morir y ganar, a veces, también…». ¿Por qué voy a morir?, puede que se preguntara Toledo. O, más bien, ¿para qué?, que es la pregunta última por excelencia, la que nos alivia ante el estupor de lo imposible, de lo inútil, de lo injusto. También debió de hacerse esas preguntas Lourdes Maldonado, asesinada en Tijuana el 23 de enero. Ella también sabía. Tanto es así que llegó a decírselo al presidente López Obrador en una conferencia de prensa de 2019. Pero decirlo en alto, decirlo incluso delante del presunto jefe, no le sirvió para esquivar la muerte. El propio presidente ataca constantemente la labor de los periodistas. Recientemente llamó «mercenario» a un informador que había desvelado la suculenta vida que lleva uno de sus hijos en Estados Unidos. Establecer una conexión entre una cosa y la otra puede ser injusto. No hacerlo sería aún peor. Hace unos días se produjeron en el país multitudinarias protestas por la impunidad con la que se asesinan periodistas allí, 148 en lo que llevamos de siglo. Pero volvamos a la pregunta pertinente. ¿Para qué se juega la vida un periodista? Para contar una noticia, en primer lugar. ¿Qué es una noticia? Algo que es verdad y cuyo conocimiento es importante para construir una sociedad más informada y, así, más libre. Por lo que el periodista se dedica a sembrar el mundo de palabras ciertas, palabras que son flores en el desierto, murallas ante la resignación, luces que se resisten a ser apagadas. Denunciar al corrupto, señalar al mentiroso, cercar al criminal: el periodista y su palabra, que es performativa, nos introducen en la realidad. Y ese es el verdadero problema para los enemigos de la luz, ya que, como dijo Chesterton, «la verdad se ve como un golpe bajo, como un puñal en la espalda». Ese clavel solitario puede que sea falso, a lo mejor ni siquiera es un clavel, pero encierra una gran realidad: la verdad antecede al periodista, no es creada por él, su relación con ella es de búsqueda. Cuando la encuentra solo puede comunicarla. No tiene otra opción. ¿Para qué cuento esta verdad? Para que no se pierda, para que el mundo sepa, para que el bien gane una pequeña batalla.