La Trinidad de Rublev, icono de la hospitalidad
Hace 600 años que el monje ruso Andrei Rublev inició la creación de su icono más emblemático, un pequeño tratado de teología en el que subyace el ideal de hermandad, amor y fe
Uno de los iconos más famosos de la historia es la Trinidad de Andrei Rublev, un monje del monasterio ortodoxo de San Sergio y la Santísima Trinidad, que empezó a realizar esta obra hacia 1422, hace ahora 600 años. Rublev también es conocido por ser el protagonista de una película del cineasta ruso Andrei Tarkovski, de más de tres horas de duración y con una fuerte carga simbólica expresada en blanco y negro, si bien en los minutos finales asistimos a una explosión de belleza y colorido con la puesta escena de sus principales iconos, entre ellos el de la Trinidad.
Nada más lejano en aquel filme al cine histórico, pese a estar ambientado en una época en que la cristiandad rusa se enfrentaba al yugo de los tártaros. Trata de la naturaleza del trabajo creador de Rublev, que tiene más de escritura que de pintura. La Trinidad es un pequeño tratado de teología que combina el Antiguo y el Nuevo Testamento, en el que subyace un ideal de hermandad, de amor y de fe. Se cuenta que Rublev, a sus 65 años, recibió del monje Teófanos el encargo de realizar el icono. El detalle añade otra simbología a esta obra en la que aparecen los tres ángeles que visitaron a Abrahán y le anunciaron el nacimiento de su hijo Isaac, pese a que él y su esposa Sara eran de edad avanzada.
Al igual que algunos personajes del Antiguo Testamento, Rublev no tuvo en cuenta los condicionantes físicos para emprender una tarea que consideró un mandato divino. Lo hizo superando la historia y la temporalidad, sin representar a Abrahán y a Sara, tal y como hicieron los artistas occidentales. Estos se centraron en el saludo del patriarca a unos desconocidos, pero en el icono de Rublev, como en todo el arte cristiano ortodoxo, el núcleo central es de la hospitalidad, resaltada en una mesa con un cáliz en el centro.
No es un icono narrativo, sino contemplativo. El icono es una obra tan rica en símbolos que se presta a toda clase de análisis y reflexiones, sobre todo teológicas. Podemos contemplar a tres personas de rostros juveniles, muy semejantes entre sí, aunque no por completo, y que comparten el color azul, símbolo de la divinidad. Los tres parecen recrearse en un apacible diálogo. Sus cuerpos son exageradamente alargados, como si quisieran representar a la vez la corporeidad y la incorporeidad. Todos llevan el bastón de peregrinos, lo que evoca la idea de la hospitalidad. El icono va más allá de la hospitalidad de Abrahán, del hecho de un Dios trinitario que se deja acoger. Rublev nos está presentando a un Dios que invita y tiene una mesa dispuesta para nosotros. En esa mesa el personaje central es Jesús, el Hijo de Dios, vestido con una túnica roja, símbolo de su amor sacrificial. En su hombro derecho lleva una estola amarilla, símbolo sacerdotal y de la Iglesia fundada por Él. Jesús parece hablar al ángel situado a nuestra izquierda, representación del Padre, e inclina un poco la cabeza como queriendo indicar que acepta dócilmente su voluntad al tiempo que su mano bendice el cáliz de la mesa. El Espíritu Santo es el ángel a nuestra derecha y su cabeza se inclina en dirección al Padre y el Hijo, pues Cristo se hace presente en la Eucaristía por la efusión del Espíritu.
Decía Andrei Tarkovski que la Trinidad se puede ver como un icono o como una magnífica pieza de museo. No la vemos como la vieron sus contemporáneos, mucho más atentos a los detalles del mensaje transmitido por el artista, pero el icono aguarda nuestras miradas y oraciones para captar su contenido humano y espiritual.