El pontificado reformador de Francisco hundió sus raíces tanto en la figura singular del jesuita Jorge Mario Bergoglio como en su arraigo en la Iglesia latinoamericana y su participación en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño celebrada en el santuario mariano de Aparecida (Brasil). También, en su compenetración con la Iglesia en mi país y con nuestra teología postconciliar en la Argentina contemporánea. Francisco y Aparecida se reflejan mutuamente.
Francisco del fin del mundo representó la voz del sur global al corazón de la Iglesia. Con el Papa sudamericano se afianzó el protagonismo de los pobres, descartados y periféricos. Este proceso eclesiológico acelera el paso a una Iglesia efectivamente intercultural por el intercambio de dones entre iglesias. Ya Yves Congar pidió un nuevo equilibrioentre el modelo de comunión vivido por las iglesias del primer milenio y el de la Iglesia universal unificada y centralizada del segundo.
El Papa argentino se expresó en esta dirección, como se lee en su último libro autobiográfico: «La Iglesia seguirá adelante y, en su historia, no soy sino un paso. El papado también madurará; espero que también madure mirando hacia atrás, que cada vez más desempeñe el papel del primer milenio […] La Iglesia que camina será cada vez más universal, y su futuro y su fortaleza llegarán también de Latinoamérica, de Asia, de la India, de África, y eso ya puede apreciarse en la riqueza de las vocaciones».
Las teologías del Papa Francisco
Hay muchos escritos sobre la teología del Papa Francisco. Aquí hago tres aclaraciones preliminares. La primera: antes de ser obispo, Bergoglio fue párroco y profesor, y enseñó Teología Pastoral Fundamental. Me tocó sucederlo en esa cátedra en la Facultad de Teología del Colegio Máximo de los jesuitas argentinos en 1991. Luego, como arzobispo de Buenos Aires y Obispo de Roma, fue un pastor entregado y un pastoralista lúcido, e hizo teología a su modo. Porque no solo la teología sistemática, que enseñó Benedicto XVI, es teología. Pertenecen a la única ciencia teológica también la historia de la Iglesia que enseñó Juan XXIII y la teología pastoral que pensó y dictó Francisco.
En segundo lugar: toda su teología tiene una impronta pastoral, sobre todo cuando desarrolla diversas teologías de la vida cristiana personal y comunitaria: la praxis evangelizadora (Evangelii gaudium), la convivencia social (Laudato si y Fratelli tutti), la vida familiar (Amoris laetitia), el itinerario espiritual (Gaudete et exsultate). Como culminación de estas distintas dimensiones de la vida en Cristo en 2014 publicó Dilexit nos, donde profundizó en la cristología al meditar sobre el amor de Cristo. Pero todos sus grandes documentos tienen contenido teológico. Por ejemplo, la encíclica sobre la santidad Gaudete et exsultate previene de las tentaciones teológicas del gnosticismo y el pelagianismo que afectan la espiritualidad y la pastoral, y promueve una teología integral e integradora de la salvación, la santidad y la sabiduría.
Por último: hay muchos escritos suyos sobre la teología y su aporte a una Iglesia en salida misionera, como el «Proemio» de la constitución Veritatis gaudium de 2017 sobre las universidades pontificias católicas y las facultades de Teología. Solo indico un texto de 2023 que resume su concepción sapiencial, pastoral, sinodal, profética, contextual e interdisciplinaria de la teología. Me refiero a la carta que dedicó a la Academia Pontificia de Teología, de la cual soy miembro de número. Aquí me limito a sintetizar puntos centrales de la teología de Francisco referidos al núcleo de nuestra fe cristocéntrica y trinitaria, con algunas resonancias eclesiológicas, pastorales y sociales.
El cristocentrismo trinitario de nuestra fe
Jesucristo es el centro del centro, centrado en el Padre y centrador por el Espíritu. El cristocentrismo trinitario expresa el único centro bipolar de la fe cristiana. La expresión más popular de la fe católica es el gesto de hacer la señal de la cruz sobre el pecho y la frente: invocando con la palabra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y se confiesa con el gesto a Cristo, que nos salva en la cruz pascual. Dios es Amor en la comunión originaria y eterna del Padre, el Hijo y el Espíritu.
La Iglesia discipular misionera está llamada a una evangelización kerigmática centrada en Jesucristo y la Trinidad. El kerigma es el amor misericordioso del Dios-Amor por su Hijo y en el Espíritu. «El kerigma es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre» (EG 164). El corazón de la fe se puede sintetizar en tres textos bíblicos muy citados por Francisco. El primero, de san Juan, anuncia que «Dios es Amor» (1 Jn 4,8). El segundo, de san Pablo, enseña: «Lo más importante es el amor» (1 Co 13,13). Ambos autores expresan el amor de Dios en Cristo, que nos llama a amar. «Nos amó y se entregó por nosotros» (Rm 8,37); «nos amó primero» (1 Jn 4,10).
El Espíritu Santo es el nexo de amor entre las personas divinas y el nexo de la comunión en la Iglesia (EG 130-131, 220). Francisco enseñaba que el Espíritu realiza en la Iglesia una armonía de las diferencias.El don de Dios «construye la comunión y la armonía del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo» (EG 117).
Su última encíclica —a diferencia de las otras que consideran distintos aspectos de la vida en Cristo, como señalaré— se concentra en el amor de Jesucristo, que es divino y humano, y está simbolizado en su Corazón misericordioso. Una de las secciones más teológicas se titula «Perspectivas trinitarias». Se concentra en la relación de Cristo al Padre (DN 70-74) y al Espíritu (DN 75-77). El Corazón del Hijo nos revela el misterio del Padre, a quien llama «Abba» (Mc 14,36) y, dándonos su Espíritu, nos hace hijos y permite llamarlo del mismo modo (Ga 4,6). Por él creemos en un único Dios y un solo Señor: «Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo» (2 Co 1,3). También creemos y rezamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso Francisco dice: «Nuestra relación con el Corazón de Cristo se transforma bajo el impulso del Espíritu, que nos orienta hacia el Padre, fuente de la vida y último origen de la gracia […] De ahí que la liturgia, bajo la acción vivificadora del Espíritu, siempre se dirige al Padre desde el Corazón resucitado de Cristo» (DN 77).
La revolución de la ternura del Buen samaritano
El Obispo de Roma proclamaba a la Trinidad como el Dios «rico en misericordia» (Ex 34, 6; Ef 2,4) se refleja en el rostro de Jesucristo. El Papa repetía: «El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura» (EG 88). En los años 80 Jorge Bergoglio gestó esa expresión original miraba la imagen de la Piedad. Cuando era arzobispo de Buenos Aires, en sus mensajes navideños contemplaba la imagen del Niño Jesús y afirmaba que «Dios es ternura». En el lugar donde el Papa vivía y recibía se podía ver su icono de la Virgen de la Ternura. El Obispo de Roma decía que «el nombre de Dios es misericordia». De esta forma asumía la antigua cuestión de los nombres divinos. El Amor de Dios se dirige a todos los míseros que sufren las tremendas miserias del mal, el pecado, el dolor y la muerte. La reforma de la Iglesia busca comunicar ese amor misericordioso.
Hace una década escribí que la misericordia era el principio hermenéutico de este pontificado, según la sentencia de Jesús: «Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,26). El 8 de diciembre de 2015 Francisco abrió la Puerta del Jubileo de la Misericordia en el cincuentenario del Concilio, la gran puerta que la Iglesia abrió para encontrarse con los hombres de nuestro tiempo y llevar a todos la alegría del Evangelio. Francisco repetía que el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura que genera una plenitud de humanidad. El primado teologal de la caridad se expresaba en la lógica paradojal de la misericordia pastoral que discierne y acompaña.
María es «vida, dulzura y esperanza nuestra». «Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño» (EG 288). La Conferencia de Aparecida decía que «nuestros pueblos […] encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María» (A 265). Desde 1531, en el Tepeyac, el rostro moreno de la Virgen de Guadalupe lleva al pueblo en la pupila de sus ojos y lo cobija en el hueco de su manto (EG 286). Las peregrinaciones a los santuarios expresan el amor teologal y la comunión de los santos. El peregrino parte movido por la fe, camina animado por la esperanza y, al llegar contempla con amor. «La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio […] Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual» (A 260).
Homo viator: peregrinos en la esperanza
Jorge Bergoglio siempre comprendió la vida como un camino de búsqueda y encuentro con Dios. «¡Qué buena la palabra camino! En la experiencia personal de Dios no puedo prescindir del camino. Diría que a Dios se lo encuentra caminando, andando, buscándolo y dejándose buscar por Él. Son dos caminos que se encuentran. Por un lado, el nuestro que lo busca, impulsado por este instinto que fluye del corazón. Después, cuando nos encontramos, nos damos cuenta de que Él nos buscaba desde antes, nos primereó. La experiencia religiosa inicial es la del camino: “Camina hasta la tierra que te voy a dar”. Es una promesa que Dios le hace a Abrahán. Y en esa promesa, en ese camino, se establece una alianza que se va consolidando en los siglos. Por eso digo que mi experiencia con Dios se da en el camino, en la búsqueda, en dejarme buscar. Puede ser por diversos caminos, el del dolor, el de la alegría, el de la luz, el de la oscuridad».
La vida es una peregrinación movida por una doble atracción: el deseo impulsa a ascender hasta Dios y su amor viene a nosotros. Ambos senderos se unen en Cristo, el Camino. Abrahán, el padre de las tres religiones monoteístas, es el tipo bíblico del caminar hacia una doble trascendencia, como enseñó el cardenal Jorge Mario Bergoglio en la homilía de la Misa que presidió en Aparecida en mayo de 2007. El peregrino, con la fuerza del Espíritu, se eleva a adorar el misterio de Dios y se lanza a evangelizar a las periferias existenciales. La esperanza es la virtud del peregrino.
El Papa jesuita creía que a Dios se lo encuentra caminando porque Él nos sale al paso primero. Es sugestivo un diálogo de la película de ficción Los dos papas. En el supuesto escenario de los jardines de la residencia de Castel Gandolfo se encuentran el Papa Benedicto y el cardenal Bergoglio, porque el Pontífice bávaro debe seguir un horario en las caminatas por su salud. En una pausa se da un hipotético diálogo a partir de la realidad que cambia permanentemente. Benedicto afirma que Dios no cambia; Bergoglio expresa que él se acerca a nosotros. Cuando el alemán recuerda la frase de Jesús «yo soy el Camino» y pregunta: «¿Cómo lo encontraríamos si está siempre moviéndose?», el argentino repregunta: «¿En el camino?». Luego Benedicto duda en avanzar por una zona oscura que no conoce y Bergoglio acota «quizás por allí, donde hay sombra». El Papa reacciona con humor: «Quizás ahora encontremos a Dios en el camino. Los presentaré». Y siguen el paseo…
Francisco expuso una renovada comprensión de la Iglesia como pueblo de Dios peregrino, sinodal y misionero. Al celebrar el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos, dijo: «El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio». Con la parresia del Espíritu agregó: «Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra Sínodo» y «la sinodalidad es dimensión constitutiva de la Iglesia». La cristología del Camino y la antropología de la peregrinación fundan la eclesiología de la sinodalidad. La sinodalidad depende de la presencia y la acción del Espíritu Santo, el protagonista de la sinodalidad y la misión de la Iglesia.
La novedad y la alegría del Evangelio de Jesucristo
Jesucristo es el Evangelio de Dios (Mc 1,1; Rm 1,3). La Iglesia debe transparentar la novedad siempre nueva del Evangelio sine glossa. Francisco destacó la absoluta novedad de Jesucristo. «Cristo es el “Evangelio eterno” (Ap 14,6), y es “el mismo ayer y hoy y para siempre” (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por “la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios” (Rm 11,33)» (EG 11).
La cristología de la novedad se abre a la espiritualidad de la sorpresa y a la alegría de la esperanza. Por eso, otra clave espiritual, teológica y pastoral de este papado fue la alegría evangélica y evangelizadora. En su discurso a la Congregación General de los jesuitas, el Papa dijo: «En las dos exhortaciones apostólicas —Evangelii gaudium y Amoris laetitia—, y en la encíclica Laudato si, he querido insistir en la alegría». La Iglesia contemporánea vive un tiempo de la alegría, paralelo al tiempo de la misericordia. El inicio simbólico de esta gracia fue la proclamación del discurso inaugural de Juan XXIII en el Concilio, titulado Gaudet Mater Ecclesiae. La carta magna de la alegría y la esperanza es la constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II en 1965; su eco espiritual se halla en la exhortación Gaudete in Domino, de Pablo VI en 1975, y, a través del reiterado llamado a la alegría de la fe de los Papas siguientes, llega hasta la Evangelii gaudium de 2013.
Desde 1975 Bergoglio meditaba el llamado de san Pablo VI a cultivar la dulce alegría de evangelizar. Lo hizo en la congregación previa al cónclave de 2013 y lo repitió en su primera exhortación (EG 9-11). Pablo VI situó a la alegría como punto culminante de una espiritualidad pastoral. «Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas» (EN 80). El Papa argentino actualizó la idea con estas palabras: «La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera» (EG 21).
La misión simbolizada en el nombre Francisco
Nomen est omen. Nombre es misión. El Papa jesuita eligió el nombre de san Francisco, el Poverello, al escuchar el consejo del cardenal Claudio Hummes, quien le recordó la frase dicha a san Pablo: «No te olvides de los pobres» (Ga 2,10; cf. EG 193-196). Ningún predecesor suyo tomó el nombre de Francisco, cuya figura tiene una potencia renovadora permanente. En su peregrinación a Asís, en 2013, el Papa recordó la unión de san Francisco con Jesús, que lo convirtió en un alter Christus, y su entrega a la misión recibida al servicio de la Iglesia: «Repara mi casa». El Obispo de Roma expuso tres rasgos antropológico-sociales: el amor a los pobres desde su abrazo a la Señora Pobreza; el carisma pacificador cifrado en el lema Paz y bien; la fraternidad con lo creado expresada en la alabanza del Canto de las creaturas. El nombre Francisco expresa la unión con Cristo, impulsa la renovación de la Iglesia y responde a tres grandes dramas actuales: pobreza, paz, creación.
En su exhortación Evangelii gaudium, el Papa argentino formuló la dimensión social de la fe y afrontó las cuestiones de los pobres y la paz (EG 176-185) por su relación conel futuro (EG 185). Cuando se refiere al pueblo más pobre invita a compartir la actitud del santo de Asís: «Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos» (EG 216). En la encíclica Laudato si destacó el carisma del santo de Asís por su armonía con Dios, los otros y la naturaleza (LS 10-12). Ese texto socioambiental asocia la lucha por la justicia, que escucha el clamor del pobre, con el cuidado de la casa común, que oye el grito de la tierra, procurando una ecología integral. Laudato si y Frattelli tutti desarrollan el magisterio social asumiendo los nuevos desafíos del siglo XXI.