La taberna que forma a exmenas
Álvaro Martínez, integrante de la Mesa por la Hospitalidad, ha montado ex profeso un restaurante que es una lanzadera de vida para jóvenes en situación de vulnerabilidad
La Mesa por la Hospitalidad de la Iglesia en Madrid cambió la vida de Álvaro, y de ahí, en cascada, la de todos los que se han cruzado en su camino. Dedicado desde siempre a la consultoría informática, lo ha dejado todo por dar trabajo a jóvenes migrantes, muchos de ellos exmenas, y ofrecerles así el «empujón que necesitan para ser independientes». Para ello ha puesto en marcha la taberna La Magdalena, aunque él nunca habla de negocio, empresa o trabajo, sino de proyecto. «Ahora es el momento más feliz de mi vida; me conoces hace año y medio y soy otra persona», afirma.
Inauguró La Magdalena el pasado 15 de marzo, en el distrito de Tetuán, y cada vez les va mejor. Ahora está «peleando la terraza», pero «estoy muy contento». Tiene con él a Víctor, el encargado, con más de 30 años de experiencia en hostelería y «muy amigo», al que rescató de este paro que ha traído la COVID-19. Cuenta con dos jefes de cocina y ha contratado a siete chavales para el proyecto: tres en cocina y otros tres –más uno en prácticas que acabará contratado– en barra. «Se les hace una oferta de un año a jornada completa y por el salario mínimo», sin ninguna expectativa de subida, «porque quiero que salgan de aquí algún día». «Esto te atrapa porque te enganchas a las personas desde el momento en el que les miras a los ojos».
No es el primer encuentro que Álvaro ha tenido con los más vulnerables. Con 20 años estuvo de voluntario en Argentina en una misión de los agustinos, pero «me volví porque el obispo estaba empeñado en que fuera al seminario», algo que él «no veía», y ríe. Estaba reservado para la Mesa por la Hospitalidad, la respuesta coordinada de la Iglesia en Madrid a los retos migratorios.
Álvaro comenzó en 2018 acompañando de noche a los migrantes solicitantes de asilo y refugio que necesitan acogida de urgencia porque están en situación de calle. Cuando le propusieron formar parte del equipo de coordinación operativa empezó a conocer mejor «la realidad de esta gente». Su aprendizaje lo completó la pandemia: estuvo visitando diariamente a los 13 refugiados que se quedaron confinados en la casa San Agustín y Santa Mónica, centro de acogida de Cáritas Diocesana de Madrid cedido a la mesa. Como la acogida de la mesa es temporal, a dos de estos chicos se los llevó a vivir consigo, durante ocho meses, hasta que pudieron volar. Y en este punto de la conversación, no puede evitar emocionarse hasta las lágrimas. «Son tu familia», resume. Y le resuenan algunas de las palabras de Francisco: «Hay que pararse a hablar, a conocer, hay que olvidar prejuicios, miedos».
Salir del círculo
Para salir adelante, estos chavales con los que él trata –«magrebíes la mayoría porque como ahora los aeropuertos han estado cerrados…»– tienen dos barreras: «el acceso a la vivienda, ya que no pueden alquilar porque les piden nóminas; y el acceso al trabajo, porque si no tienes una vivienda donde poder mantener un mínimo de cuidados…». Un contrato de trabajo que a su vez es necesario para obtener el permiso de residencia. Álvaro se decidió a romper este círculo y, una vez puesta en marcha La Magdalena, ha encontrado un piso grande para alquilar «a diez minutos de aquí» en el que viven los chicos del proyecto. Algunos ya están pensando en irse por su cuenta.
«Son conscientes del voto de confianza que se les da, y estoy superorgulloso de haber podido ampliar sus expectativas». «Me han pasado cosas últimamente muy bonitas, preciosas», como que el teléfono no le paró de sonar durante el Día del Padre. «Yo, que estoy soltero y no tengo hijos…». Y se emociona de nuevo, igual que ese día, «que me pasé llorando desde la mañana hasta la noche». Nos despedimos de Álvaro. Se lleva a un chico de 18 años que llevaba cuatro días durmiendo en la calle junto a Santo Tomás Apóstol, parroquia de San Blas con una enorme actividad caritativa, «a que eche una mano». «Me preocupa que tengan tanto tiempo libre y que se te venga abajo un chaval».
«Yo sé lo que valgo», dice Zayd, a pesar de lo que le puedan achacar algunos como exmena que es (pasó de Tetuán a Ceuta a los 16 años). «Estoy muy contento», se siente seguro en La Magdalena y vive en la pensión de «la señora Mari Carmen», que es como su madre. «Quiero que la gente me recuerde como un buen chico».