Jack, el Destripador, será el asesino en serie con mayor renombre en la historia británica, pero no fue el más letal. Su identidad, jamás esclarecida del todo, contribuye a su aura a través de los siglos. No es el caso del destripador de Yorkshire, que, siento el spoiler, fue finalmente capturado. La sombra alargada (en SkyShowtime) no es, pese a su temática, una serie policial al uso. Porque no hubo un golpe de genialidad, un duelo de inteligencias digno del género. No. La sombra alargada es otra cosa. Una miniserie que, no se confunda el lector, atrapa de principio a fin. En parte porque deseamos, como en tantas series sobre crímenes, poner rostro al mal, banalizarlo, exorcizarlo, llevarlo al barro. Y vaya si esta serie desciende al barro, hasta el lodazal nos lleva a sus espectadores en su verdadera intención: diseccionarnos una de las investigaciones más longevas de la Policía británica. Más de diez años tardaron en dar con el asesino, diez años en los que, de forma impune, este desalmado sembró el terror entre las mujeres de la campiña que inspiró a Tolkien y a Lewis sus obras. Porque ahí radicó uno de los elementos denunciados como causa de tan longevo caso: el machismo, en sus diferentes formas, que llevó a experimentados agentes a despreciar en un principio lo que parecían casos aislados de prostitutas asesinadas, esas desdichadas. La serie, además de darnos pelos y señales de toda la investigación, tiene otro gran acierto: nos lleva a los hogares, al seno familiar de cada una de esas mujeres, las de mala vida y las que simplemente pasaban por el vecindario equivocado en la peor hora posible, coincidiendo con una de tantas rondas nocturnas del asesino de Yorkshire. Esta serie, que es una verdadera joya, lo es porque sabe trascender el género policial para adentrarnos en el retrato de toda una sociedad a través de sus policías, los honrados y los menos ejemplares, y a través de las vidas sencillas que fueron destripadas por un bárbaro, un asesino que, cuando se desvela su identidad, nos devuelve a la reflexión de Hannah Arendt: la banalidad del mal.