La soledad del sacrificio - Alfa y Omega

La soledad del sacrificio

Jueves de la 8ª semana de Tiempo Ordinario. Jesucristo, sumo y eterno sacerdote / Mateo 26, 36-42

Carlos Pérez Laporta
La oración en el huerto de los olivos. Andrea Mantegna. Museo de Bellas Artes de Tours, Francia. Foto: María Pazos Carretero.

Evangelio: Mateo 26, 36-42

Jesús fue con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní, y le dijo:

«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».

Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo:

«Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».

Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro:

«¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

Comentario

«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Jesús buscaba a menudo la soledad para orar. Es necesario ver al Padre a solas para verlo después en todos. Es necesario contemplar el amor que el Padre le tiene para poder Él entregarse por los hombres. Esa distancia con ellos era necesaria para poder entregarse por ellos. Él es el único sacerdote de la humanidad.

Pero aún se lleva a «Pedro y a los dos hijos de Zebedeo» consigo. Sus más cercanos parece que puedan seguirle en todo, parece que con estos sí se pueda realizar su plan. Estos sí parece que puedan cumplir con Él su destino. Sin embargo, Dios le hace presentir su muerte; esto es, su total soledad: «empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”».

Ellos debieron mirarle asustados, porque después de invitarles a orar con Él decide alejarse. «Adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”». Está angustiado, sufre en su corazón humano la soledad total de su destino.

Por eso, «volvió a los discípulos». Quiso ver si eran capaces de estar cerca, de acompañarle al menos de cerca. Si habían entendido la gravedad de la situación, y si le amaban tanto como para no abandonarle. Pero «los encontró dormidos»; no había «podido velar una hora» con Él. No estaban con Él. Estaba solo.

Así, cuando vuelve, asume plenamente la unicidad y soledad de su sacrificio: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».