«La sociedad da la espalda y oprime a las prostitutas» - Alfa y Omega

«La sociedad da la espalda y oprime a las prostitutas»

El fallido intento de condenar el pago por sexo y el proxenetismo ha reabierto el debate sobre la prostitución. «No se puede prohibir sin dar salidas», dice la experta María José Barahona

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Entre un 20 % y un 30 % de los hombres reconoce haber pagado por sexo alguna vez
Entre un 20 % y un 30 % de los hombres reconoce haber pagado por sexo alguna vez. Foto: De San Bernardo.

«Hay intereses y compromisos que impiden a los políticos apostar del todo para embarcarse en la aventura de abolir la prostitución», atestigua María José Barahona, pionera en España a la hora de hablar de la influencia de los clientes y proxenetas en el aumento de este fenómeno en nuestro país. Barahona, que lleva más de tres décadas estudiando este fenómeno y hablando en la calle con las víctimas, abordó recientemente este tema en un acto organizado por la asociación Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres (CIMTM), en el contexto del fracaso de la postura abolicionista en el Congreso hace dos semanas. La propuesta del PSOE de castigar el proxenetismo y multar el pago por sexo se encontró con la oposición de la mayoría de la cámara.

«Protección de las mujeres, lucha contra la explotación por parte de terceros y sanción al pago por sexo: estos son los tres pilares del abolicionismo, pero ningún partido quiere asumirlos de forma completa», abunda Barahona. En su opinión, el intento del PSOE «dejaba a las víctimas completamente desamparadas, porque no daba alternativas a aquellas personas que han decidido salir de este mundo pero no pueden hacerlo. No se puede prohibir sin dar vías de salida», lo cual incluye tanto posibilidades laborales como el acceso a la recuperación psicológica. Sin ello, la criminalización de esta práctica empujaría aún más a las mujeres a la clandestinidad y a la desprotección.

Los que quieren regularizar

«Básicamente, quienes quieren regularizar la prostitución son las mujeres inmigrantes y los transexuales. Las primeras, para poder arreglar legalmente su situación en España. Y los segundos porque tienen una carga de estigma tan grande detrás que muchas veces no tienen otra alternativa para subsistir», explica Barahona.

El debate entre abolición y regularización va más allá de la calle y ha llegado hasta el Congreso pasando por la sociedad civil. La Asociación CATS —Comité de Apoyo a las Trabajadoras del Sexo— destaca en su manifiesto fundacional que la prostitución es «una actividad económica legítima», por lo que pide crear espacios públicos —«barrios rojos»­— donde se pueda realizar libremente su ejercicio. Entre otras demandas, pide «reconocer y respetar la capacidad de las prostitutas de decidir cómo o con quién quieren establecer acuerdos comerciales», y rechaza en cualquier caso el «hostigamiento» que se pueda realizar sobre ellas o sus clientes.

En el otro extremo del debate están los partidarios de la regularización, lo que para Barahona supone «una falta de compromiso no solo con las mujeres, sino con los derechos humanos, porque toda persona tiene su dignidad y la de ellas no se respeta». El problema surge «cuando no se estudia este fenómeno a fondo», critica. Esta propuesta de solución es «la que más daño hace a las mujeres, porque las restringe a zonas concretas y las somete a registros y permisos. Eso conlleva una sanción tras otra, como se ha comprobado en países en los que esta actividad está regularizada». En esos entornos, las prostitutas «son revictimizadas constantemente». Además, «¿cómo es posible que pensemos en legalizar la actividad criminal de un proxeneta?», se pregunta.

Esta experta tiene claro que la prostitución «es violencia y en ningún caso empoderamiento de la mujer. Que haya organizaciones de hombres que te maltratan física y psicológicamente no es dar poder a la mujer. Ellas no están ahí porque quieren, esta es una cantinela falsa». En su experiencia de trato directo con ellas, se trata de mujeres «condenadas» a esta vida, pues no tienen elección al estar maltratadas «social, económica y familiarmente». Por eso, «o se prostituyen o mueren; o las matan o atentan contra su familia».

En este contexto, Barahona cuenta que el problema viene cuando se diferencia entre mujeres que ejercen esta práctica libremente y las que proceden de la trata de personas. «Esta es una distinción que empezó a hacerse en los años 90, pero no responde a la realidad. Esta separación es absurda: lo que existe es una industria del sexo que elimina la libertad y la voluntad de las mujeres», sentencia. Por otra parte, «si tan buena es esta práctica y tanto enriquece la vida laboral y la economía del país, ¿por qué no hay más hombres prostituyéndose? Y si tan bueno es estar sometido a la voluntad de terceros, ¿por qué los hombres no animan a sus hijas a prostituirse?».

María José Barahona durante su intervención en el foro sobre prostitución de la CIMTM
María José Barahona durante su intervención en el foro sobre prostitución de la CIMTM. Foto: Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres.

España es actualmente uno de los países con mayor demanda de prostitución del mundo. Entre un 20 % y un 30 % de los hombres reconoce haber pagado por sexo, según el CIS. «Son hombres los que compran sexo, y son hombres los que se lucran cubriendo esa demanda», señala la experta, para quien los responsables no acaban ahí: «Es la sociedad entera la que da la espalda y oprime a las prostitutas», añade categórica, pues «no solo oprime el que paga o el que negocia con el cuerpo de la mujer, sino también los que callan y miran a otro sitio». Al final, «se condena que estén en las calles y se vea lo que hacen, pero hace falta más». Una legislación efectiva debería «no solo prohibir la visibilidad, sino también el ejercicio, sea donde sea».

¿Y cómo viven todo esto las mujeres? Barahona explica que la mayoría no está de acuerdo con lo que hace, «pero tiene detrás una organización criminal». Con el tiempo, «van disociando lo que hacen y lo que sienten en un fenómeno psicológico perverso y dañino». En ese momento comienzan a justificarse diciendo que son libres y así dan de comer a su familia. Cuando cae este mecanismo de defensa, «comienza el rechazo a la vida que las obligan a llevar y se plantean salir de ella». Es ahí donde la sociedad debe estar, «por simple respeto a los derechos humanos», concluye.

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