La sequía y la guerra en Ucrania amenazan a los refugiados de Palabek (Uganda)
Los salesianos que trabajan en el campo ven peligrar la cosecha con la que intentaban completar la magra dieta de los refugiados sursudaneses. Llegan 450 nuevos cada semana, pero los servicios no se amplían porque «las agencias agotaron sus recursos»
La labor que los misioneros salesianos llevaron a cabo durante la pandemia en el campo de refugiados de Palabek, en Uganda, sigue dando fruto. Cuando todas las demás entidades cerraron, Ubaldino Andrade y sus compañeros no dejaron de trabajar. Mantuvieron abierta su escuela técnica, y la transformaron en una improvisada fábrica de la que salieron 24.000 mascarillas.
El reconocimiento por parte de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) hizo posible una mayor colaboración. «Nos han ayudado a construir un hospedaje para 70 jóvenes de otros campos de refugiados que vengan a estudiar en la escuela técnica». También han construido otro para las chicas, con ayuda de Misiones Salesianas de España e Italia.
Sin embargo, Andrade no se confía. La situación sigue siendo de una gran incertidumbre. «Sigue llegando mucha gente de Sudán del Sur, alrededor de 450 personas cada semana, y ya vamos por 67.000». De momento, el espacio no es problema. El campo de Palabek es un enorme terreno cuadrado de 20 kilómetros de lado, donde podrían vivir hasta 150.000 personas.
Más gente, los mismos medios
Cosa diferente es que los medios y los servicios sean suficientes para atenderlas. Haría falta abrir más pozos y construir más baños. También las escuelas (14 de Primaria y una de Secundaria, pertenecientes al Gobierno) siguen siendo las mismas.
Los servicios no se están ampliando porque «la guerra en Sudán del Sur terminó y se pensaba que no iba a llegar más gente. Las agencias agotaron sus recursos». Ahora no resulta fácil conseguir más, porque «se va todo a Ucrania, y para Palabek ya no hay dinero». El salesiano teme incluso que dentro de poco no solo no haya fondos, sino que las 30 entidades que trabajan en el campo vayan cerrando. «En cuanto hay algún problema abandonan a la gente. Nosotros, con fondos o sin fondos, continuaremos trabajando».
En sus colegios en Palabek, los salesianos intentan recuperar algo parecido a la normalidad después de la pandemia. Y reparar el daño que ha hecho en un ámbito tan importante como la educación. «Uganda cerró los colegios casi dos años; dos años que se han perdido», porque en el campo de refugiados no había medio ninguno para seguir las clases online.
A ello se sumó que muchos padres volvieron temporalmente a Sudán del Sur para intentar lograr algunos ingresos, y dejaron a los niños pequeños a cargo de sus hermanos de 14 o 15 años. «Los niños crecían sin el cuidado de una persona adulta, y en el primer confinamiento 1.000 muchachas se quedaron embarazadas».
Para intentar atajar esta crisis, «organizamos a grupos de jóvenes que iban con material educativo a casa de los chavales y los reunían en grupos debajo de un árbol para hacer actividades educativas y recreativas». Además, les ofrecían una comida al día. También «nos vimos en la necesidad de educar nosotros a los jóvenes, diciéndoles que ser padre y madre es una cosa que Dios quiere, pero a su tiempo».
92 hectáreas de maíz perdidas
Lo que más preocupa al misionero son los alimentos. «De mayo a noviembre es temporada de lluvia, pero no está lloviendo». Los salesianos habían plantado 92 hectáreas de maíz, además de muchas otras plantas, «y estamos a punto de perderlas» todas, en un campo donde el año pasado recogieron 25 toneladas. «Los seis kilos de maíz y tres de alubias que da la ONU al mes por persona no son suficientes». Puede producirse una hambruna, que genere inseguridad y se convierta en una situación explosiva.
Mientras, en algunas regiones «hay lluvias torrenciales en zonas que nunca se habían inundado». «Es lo que siempre están discutiendo los países desarrollados sobre el cambio climático, pero quien más lo sufre es la gente pobre de África, América Latina y Asia». Por eso, subraya que «tú te propones metas de desarrollo, de eliminar el hambre; pero si no cuidamos la tierra es inútil».
Refugiados climáticos
Las condiciones meteorológicas y ambientales también están relacionadas con la continua llegada de refugiados a Palabek. «Mucha gente viene por hambre», explica Andrade. Además, Sudán del Sur sigue sufriendo «conflictos internos entre tribus». Por ejemplo, «los nuer y los dinkas son pastores».
En las zonas donde vivían ya no hay pastos, y para alimentar a su ganado «invaden los territorios de tribus más pequeñas y las obligan a huir». A diferencia de otros países, donde las etnias ganaderas son musulmanas y las de agricultores, cristianas, en este caso se ve que se trata estrictamente de «un conflicto por la tierra».
«Esta gente no te habla del cambio climático, pero está viviendo lo que provoca». Y que, además, ellos mismos agravan. «En el norte de Uganda, la gente está deforestando toda la zona para fabricar carbón» con la madera y «ganar dinero fácil», sin plantar nuevos árboles.
Los salesianos intentan contrarrestarlo y ya han plantado 15.000. Pero haría falta «una política más pensada». Una que, por ejemplo, aprovechara el agua del Nilo, que nace en Uganda y pasa a Sudán del Sur, para regar los cultivos y generar electricidad.
Los refugiados esperaban al Papa
El salesiano, de origen venezolano, también se muestra muy crítico por la actuación del Gobierno sursudanés. Aunque el conflicto ya no es político, denuncia que no se están tomando medidas para solucionar los problemas entre tribus. «Es un escándalo enorme» que esto suceda «cuando todos en el Gobierno son cristianos».
Por eso, esperaban tanto la visita del Papa Francisco a Sudan del Sur, que tuvo que posponer por su dolencia de rodilla. Incluso «estábamos organizándonos para llevar a algunos cristianos y catequistas a Juba, al encuentro con el Santo Padre». «Hay que empujar a los gobernantes para que se den cuenta de que tienen una responsabilidad».