La segunda ola brasileña se convierte en tsunami
Una variante del coronavirus y la parálisis política han causado 2.187 muertes en Manaos, capital del estado brasileño de Amazonas. En comparación, la vacunación avanza despacio
«Me relajé un poco», confiesa la salesiana española Firmina López sobre cómo llegó a contraer la COVID-19 en Barcelos, en la Amazonía brasileña. Después de una Navidad «tranquila», con las lluvias llegó la gripe estacional. Dos hermanas indígenas la cogieron, y «nosotras no nos cuidamos». Cuando la española empezó con síntomas gripales la prueba de coronavirus dio negativo, pero cree que se contagió al acudir a hacérsela a un hospital «lleno de gente contagiada». Poco después empezó a costarle respirar y le confirmaron el positivo. Afortunadamente, no fue a más. Ahora, se recupera en la casa provincial en Manaos (capital del estado de Amazonas), epicentro de la segunda ola de la COVID-19 en Brasil.
En enero se han producido en el estado 65.820 contagios (confirmados, los notificados son más del doble) y 2.823 muertes, casi una tercera parte del total de los óbitos por la pandemia. Ha sido una tormenta perfecta, en la que la Navidad y las lluvias fueron solo el empujón final. La variante P.1 del coronavirus, surgida en la capital –como tarde– en noviembre, a mediados de diciembre ya estaba detrás de cerca del 40 % de los casos. Su aparición coincidió con las dos vueltas de las elecciones municipales, en noviembre. La salesiana cree que en esas aglomeraciones pudieron empezar a crecer los contagios, si bien en general «la gente no ha respetado el aislamiento».
Tampoco ayudó, añade la religiosa, el enrarecido ambiente político de las semanas siguientes, «con denuncias de corrupción hacia los dirigentes anteriores y un clima de mucha desconfianza». La transición, prevista para primeros de enero, se realizó «sin que se reunieran unos y otros ni planificaran» la respuesta a la segunda ola, a pesar de las voces de alerta. No se aprovisionaron de lo necesario, y para cuando se quiso reaccionar, «todo tardó en llegar».
El resultado es ya conocido: carencia de oxígeno, tráfico de respiradores, colas para acceder a ellos, «muchos médicos y enfermeros muertos y otros debilitados que hacían el máximo esfuerzo pero no lograban atender a todos», e incluso «gente enferma en la calle», a las puertas del hospital, y otra que «terminaba tratándose en casa con remedios naturales». Como consecuencia, 2.187 muertos (el 5,8 % de los enfermos) en enero en una ciudad de dos millones de habitantes.
Es «urgente» vacunar
Ante esta tragedia, la Iglesia no ha permanecido inmóvil. Las denuncias y peticiones de auxilio de la Conferencia Episcopal brasileña encontraron eco en el Papa Francisco, que además envió un donativo, y en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano. La semana pasada, la campaña Amazonas y Roraima cuentan con tu solidaridad hizo llegar las primeras 100 bombonas de oxígeno.
Más allá de esta emergencia, el episcopado brasileño también subrayó a mediados de enero, a través de un mensaje de su presidente, Walmor Oliveira de Azevedo, que era «urgente iniciar las vacunaciones». Su petición se hizo realidad poco después. Las primeras dosis –relata Firmina López– ya llegaron a las zonas más remotas de la selva. En Manaos también se están administrando ya, y algunas salesianas mayores de 80 años la han recibido. López, que está en el grupo de más de 70 años, no sabe cuándo le tocará. «No hay suficientes, y no está habiendo mucho respeto a la prioridad establecida por las autoridades». Quizá le toque antes al «primo o al vecino» de alguien poderoso.