La Santísima Trinidad: Dios es amor
Solemnidad de la Santísima Trinidad / Evangelio: Juan 16, 11-15
Con la solemnidad del domingo de Pentecostés ha terminado el tiempo pascual, y ahora comenzamos el tiempo ordinario. Lo empezamos continuando con todo lo que hemos ido proclamando a lo largo de la Pascua, pero ahora en resumen, en recapitulación. Es el domingo de la Santísima Trinidad.
El Evangelio que proclamamos es un fragmento de aquellos discursos de despedida de Jesús en la Cena, que llaman discursos del adiós, y que son tan bellos, tan profundos, tan consoladores. El pasaje de este domingo invita a avanzar en el camino. Jesús ha sido el Maestro, les ha impartido muchas enseñanzas a los discípulos, les ha dado a conocer el amor del Padre, el perdón… El tiempo de acompañamiento ha sido de instrucción y de revelación. Pero no basta con eso, ni siquiera para los apóstoles. El Señor nos va a dejar a Alguien que nos conduzca en ese camino: el Espíritu Santo.
En el Evangelio de este domingo el Espíritu no es nombrado como el Paráclito, el Defensor, sino como el Espíritu de la verdad, el Espíritu que es la verdad, el Espíritu que hace verdadera la vida, que expulsa la tiniebla, la mentira y la oscuridad. Ese Espíritu de la verdad, el Espíritu de Jesús, nos conducirá a la verdad plena. Es la verdad realizada en el amor, es la verdad profunda del amor, que late cada día en la creación y en la historia.
Celebramos el domingo de la Santísima Trinidad, un misterio insondable de vida y de amor. Creemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es la imagen impresa en nuestro corazón, la mano que está detrás de nuestra creación, las tres Personas que constituyen el único Dios al que nosotros adoramos. Creemos que el amor nos entronca, nos hace habitar unos en otros, nos une, nos convierte en personas.
El cristianismo es la única religión que afirma que «Dios es amor» y que, por tanto, el origen, el destino y el fundamento de todo es el amor. Esto explica perfectamente nuestra propia experiencia según la cual la suprema aspiración del ser humano es vivir una relación personal de comunión y comunicación plena: vivir en la plenitud del amor. Pero el cristianismo solo puede hacer esta afirmación porque cree en un Dios que es Trinidad, que es comunión de tres personas –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo– en la que cada una no vive para sí misma sino entregada por completo a las demás. El Dios Trinitario es amor en acto, que se origina en el Padre, es acogido y respondido en el Hijo y comunicado en el Espíritu Santo. Como decía san Agustín, el Padre es el Amante, el Hijo el Amado y el Espíritu Santo el Amor.
El Dios cristiano es el Dios vivo, con un dinamismo interno tan exuberante, tan desbordante, que libremente ha creado al ser humano para llamarlo a participar de su plenitud de vida. Y es en la respuesta a esta llamada al amor donde se decide el éxito o el fracaso de nuestra vida, su realización o su frustración. La pregunta existencial más radical es, pues, esta: ¿quieres vivir conforme a la verdad de tu ser?, ¿quieres sumergirte con toda la creación en este dinamismo trinitario desbordante donde todo es don recibido y entregado?
Cuando juntos optamos por integrarnos en este dinamismo somos como una comunidad de abejas en la que cada cual realiza su tarea en beneficio de los demás y hay miel, abundancia y bienestar para todos. Cuando, por el contrario, seducidos por el espejismo del egoísmo, rompemos este dinamismo, la comunidad se desmembra y aparecen el caos, la soledad, el sufrimiento y la muerte.
Esta opción por el amor, por el don de uno mismo, que es tan fácil considerar teóricamente, resulta muy difícil de vivir en la práctica. El mismo Jesucristo, para ser fiel a ella hasta las últimas consecuencias, tuvo que asumir una muerte de cruz. De hecho, los cristianos creemos que solo podemos vivir esta opción por el amor asociándonos a su cruz, a su misterio pascual.
La señal de la cruz en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es, pues, una síntesis preciosa de nuestra fe y nuestro empeño como cristianos. Cuando nos santiguamos así es como si dijéramos: subo con Jesucristo a la cruz para poder vivir junto con mis hermanos en el amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
En En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».