El director del Departamento de Migraciones de los obispos: «Abogaría por una regularización»
El dominico Xabier Gómez, que se acaba de incorporar, se muestra partidario de que la Administración facilite a los migrantes el acceso al mercado laboral en igualdad de condiciones
El dominico Xabier Gómez, nuevo director del Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española (CEE), tiene claro que las sociedades se hacen más insensibles al drama de los migrantes en la medida que se los presenta como números. Por eso, nada más comenzar su conversación con Alfa y Omega y ser preguntado por la última tragedia en Canarias —la muerte de una niña de 2 años—, responde sin ocultar la indignación: «Tenía nombre. Es importante honrar su memoria. Fue inhumano que no se permitiera a su madre estar con ella. La pequeña en el hospital y su madre encerrada en el CIE. ¿Hubiera sucedido esto con una persona no migrante y no pobre?».
Gómez sabe de lo que habla. Su experiencia ha sido alimentada, además de por su formación teológica y en mediación intercultural, por el contacto con los más desfavorecidos, entre ellos los migrantes. En los últimos años, en la coordinación del Observatorio de Derechos Humanos Samba Martine de la Familia Dominicana. «Hay que mirar a las personas migrantes a los ojos, escuchar y hablar con ellas. En la Iglesia hemos de ayudar a sentir como propio el dolor de los otros, también sus alegrías», añade.
Los dolores de los migrantes en nuestro país se ejemplifican en la situación de Canarias, en los CIE, en su realidad social y económica o en el rechazo de algunos. Sobre Canarias reitera la postura de la Iglesia: «Se está convirtiendo en un gueto insular para migrantes, cuyo deterioro físico y emocional va en aumento». Cree que se están vulnerando derechos: «No lo digo solo yo. Se han elevado quejas al Defensor del Pueblo, a la Administración, a los juzgados».
¿Y la solución? En su opinión, ha de pasar «por mejorar la coordinación entre administraciones, mejorar el sistema de acogida y solicitud de protección y las condiciones habitacionales de muchos lugares, facilitar el libre tránsito a la península o al resto del continente europeo para continuar viaje migratorio o para acoger a quienes lo necesiten».
Mientras tanto, continúa, la Iglesia en Canarias sigue empeñada en «acoger, proteger, promover e integrar», un trabajo que se apoya, alienta y acompaña desde la Conferencia Episcopal. «Valoro mucho lo que está haciendo: escuchar, dar voz y acompañar a las personas migrantes y recordar a las Administraciones su responsabilidad invitándolas a una gestión más humana y garantistas con los derechos», subraya Gómez, que espera visitar pronto las islas.
Hay alternativas a los CIE
El dominico conoce bien la realidad de los CIE —visita cada viernes, siempre que puede, el de Madrid— y por eso afirma que «no tienen sentido», como «muchas voces y datos demuestran», y que «existen alternativas más garantistas» y «económicamente más sostenibles».
La última vez que entró se encontró lo mismo que la primera: «Desesperación, frustración, opacidad, vulneración de algunos derechos, algunas manifestaciones de racismo, sueños rotos o proyectos vitales interrumpidos, familias separadas, pero también solidaridad entre las personas internas, personas que alimentan la esperanza con su fe, algún destello de humanidad y la alegría tras la liberación de algunos internos o el final de los 60 días de internamiento».
Para responder a la pregunta sobre por qué no se cierran definitivamente si han demostrado ser una medida ineficaz y que, además, genera un sufrimiento inútil, acude a la encíclica Fratelli tutti del Papa Francisco, en la que, en el número 177, afirma que «necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinar los diversos aspectos de la crisis» y, añade el dominico, «a los diversos actores sociales en busca de alternativas y soluciones».
Piensa también en los migrantes golpeados por los efectos de la pandemia. En los que trabajan en la «economía de supervivencia» como la venta ambulante o el arte callejero; las trabajadoras del hogar y quienes se dedican a la hostelería o a la construcción. «Su situación ya de por sí precaria se ha visto agravada. Ha aumentado la pobreza, pero también hemos visto grandes redes de solidaridad. La Iglesia está haciendo un papel impresionante en el sostenimiento de mucha gente, pero no olvidemos que el Estado es el primer responsable de estos vecinos nuestros», explica. Es partidario de facilitar el acceso al mercado de trabajo «en las mismas condiciones que el resto de los trabajadores». «Como dice el Papa, abogaría por una regularización que establezca el concepto de plena ciudadanía», sostiene.
En cualquier caso, insiste en que la Iglesia ha de ofrecer una atención integral. Material, sí, pero también espiritual: «Si los migrantes católicos no encuentran en la Iglesia su hogar espiritual, lo buscarán en otras partes».
En relación a la implicación de los fieles en la realidad migratoria, cree que se daría «un salto grande» si se lograse situar la promoción y la cultura del encuentro dentro del itinerario de la cultura de defensa de la vida. «Es la consecuencia de una vida espiritual que abraza la defensa de la vida y la dignidad de todo ser humano, desde su concepción hasta su fin natural, pero sin olvidar la dignidad y el sentido que se juega entre ambos momentos».
Le preocupan el crecimiento del racismo, los bulos, la desinformación y manipulación o el uso de la migración como chivo expiatorio que hacen algunos políticos. ¿Entienden y conocen los fieles la postura de la Iglesia o se dejan contagiar por estos discursos? «La postura es muy clara: frente a la hostilidad, hospitalidad y fraternidad. Nuestra misión es anunciar a Jesucristo, quien con una palabra los resume todo: “Amaos”. Ahí está dicho todo. El que no ama a su hermano, es decir, no se siente corresponsable de su dignidad y felicidad, no está en Dios. Estará entretenido en sus prácticas religiosas, pero no está en el Dios de Jesús», responde.