Hace unos días ha estado en España el joven obispo de Trondheim, Erik Varden, una figura que suscita notable expectativa, como pone de manifiesto la curiosa atención mediática que ha provocado su presencia entre nosotros. Tuve la oportunidad de dialogar con Varden en el EncuentroMadrid y pude confirmar la intuición de que su figura tiene algo de profecía para la misión en la Europa de hoy.
En su adolescencia, Varden pensaba que la fe era una solución facilona a la búsqueda del sentido de su propia vida. Luego comprendió que el cristianismo no pretendía eliminar ni el dolor ni la complejidad, sino acompañarlos e iluminarlos desde dentro. Descubrió en la comunidad de los creyentes una realidad rica, «muy colorida», según sus propias palabras, una vida que no era un camino recto, en la que comenzaba a proyectarse una luz y un sentido sobre sus propias preguntas sin pretender anularlas.
Frente a sus prejuicios, la Iglesia era una comunión viva, un espacio inmenso en el que la perspectiva no se cierra, sino que se amplía en una apertura al Infinito. Fue significativa su descripción del encuentro con la comunidad cisterciense en la que, tras un momento de vértigo y extrañeza, reconoció el don de una gran humanidad, de una hospitalidad única y de una amistad llena de respeto.
Viniendo de una Noruega fría y estando al frente de una comunidad pequeña y dinámica, interesaba saber cómo afronta el desafío de la misión. Para empezar, desechó la imagen de que «todo se derrumba y a nosotros nos toca sujetar los muros del edificio». Por el contrario, propuso acoger que «el día de hoy es el que Dios nos ha entregado, y Él puede convertirlo en un día de gracia, de resurrección y de alegría». Una mirada realista a la historia nos permite ver que «la cruz permanece firme mientras el mundo parece venirse abajo» y eso significa que la vida puede regenerarse en la peor situación, como documenta la historia benedictina. La renovación no depende de que podamos definir el mapa de un mundo que aún no conocemos, sino de que vivamos profundamente nuestra fe y la mostremos a los demás como respuesta a sus preguntas. La propia historia de este monje-obispo llegado del norte lo documenta.