Erik Varden: «Parece que algún obispo nunca ha vivido en un cuerpo» - Alfa y Omega

Erik Varden: «Parece que algún obispo nunca ha vivido en un cuerpo»

Este prelado noruego ha presentado en España Castidad, un diálogo entre una mirada realista al mundo actual y la sabiduría de los primeros monjes

María Martínez López
Erik Varden
Varden abrazó el catolicismo en 1993, a los 19 años. Foto: Ediciones Encuentro.

La apretada agenda de Erik Varden, obispo de Trondheim (Noruega) durante la semana que ha pasado en España demuestra el interés que suscita tanto su último libro como su profunda mirada sobre los temas más diversos, alimentada por la tradición cisterciense.

Ha vinculado Castidad a los abusos. ¿Qué impacto han tenido en la Iglesia?
Llevará años apreciarlo en toda su magnitud. Todos vivimos con esa herida abierta: si un miembro del cuerpo sufre, todos sufren. Nos implica a todos no en el sentido de que todos seamos culpables personalmente, pero sí somos todos responsables, en el sentido de que todos estamos llamados a dar una respuesta. Puede ser de ira y de pedir justicia. Pero si queremos ir por la vía cristiana, será también de oración, reparación y prevención, de intentar hacer todo lo humanamente posible para asegurarnos de que estas situaciones abusivas no se dan. Y es cierto que una de las grandes motivaciones para esta obra es que siento que en la tradición cristiana, y no menos en la monástica, hay de hecho intuiciones muy valiosas para ello.

¿Qué deberíamos aprender en cuanto a cómo se enseña y vive la castidad?
No se puede generalizar, pero creo que cuando alguien comete abusos es porque se ha construido un universo mental en el que tiene una imagen hacia fuera, que con frecuencia puede ser carismática y hacer un bien real, y al mismo tiempo un rincón con algo sin resolver, a veces violento y marcado por una tremenda ceguera y que busca a otros como presa. Y esto es un ejemplo de mirada catastróficamente no casta.

Uno de los aspectos en los que he intentado centrarme es en que volverse casto tiene mucho que ver con purificar la mirada, con mirar el mundo y a los otros como don, , como una manifestación de otredad y no como un objeto ciego que está ahí para que lo domine y lo trate como me plazca para satisfacerme o afirmarme. La pedagogía de la mirada, que es una pedagogía de la castidad, es una parte muy importante de toda formación.

Hace esa pedagogía volviendo al origen de palabras como «pureza» o «pecado». ¿Nos ofrecen una forma novedosa de hablar de castidad hoy?
Creo que puede ser útil partir del significado más abarcador y generoso que puede contener la palabra «castidad», que es el de integridad. Si se concibe como una superación de mi propia fragmentación, en primer lugar debo reconocer que esta existe. Debe haber una etapa preliminar de autoconocimiento que es una labor dura y a veces humillante porque me obliga a afrontar y admitir mis sombras, que hay partes de mí sin resolver. Con suerte tendré a alguien de confianza que pueda acompañarme en esto. Creo que es cierto decir que son muy pocos los seres humanos que hayan resuelto todas las tensiones de su vida y su personalidad.

El crecimiento se basa fundamentalmente en la resolución de vivir en la verdad y de verla como algo deseable y que nos libera. Es un mensaje realmente importante para transmitir en un mundo en el que cada vez vivimos vidas más basadas en entidades virtuales e identidades construidas. Se ven signos de un anhelo de autenticidad. Si formuláramos la propuesta en estos términos, resultaría relevante para todos, no solo para los especialistas religiosos y los consagrados. Hace poco Jason Evert, fundador de Chastity Project, me dijo que vaya donde vaya se le acercan jóvenes que se declaran asexuales. No les interesa el sexo, lo consideran un ámbito de mucha tensión y vulnerabilidad, del que se ha abusado. Creo que es un signo de los tiempos y de cómo lo más profundo del corazón humano pide algo más a gritos.

Dios en Suecia

¿Podemos cerrar la brecha frente a la fragmentación del cuerpo político?: Varden y el politólogo Víctor Lapuente, catedrático en la Universidad de Gotemburgo (Suecia), trataron de responder el 14 de noviembre a esta pregunta en un coloquio organizado por la Fundación Tatiana. Lapuente subrayó el papel vertebrador de las Iglesias en la sociedad. Por ejemplo, en el Estado de bienestar escandinavo «hubo al principio también un papel de las Iglesias» (luteranas), porque «inspiraban un sentimiento de comunidad, de ayudarse». Y consideró problemático que ahora «eso se ha perdido y todo el peso recae en el Estado». Con todo, compartió cómo en la secularizada Suecia la cuestión de Dios está más presente y mostró su esperanza de que haya un regreso a la trascendencia desde la creatividad.

¿Debería también cambiar cómo abordamos esta cuestión internamente en la Iglesia?
Es importante que la Iglesia asiente sus pronunciamientos tanto en la lógica informada por la fe como en un reconocimiento sincero de la vida tal como es. Esta es una opinión mía muy subjetiva, pero una de las cosas que con frecuencia ha llevado a que su enseñanza no se tome en serio es que puede parecer que, cuando algún sacerdote o algún obispo habla de estas cosas, nunca ha vivido en un cuerpo humano. Todo se vuelve tan abstracto e idealizado que la gente común, consciente de sus luchas, los oyen dos minutos y dicen «venga ya, esto no es real». Creemos en un Dios que asumió totalmente la realidad humana para elevarla a una dignidad inimaginable. Por tanto, también nosotros necesitamos tener el valor de descender a nuestra propia realidad. En la tradición ascética y monástica tenemos ejemplos maravillosos de esto. Los padres y madres del desierto no tenían miedo de hablar de temas íntimos, desconcertantes y a veces dolorosos.

Su libro comparte mucho con la carta sobre la sexualidad que la Conferencia Episcopal Escandinava publicó en marzo. ¿Qué acogida ha tenido?
Algo totalmente imprevisto y que nos sorprendió es que, siendo una carta para los fieles de nuestros países, en unas horas estaba por todo el mundo. Es una muestra de la sed que tiene la gente. El mismo día que la publicamos por la noche ya había recibido correos electrónicos de un obispo de Venezuela, otro de Australia y otro de Senegal.

En nuestros países, sinceramente y por desgracia no diría que haya incendiado la sociedad. Sí recibió bastante atención de algunos círculos cristianos; hay una creciente alianza con las Iglesias evangélicas libres. [distintas de las Iglesias luteranas nacionales, N. d. R.], que tradicionalmente tenderían a mirar con gran sospecha cualquier cosa que viniera de Roma. Cada vez se va viendo más que creemos en lo mismo y tenemos los mismos valores centrales.

Porque en uno de sus países, Finlandia, un obispo evangélico ha ido a juicio por difundir estas enseñanzas muy similares.
En este caso la carta tampoco se encontró con una gran oposición. Hubo algunos pronunciamientos en contra, uno de ellos de un académico nominalmente católico que decía que todo esto era anticuado y un ejemplo clásico de que el clero vive en su propio mundo. Es libre de dar su opinión. Pero de hecho recibimos un montón de correos de jóvenes, de personas en relaciones del mismo sexo y de padres de niños con problemas de género que decían que se reconocían en el texto. Ha sido la respuesta más conmovedora.

Muestra la fuerza y el potencial de algo que simplemente estaba en abierto en internet y en redes sociales. Porque, sinceramente, ¿quién lee una carta pastoral? Pero esto lo colgamos y mucha gente lo leyó como una carta dirigida personalmente a ellos; esto me alegra mucho. También como obispo he intentado seguir aludiendo a ella de vez en cuando y recordar a la gente que existe. Además, el presidente de una asociación de jóvenes católicos que hay en Noruega tuvo una iniciativa brillante: la parafraseó adaptándola a los jóvenes y los animó a hablar sobre ella y trabajar con ella. Eso también ha funcionado.

Decía que esta carta ha encontrado eco en gente corriente. En el libro, cita óperas, libros, obras de teatro y películas de distintas épocas, también contemporáneas. ¿Sirven algunas obras de arte como termómetro del impacto que la mentalidad moderna sobre la sexualidad está teniendo en las personas?
El novelista estadounidense Cormac McCarthy, fallecido este verano, tiene una novela extremadamente lúgubre, La carretera, sobre la vida en el mundo después de un desastre nuclear. Y en ese libro hace un diagnóstico muy agudo. Él sería un ejemplo de eso. Tengo la impresión de que estamos en un momento interesante porque llevamos varias décadas viviendo con un ideal de permisividad y de que todo es posible y de que la vida sexual tiene un potencial ilimitado. Ahora empieza a haber cada vez más signos de distanciamiento de esto.

Hace poco Jason Evert, fundador de Chastity Project, me dijo que vaya donde vaya se le acercan jóvenes que se declaran asexuales. No les interesa el sexo, lo consideran un ámbito de mucha tensión y vulnerabilidad, del que se ha abusado y que se ha quedado vacío de promesas. Creo que es un signo de los tiempos y de cómo lo más profundo del corazón humano pide algo más a gritos. Esto no pretende invalidar las lecciones reales que se han aprendido y lo que se ha avanzado de verdad y cómo nos hemos desprendido de algunos complejos inútiles.

Deja claro los peligros a los que puede llevar una sexualidad desordenada, pero también subraya la necesidad de abordar la cuestión en la sociedad actual con prudencia y paciencia.
La castidad es tarea de toda una vida, lleva tiempo que crezca en nosotros. A veces pensamos en la sexualidad humana como un mueble de IKEA: pensamos que si entregamos a niños de 7 años todas las piezas, las instrucciones y las herramientas en una bolsita serán capaces de construirla por su cuenta. La experiencia sugiere que no siempre es el caso. Y creo que precisamente desde esta perspectiva de integridad, de plenitud, de reconciliación de los sentidos -donde también nos podemos ayudar unos a otros por la amistad y el amor- se puede redimir la gran soledad que para muchas personas está asociada con la sexualidad hoy en día. El uso y abuso de la pornografía, una cuestión pastoral de enormes proporciones, es un signo bastante claro de que algo no funciona.

Esta cuestión de la paciencia hacia quien vive una vida afectiva y sexual desordenada remite de nuevo a la difícil distinción entre la ley de la gradualidad y la gradualidad de la ley. ¿Cree que Castidad puede ayudar a enfocarla de una manera nueva?
La gran tarea del cristiano es vivir con un ideal muy elevado y al mismo tiempo ser consciente de nuestra propia deficiencia e insuficiencia; decir sí a esta tensión sin cancelar el ideal, sin desesperar y sin olvidar nunca que la gracia de Dios actúa de verdad en nuestra vida y que con Él nada es imposible. Dios tiene un propósito de integridad, plenitud y santidad para toda nuestra vida, en la que todo lo que es verdaderamente nosotros jugará un papel necesario.

¿Por qué una parte de un libro sobre la castidad parece más bien un tratado de vida cristiana en general?
Hay dos temas en particular en torno a los que he querido hacer girar todo el libro. Uno es el imperativo bíblico de crecer desde la fragmentación hasta la integridad y el otro es el de dejar que se nos caigan las escamas de los ojos y aprender a ver. Creo que podemos hablar de castidad en estos términos, que he intentado introducir en todo el libro para mostrar que la castidad tiene que ver con más que la sexualidad. Esta es importante, pero no podemos amputarla del resto de lo que somos. Debemos dejar que esa dimensión tan encarnada juegue su papel en nuestras aspiraciones y vidas espirituales porque la divinización y la santidad a la que estamos llamados no solo implica a nuestras mentes y almas, sino también a nuestros cuerpos.

Habló en EncuentroMadrid sobre Una amistad que atraviesa fronteras y siglos. ¿Se siente amigo de los padres del desierto, a los que tanto cita?
Es una de las maravillas de ser monje: vives como parte de esta larguísima tradición. Te introduces en sus obras y encuentras en ellas a personas vivas. No soy el único que se ha quedado estupefacto al encontrar en textos de hace 1.500 años experiencias, dilemas y preguntas que resonaban profundamente con las mías. Con el tiempo desarrollas una amistad con ellos. Creo que, en definitiva, de esto trata la comunión de los santos: no es solo cuestión de rezarles como si les mandáramos un correo electrónico, sino de descubrirlos como personas. Como con cualquier amistad, eso requiere tiempo. Pero de repente te das cuenta de que se han convertido en parte de tu vida y, espero, tú de la suya.

Otra forma de amistad es la social que propone el Papa en Fratelli tutti; lo opuesto a la fragmentación política sobre la que debatió con Víctor Lapuente. ¿Cómo promoverla entre tanta polarización, y sin ceder en aspectos esenciales?
Si tuviera la respuesta a esas dos grandes preguntas… En nuestras sociedades se está desmoronando el sentido de ser parte de una casa compartida. Pensamos en nosotros mismos como arrendadores de un apartamento donde esperamos que funcionen el agua y la electricidad y que nadie nos moleste si tenemos la puerta cerrada. La única forma de superar la polarización es a través del encuentro, hablando unos con otros en intentando articular juntos una finalidad compartida. ¿Qué queremos construir como sociedad? ¿Queremos construir algo juntos, o solo quiero construir algo para mí y mi tribu?

Veo esto en mi propio país. Hasta que en los años 1950 y 1960 se descubrieron recursos naturales, éramos un país pobre. Y las personas cumplían unas con otras porque nadie tenía los recursos para hacer las cosas solos. En la posguerra mundial ocurrió lo mismo: había un sentido tremendo de tener una tarea nacional de construir un futuro mejor para nuestros hijos. Ese relato ha desaparecido hoy y resulta que gran parte de la economía está dominada por unos pocos sujetos que en gran medida deciden vivir en Suiza. Así que creo que tenemos una gran tarea de fortalecer el discurso de hacer algo juntos. Aquí es donde entra en juego la Iglesia, porque debería ser experta en comunión. Podemos construir con comunidades que no se centren simplemente en sí mismas sino que sirvan al bien común.

Castidad. La reconciliación de los sentidos
Autor:

Erik Varden

Editorial:

Encuentro

Año de publicación:

2023

Páginas:

172

Precio:

19 €

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