Hace tiempo, una persona me preguntaba si de verdad creía que existe una espiritualidad propia de las hermandades y cofradías de Semana Santa, tal y como defiendo en el libro La procesión va por dentro. Respondí que no solo lo creo, sino que estoy convencido de que puede rastrearse tanto en sus formas como en sus frutos.
En lo referente a sus formas o características, si atendemos a la definición de espiritualidad nos encontraremos con que se entiende por ella a un modo concreto de acceder al misterio de Dios a través de unas maneras de hacer y pensar, mediado por una serie de prácticas piadosas. Pues bien, creo que en las hermandades y cofradías esta premisa se cumple en la vida de muchos de sus integrantes, que encuentran en esta mediación un camino para llegar a Dios de un modo más profundo y comprometido.
Pero más que las palabras quizás sean los frutos los que ayuden a muchos a entender que detrás de las cofradías late una espiritualidad que, sin llegar al nivel de la ignaciana, la franciscana o la carmelitana, es capaz de englobarlas a todas debajo de una túnica y un antifaz, o en el símbolo de una medalla. Una espiritualidad que es versátil e incluyente, puesto que en ella caben personas procedentes de multitud de movimientos y grupos eclesiales, y también de diversos niveles de profundidad y compromiso en la vivencia de la fe. Una espiritualidad que encuentra su mayor apología en los frutos que produce que, a mi modo de ver, son dos. Ambos están relacionados con el verbo acercar, puesto que las hermandades y cofradías acercan a los hombres a Dios y a su Madre y, al mismo tiempo, acercan a los hombres entre sí. Circunstancia, por cierto, que podemos ver y palpar en estos momentos de cuarentena en los que la procesión va por dentro.
En primer lugar, las hermandades acercan a los hombres a Dios. Creo que todos en estos días estamos viendo cómo muchas personas están acudiendo a las imágenes de su devoción, a los pasos que tendrían que salir a la calle en Semana Santa, para orar por los enfermos y difuntos, así como para pedir fuerza y refugio en una situación que nos desborda. Esto nos muestra que las imágenes de las cofradías, por el hecho de salir a la calle y predicar así a los hombres del siglo XXI, son una mediación por la que la caricia de Dios se hace cercana aun cuando nos encontramos sumidos en la noche del miedo, la incertidumbre y el dolor. En estos días, son muchos los que, aun teniendo una vivencia de fe débil (que en muchos casos se reduce a la salida procesional), están dirigiendo sus plegarias a un Jesucristo que tiene el rostro del titular de su cofradía. Con ellos oran también, por supuesto, muchos cristianos comprometidos que buscan el consuelo de la fe a través de las retransmisiones de las Eucaristías por televisión o las redes sociales desde las sedes de sus hermandades.
Y, en segundo lugar, las hermandades unen a los hombres entre sí, porque su fin no es el de hacer procesiones sino el de crear comunidad. Una comunidad que hoy se refleja en llamadas telefónicas a otros cofrades que están solos. En oraciones de intercesión los unos por los otros. En abrazos virtuales y en pequeños gestos que recuerdan que las cofradías deben ser aquel grupo de hermanos que se sienten hijos de un mismo Dios. Y también porque en estos días las hermandades se están acercando a las personas que sufren, aunque no las conozcan, practicando así con ellas el ejercicio de la caridad.
Pienso en todos esos grupos de costaleros que se ofrecen para hacer la compra a personas ancianas de su entorno, aunque no las conozcan personalmente. En esas costureras que han dejado de coser túnicas y mantos para ponerse a hacer mascarillas. O en aquellas hermandades que están donando más de lo que emplearían en su salida procesional a aliviar la urgencia que estamos viviendo. ¿No son estas obras que muestran la fe y la experiencia de Dios de los cofrades?
En las hermandades y cofradías existe una espiritualidad propia. Abierta y esperando a aquellos que de verdad quieran vivirla y adentrarse por medio de ella por el camino del Evangelio. Quizá este año, en el que las procesiones no van a poder salir a las calles, y en el que todos estamos viviendo unas circunstancias tristes y dolorosas, podamos verla con mayor claridad. Al contrario que otras veces, esta Semana Santa las personas que solo buscan lo exterior desaparecerán, dejando en primer plano a aquellos que viven profunda y cristianamente su ser cofrades.
Daniel Cuesta Gómez, SJ
Autor de La procesión va por dentro (Mensajero)