El Papa Juan Pablo II, en una de sus encíclicas sociales -la titulada Laborem exercens-, recordó un principio que la Iglesia enseña siempre: la prioridad del trabajo frente al capital. Este principio tiene plena actualidad en este tiempo de tanto paro y de tanta precariedad laboral.
Con motivo del pasado 1 de mayo, los movimientos obreros cristianos de Cataluña y Baleares y las delegaciones de Pastoral Obrera de las diócesis de Cataluña hicieron una declaración en la que reconocen que el paro baja en varias comunidades autónomas, entre ellas Cataluña.
Sin embargo, detrás de esta noticia siguen habiendo más de 4.450.000 personas en paro. Y los cristianos presentes en el mundo obrero se preguntan: ¿qué hay detrás de este hecho? ¿Cuántos puestos de trabajo indefinidos se han destruido y han sido sustituidos por empleos precarios?
Estos movimientos denuncian que la precariedad laboral cada vez repercute más fuertemente en las personas, las familias y la sociedad. Incertidumbre, inseguridad e inestabilidad emocional y económica que derivan en problemas de salud físicos y psicológicos. Se produce también una dependencia de la familia y de entidades sociales y caritativas que impide tener un proyecto de vida personal.
Estos movimientos también constatan dificultades para ejercer la función educativa y de apoyo de la propia familia y un crecimiento de la pobreza, con las dificultades para vivir el trabajo con plenitud o el miedo constante a perderlo.
El Papa Francisco se ha manifestado en varias ocasiones contra lo que él llama una «economía de exclusión». En su exhortación programática titulada Evangelii Gaudium (n. 53) dice: «Así como el mandamiento de no matar establece un límite claro que asegura el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir no a una economía de exclusión y desigualdad de ingresos. Es una economía que mata. Es increíble que no se haga noticia de que un viejo que se ve obligado a vivir en la calle, muere de frío, mientras que una bajada de dos puntos en la bolsa sí aparezca como titular».
El trabajo es un derecho fundamental, no una limosna. Debemos hacer nuestra la causa de Jesús, que levanta siempre la persona humana en su dignidad; el trabajo debe promover la humanización y la solidaridad.
No obstante las dificultades presentes, los cristianos en el mundo obrero invitan a actuar con esperanza. «Queremos recordar -dicen- que lo que somos es gracias a muchos hombres y mujeres conscientes de su dignidad obrera, que lograron muchos avances en el terreno laboral, sindical, social y cultural… Como cristianos y cristianas comprometidos en el mundo del trabajo, estamos convencidos de que no nos equivocaremos nunca cuando nos ponemos al lado de las personas que más sufren la explotación laboral, la discriminación y el paro, y queremos reafirmarnos en este compromiso».
Sería urgente -lo he dicho muchas veces- que se pudiera llegar a un pacto de todas las fuerzas sociales del Estado para iniciar un proceso que llevara a unas iniciativas creativas para encontrar alternativas al paro, la pobreza y la desigualdad. Nos jugamos la salud y el futuro de nuestra sociedad.