La piedra está movida - Alfa y Omega

La piedra está movida

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor / Juan 20, 1-9

Jesús Úbeda Moreno
'Los dos discípulos en la tumba' de Henry Ossaqa Tanner. Art Intitute of Chicago
Los dos discípulos en la tumba de Henry Ossaqa Tanner. Art Intitute of Chicago.

Evangelio: Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Comentario

Hemos acompañado al Señor desde el Domingo de Ramos hasta el Gólgota, contemplando en cada palabra y en cada gesto el infinito amor por la vida y el destino del hombre.

Un amor que ha quedado impreso, marcado en la vida de aquellos que le siguieron hasta el punto de que al amanecer del tercer día después de su muerte salen corriendo a buscar el cuerpo del Señor. Ver a María Magdalena, a Pedro y Juan ir en busca del Señor a toda prisa manifiesta la potencia del amor experimentado en la relación con Jesús.

La primavera que hace renacer con hojas verdes y nuevas lo que había marchitado el frío y el hielo del invierno es como la fuerza del amor que como potencia creadora hace nuevas todas las cosas.

Este amor creador ha querido manifestarse en la humildad de nuestra carne haciéndose familiar en nuestro camino. Ha querido poner su tienda entre nosotros, viviendo toda su vida como la nuestra, incluso la muerte.

La Pascua es el anuncio de la Resurrección de Jesús de Nazaret de entre los muertos, la afirmación última de cada cosa, porque el Padre no quiere que nada se pierda sino que sea resucitado (cf. Jn 6,39). La Pascua es el anuncio de que la muerte ya no tiene la última palabra sobre nuestras muertes. Cristo muerto y resucitado es la razón de la esperanza que vence la tristeza del mundo. La luz de la Pascua ilumina todas nuestras tinieblas. Cada mañana todo se hace nuevo porque participa de la fuerza creadora de la Resurrección, introduciendo en el instante y en la naturaleza de cada cosa que amamos la certeza de que no lo perderemos nunca.

Al asumir nuestra muerte Dios ha introducido la posibilidad inexorable para que nuestra vida pueda cambiar. Desde el día en que Pedro y Juan encontraron el sepulcro vacío y después le vieron resucitado en medio de ellos, todo puede cambiar. Desde entonces y para siempre cada uno de nosotros puede cambiar, puede vivir, resucitar. Sin la Resurrección la vida sería solo muerte, un devenir que acabaría en la nada. Con la Resurrección comienza la vida nueva, la alegría inunda la tierra y los hombres tienen la posibilidad de ser hombres nuevos. ¡Esta es la gran alegría de la Pascua!

Sin embargo, es posible que en los próximos días, e incluso en la misma mañana de Pascua, descubramos que nuestro pecado es el mismo, que los errores continúan y que el cambio del hombre nuevo brille por su ausencia. La gran noticia es que eso no es lo importante. ¡La gran alegría es que Cristo ha resucitado de entre los muertos! Y con esta gran noticia, aunque haya algo que continúe, aunque el pecado pudiera continuar, hay algo que ha cambiado para siempre: ¡es Cristo el Señor, resucitado para siempre!

El Evangelio de este domingo nos ayuda a seguir profundizando en esta línea: María Magdalena va al sepulcro y nota que han quitado la piedra. Y corre hacia Simón Pedro y Juan para decirles que el Señor ha sido sacado de la tumba. Magdalena va al sepulcro, es decir, va a este lugar signo de la muerte, el sepulcro del pecado, el sepulcro del sufrimiento… y ve que continúa, pero con una diferencia: la piedra está movida. Es decir, este lugar de muerte es el mismo, pero con la diferencia de que está abierto. Aunque la tumba continúe, la gran noticia de Jesús es que la ha vencido, que la tumba de nuestro pecado, de nuestro sufrimiento, no está cerrada, que Jesús puede venir una y otra vez a renovarnos.

Con la Pascua inauguramos también la cincuentena pascual que culminará con la plenitud de la unción en Pentecostés.

¡Feliz Pascua!