«La pena es que los descartados no podrán acompañarle»

«La pena es que los preferidos del Papa, los descartados, no podrán acompañarle»

Regina, compatriota de Francisco, se ha sumado a las más de 60.000 personas que ya han rendido homenaje al Santo Padre

Cristina Sánchez Aguilar

La transitada via della Conciliazione es, desde el pasado miércoles, un hervidero de fieles que llegan a Roma a rendir su homenaje al Papa Francisco. No el último a su figura y legado, sí el último a su cuerpo presente. La primera noche, una nutrida fila de personas llegaba hasta el final de la icónica avenida. Eran las 22:30 horas y todavía quedaba una larga espera. «Yo he podido entrar a las cuatro y media de la mañana», aseguraba Lidia, una joven napolitana que había comprado un billete de tren esperando asistir a la canonización del joven Carlo Acutis y se ha encontrado velando al Santo Padre.

Las puertas de la basílica teóricamente cerraban a las doce de la noche, pero el Vaticano ha permanecido abierto hasta que la última persona que, devotamente, hacía cola para llegar hasta Francisco, pudo rezar delante de su féretro. Eran las 5:30 horas cuando eso sucedió. Solo cerraron para las tareas de limpieza y la reorganización.

La última cifra de afluencia de visitantes ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede es de 61.000 personas a las 13:00 horas de este jueves, desde que se abriese el velatorio el miércoles a las once de la mañana. Tres flancos rodean la columnata de Bernini para llegar hasta el interior de San Pedro. En ellos, la media de espera es de tres horas.

Con un tiempo entre nubes, lluvia y sol, no han faltado las indisposiciones. «Mi madre es muy mayor y se ha sentido mareada después de tantas horas de pie», explica Chiara, milanesa que ha venido con su familia a dar el último adiós al Pontífice de las periferias. Pero la mujer, una vez recuperada, quiso volver a intentar llegar hasta su querido Papa. No sabemos cuánto tardó.

Tres días después del fallecimiento del Pontífice, ya empiezan a llegar grupos desde otros países, desde ese fin del mundo del que él mismo llegó. «La pena es que la mayoría de los preferidos del Papa, los descartados, no podrán acompañarle en su último adiós terrenal», explica Regina, compatriota de Jorge Mario Bergoglio y residente en Roma.

Los rohinyá, los cristianos perseguidos, las mujeres presas, las personas sin hogar de fuera de la capital italiana, los desplazados internos en el continente africano, las víctimas del conflicto palestino-israelí. Tantos millones de personas a los que Francisco ha dedicado su mirada, sus palabras, su atención, su diplomacia, no estarán esta jornada sorteando sanpietrini en las calles romanas. «Pero se despedirán de él en su corazón», añade Regina.

Una vez dentro del templo el tiempo pasa el triple de rápido que durante la espera. Unos segundos para una oración breve, un beso al aire, una fotografía. La jornada de este jueves también está prevista que termine a las doce de la noche, aunque lo que se espera, en realidad, es que la capilla ardiente continúe abierta hasta que, al igual que la primera jornada, la última persona que lleve horas en la fresca noche romana pueda despedirse de Francisco. Como él mismo habría querido.