La pedagogía del abrazo
Lo deseable sería que, tras este abrazo, tanto el presidente francés como el resto de líderes europeos trabajaran para llevar la guerra a una conclusión rápida a través de una paz negociada y estable
La estrategia militar no entiende de afectos ni los misiles tierra-aire se pueden detener con un simple abrazo. No fueron precisamente abrazos lo que buscó Volodímir Zelenski cuando la pasada semana fue recibido en el Palacio del Elíseo por el presidente francés, Emmanuel Macron. Una cita a tres bandas a la que también estuvo invitado el canciller alemán, Olaf Scholz. En la política faltan abrazos sinceros que arropen, que contagien esperanza y regalen fortaleza sin buscar algo a cambio. Si se fijan bien, tras este abrazo existe todo un tratado de comunicación no verbal. Sus brazos izquierdos se lanzan entre sí en busca del asidero firme que les ofrece el bíceps del contrario, al que se aferran con la mano abierta, como si no quisieran que se desparramara ni un ápice del vínculo que necesitan. Uno más que el otro, hay que decirlo. El equilibrio aquí es imperfecto, porque hay una guerra en juego. Quizás por esto entre los dos se crea un espacio ínfimo, no mensurable, como una tierra de nadie que deja abierta una línea de fuga.
En su segundo viaje fuera de Ucrania desde la invasión, Zelenski visitó el Reino Unido, París y Bruselas y terminó su gira europea reuniéndose con el presidente de Polonia en Rzeszow, a 70 kilómetros de la frontera con Ucrania, el aeropuerto al que llega la mayor parte del suministro de armas de los aliados occidentales. Aunque ha recibido «señales positivas» sobre futuras entregas, todavía no hay fechas concretas sobre la solicitada adhesión de Ucrania a la Unión Europea. En Bruselas, junto a Ursula von der Leyen, incidió en que «la paz duradera en Europa solo será una realidad cuando Ucrania gane la guerra y cuando se convierta en miembro de la UE». Zelenski ha recibido aplausos, abrazos y parabienes de los líderes europeos, pero también le han recordado que las decisiones sobre armamento debe tomarlas cada país y que el proceso de entrada a la UE tiene sus tiempos. Entretanto, el Kremlin ha elevado sus amenazas sobre Ucrania y sus advertencias a Occidente, al que acusa de acercarse a una guerra directa con Rusia.
En este abrazo se dibuja un gesto que diseña caminos, que empodera, que habla de optimismo y de una relación basada en el respeto mutuo. Dicen que la gente no engaña cuando mira a los ojos. Si, además, esa mirada se subraya con un intenso estrechamiento mutuo de los brazos genera compromisos. Lo deseable sería que, tras este abrazo, tanto el presidente francés como el resto de líderes europeos trabajaran para llevar la guerra a una conclusión rápida a través de una paz negociada y estable.
Al mirar esta fotografía he recordado el encuentro que el Papa Francisco mantuvo en el Vaticano con el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, durante el que realizó un elocuente elogio de la política como una de las formas más elevadas de caridad, que ennoblece y muchas veces lleva al sacrificio. Es la política entendida siempre como servicio al bien común y nunca solo como un mero arte o una cuestión de eficaces maniobras. Si no se actúa así, explicaba el Pontífice, se corre el riesgo de caer en brazos de las ideologías, que consiguen apoderarse de un país y, en lugar de ayudar a construir, desfiguran la patria.
Hay abrazos que reinician por dentro, que dan serenidad, que son capaces de sostener las dudas y los miedos. Los ucranianos están pagando un precio altísimo a costa de una ideología que ha emprendido la guerra y, en medio de este largo invierno, necesitan abrazos.