La paz llegó a Liberia gracias a unas mujeres hartas de ver morir a sus hijos
Kuzipa Nalwamba participó en un debate de la UMOFC para denunciar la exclusión de las mujeres de las negociaciones de paz a pesar de que se llevan la peor parte de las guerras
En 2002, la activista liberiana Leymah Gbowee pertrechó con cantos y rezos el fin de la sangrienta guerra civil que se había cobrado más de 150.000 vidas en su país. Con la musulmana Asatu Bah-Kenneth reunió en el trastero de una iglesia de Monrovia a un grupo de mujeres, hartas de ver morir a sus maridos e hijos en el campo de batalla, y juntas trajeron la paz definitiva a Liberia. Al principio eran unas pocas idealistas. Pero de esas reuniones, que nacieron de forma casi clandestina, brotó un inmenso movimiento pacifista con tanta fuerza que obligó al entonces presidente Charles Taylor —un criminal de guerra que ahora cumple condena por sus fechorías— a sentarse en la mesa con los rebeldes para negociar. Mujeres y diálogo interreligioso en acción. O como dice la reverenda Kuzipa Nalwamba, presidente del Consejo Mundial de Iglesias, «mediadoras en estado puro». «Al final, participaron directamente en las mesas de las negociaciones de paz. Pero para eso, primero consiguieron el apoyo social, trabajando entre bastidores con sus familiares hombres para influir en las decisiones», asegura.
Nalwamba habló de ellas para resaltar que, cuando las dejan, las mujeres son agentes de paz fabulosas. En una charla online organizada el pasado martes por la Unión de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC), en colaboración con el Dicasterio para el Diálogo Interreligioso del Vaticano, la teóloga de Zambia también resaltó el ejemplo de las activistas que en el 2015 cruzaron la frontera conocida como DMZ (zona desmilitarizada), que separa Corea del Norte y Corea del Sur. La franja de unos cuatro kilómetros de ancho y 238 de longitud, es una de las zonas con más presencia militar del planeta. Entre ellas estaba Gloria Steinem, periodista y escritora judía e icono del feminismo en EE. UU.
Desde la organización que dirige, una red que engloba a 352 Iglesias de más de 120 países, que representan a más de 580 millones de cristianos en todo el mundo, Nalwamba avala el compromiso de estas mujeres y trata de hacer crecer liderazgos que imiten estos modelos entre las más jóvenes. Por ejemplo, «en verano traemos a nuestra sede a chicas de Liberia de las tres religiones monoteístas para que hagan un curso juntas y se formen como agentes de paz», explica.
A Nalwamba no le gusta pensar en términos que dividan a hombres y mujeres, pero reconoce que ellas están más dotadas de forma natural para el «papel de la crianza y del cuidado». Si bien advierte de que hay que ir más allá y ver «sus capacidades en otros ámbitos, como la defensa o la mediación entre dos partes enfrentadas». «No tenemos evidencias empíricas que avalen que las mujeres tienen más capacidades en los procesos de pacificación porque históricamente han sido excluidas de las mesas de negociación. Son una minoría», resalta.
Las mujeres sufren la peor parte de los conflictos. En no pocas ocasiones, sus cuerpos son usados como arma de guerra para humillar y castigar a los enemigos. En el Consejo Mundial de Iglesias cuentan con un departamento en el que tratan a personas que han pasado por estos traumas y cuyo ejemplo puede sanar a otras. Nalwamba pone como modelo el taller de sanación creado por esta institución en Sudán del Sur para que las mujeres abusadas puedan superar el trauma a través de reuniones en las que cuentan abiertamente, en un ambiente de confianza, lo que les ha sucedido. «Muchas desarrollan también trastornos de estrés postraumático o lo que localmente se conoce como “corazón herido”. A partir de esta experiencia hemos publicado un manual sobre sanación y transformación del trauma», adelanta.
Hay otro drama. Las mujeres que dan a luz cuando las bombas no arrecian. «Tenemos historias documentadas de los desafíos maternales que han encontrado mujeres en Tierra Santa. Basta pensar lo que es ponerse de parto, por ejemplo, hoy en Gaza», expone. Todos estos lastres no desaparecen cuando acaba la guerra. Los conflictos bélicos destruyen sobre todo «la cohesión social» y, las mujeres, además de tener que mantener a sus familias, «también son ultrajadas en situaciones de posguerra», concluye.