La patrona de Triana tiene su propia catedral
La parroquia de Santa Ana, en Triana, que los trianeros consideran su catedral, es una joya de casi 800 años que aún conserva su patrimonio artístico y religioso. Además es una comunidad muy viva, donde «todos los niños que se bautizan salen con salero»
A dos minutos andando de la capilla de los Marineros, casa de la Esperanza de Triana, se encuentra una de las joyas más desconocidas de Sevilla: la iglesia de Santa Ana, la patrona del barrio y en cuyo honor se celebra la fiesta más antigua de la capital hispalense. Lo cuenta Antonio Rodríguez Babío, delegado de Patrimonio de la archidiócesis y trianero de raza. «Triana es un barrio con entidad propia —nos sitúa—; hasta 1852, que se construyó el puente fijo de Isabel II, se cruzaba [el Guadalquivir] con barcas a un barrio de marineros, alfareros y gitanos que le ha dado su idiosincrasia». Fue Alfonso X el Sabio, curado de una enfermedad en los ojos tras encomendarse a santa Ana, el que mandó edificar una iglesia en su honor en 1266. Se trató del primer templo de nueva planta tras la Reconquista, ya que hasta entonces se utilizaron las mezquitas cristianizadas. Para la construcción acudieron canteros burgaleses que llevaron un estilo gótico, más puro que el mudéjar desarrollado posteriormente en Sevilla.
Hay un detalle que a Rodríguez Babío le gusta destacar cuando explica la catedral de Triana, que así la llaman en el barrio. A su llegada al presbiterio, el eje de la nave se desvía ligeramente. Podría ser un error de replanteo, pero hay una interpretación teológica. La nave es el cuerpo de Cristo y el presbiterio, la cabeza: al igual que Cristo inclinó la cabeza cuando murió, se inclina el eje hacia el presbiterio, que es donde se actualiza el sacrificio de la cruz, en la Eucaristía. Tras el altar mayor se alza el retablo renacentista, cuya última restauración se culminó en 2010. Las tablas son representaciones de la vida de Ana y Joaquín tomadas de los Evangelios apócrifos, así como una imagen de san Jorge en honor a la primitiva parroquia de Triana. En la hornacina central se encuentran las tallas de santa Ana, la Virgen y el Niño, que el pasado viernes «amanecieron vestidas de celeste y blanco para la Inmaculada». En origen eran maniquíes articulados; de hecho, la titular movía el brazo bendiciendo al pueblo el día de su fiesta. Las imágenes son del siglo XIII y «aún conservan su unción».
El templo cuenta con una importante colección de pinturas; muchos artistas fueron atraídos por el retablo de la catedral de Sevilla, el más grande de la cristiandad. También hay piezas importantes, como la custodia del Corpus, la pintura de santa Justa y santa Rufina —trianeras alfareras martirizadas en la época de los romanos— o la talla de la Virgen de la Victoria, ante la que fueron a rezar Magallanes y sus marineros al comenzar su histórica expedición, y Elcano y los pocos que quedaron, al acabarla. Otra de las joyas que se conserva es la pila bautismal, de 1499, llamada «la pila de los gitanos». Aún se usa, y al delegado le sale la flema andaluza cuando afirma que «todos los niños que se bautizan ahí salen con mucho arte y mucho salero». Efectivamente, Santa Ana es una parroquia viva. «Hay mucha vida sacramental: bodas, bautizos…». No solo van los trianeros, también las hermandades. Por ejemplo, la Esperanza, que por motivo de espacio celebra en ella cultos que no se podrían hacer en la pequeña capilla de los Marineros. También es muy popular la novena de santa Ana y «la fiesta de la velá»: la noche del 25 al 26 de julio se pasa velando a la santa y se acompaña de cantos y comida. Y, por último, la Misa del Gallo. Todo ello lleva a Rodríguez Babío a compartir su esperanza de que «no se pierda el día a día de la parroquia».