La parroquia se convirtió en casa siempre abierta a todos - Alfa y Omega

La parroquia se convirtió en casa siempre abierta a todos

Los feligreses de San Alfonso María de Ligorio, donde José Cobo fue párroco durante 15 años, lo recuerdan siempre disponible. Pero detrás de todo el tiempo juntos «había mucho trabajo» para crear comunidad, apunta Marta Medina

María Martínez López
Camino de Santiago en 2013. Además del diocesano de 2010, la parroquia lo organizó también en 2008. Foto: Parroquia San Alfonso María de Ligorio.

El nombramiento de José Cobo como arzobispo de Madrid casi coincidió con la celebración del décimo aniversario de uno de los principales proyectos que inició en la que fue su parroquia de 2000 a 2015, San Alfonso María de Ligorio, y que una quincena de parroquias han replicado: el centro de escucha. «Detectó que mucha gente se acercaba a la iglesia con una necesidad más de ser escuchada que espiritual», relata Marcela Balguerías. Pensó que para atender a estas personas sería útil un proyecto de escucha similar al de los camilos. «Nos lo propuso a nueve pioneras de distintas edades que vio que podíamos tener esa sensibilidad», relata Marcela Balguerías.

En otoño de 2012, los fines de semana se montaban en una furgoneta rumbo a la sede de los camilos para formarse. La iniciativa estuvo a punto de no arrancar porque los religiosos «pusieron como condición que lo coordinara un psicólogo y no teníamos». Providencialmente «llegó una mujer ofreciéndose para algún servicio en la parroquia. ¡Y era psicóloga! José casi se cae de espaldas».

Desde 2013 han atendido a 202 personas, que llegan incluso desde los servicios sociales. No suelen aceptar casos que requieran atención profesional. Los voluntarios empiezan escuchando de forma activa y a lo largo de unas 20 sesiones ofrecen pautas para el trabajo personal. «Hay muchos duelos complicados y he encontrado bastantes en los que detrás hay algo más grave, como problemas de pareja enquistados», apunta Balguerías. O incluso maltrato.

Los psicólogos coordinadores y los camilos supervisan los casos. Y, mientras fue párroco, Cobo «participaba en todas las reuniones». También tuvo claro que debía integrarse en Cáritas. Había hecho lo mismo al poner en marcha en 2006 Dovela, un proyecto de apoyo socioeducativo para adolescentes en situación de vulnerabilidad. Ya había una actividad de tiempo libre y refuerzo escolar para niños. «Pero se hacían mayores. No tenían dónde ir» y podían caer en las bandas que empezaban a surgir, relata Carlota Martínez, educadora social que participó en sus comienzos.

En sus palabras

Álvaro Morales
«El Camino de Santiago antes de que se fuera y de confirmarnos nos marcó, es lo que más recuerdo. Transmite el amor de Dios siendo un amigo».

Marta Medina
«Ha tenido mucha inquietud social pero también ha sido muy pastor y guía espiritual. Tiene una espiritualidad muy encarnada en la vida».

Almudena Campanero
«Yo le decía que no sentía la emoción y el enamoramiento de Dios del que hablaban todos y supo guiarme para que no me frustrara».

Dovela comenzó los sábados como un espacio con algunos ordenadores, un futbolín y un pimpón. «Mientras jugaban charlabas con ellos y te iban contando su situación en casa, o que un amigo estaba en la cárcel». Los problemas que se detectaban se compartían con Cáritas y los servicios sociales. También mediaban si en el instituto surgían conflictos con jóvenes de la parroquia. «José pasaba todos los sábados. Los chicos se sentían a gusto con él». No todos, pero «la mayoría salió adelante bastante bien. Aquí tenían una referencia», lo que otros buscaban en las bandas. Martínez subraya que, si bien la parroquia siempre había dado mucha importancia a lo social por estar en Aluche, una zona primero obrera y luego receptora de inmigración, «José dio una vuelta de tuerca» buscando una mayor presencia de esta faceta en la parroquia y en el barrio.

«¿Os quedáis a cenar?»

Sin embargo, cuando alguien cruza la cancela que lleva al templo de ladrillo de San Alfonso y los parterres que poco logran mitigar el calor y pregunta a la gente, lo primero que se destaca del arzobispo electo no son sus proyectos pioneros, sino su cercanía y que «su casa siempre estaba abierta», recuerdan Almudena Campanero y Marta Medina, a las que acompañó en su juventud. «Los viernes después de catequesis o de alguna adoración solía decir: “¿Os quedáis a cenar?”. Tenía un buen surtido de comida precocinada y en un momento improvisaba una cena», relata la segunda. «Y si tenías un mal rato siempre contestaba: “Ven y charlamos”. A mí me pasó un día de Todos los Santos», añade Campanero. A diario por la mañana, después de Misa, era el turno del café con los jubilados que echaban una mano con el día a día de la parroquia, como Jorge Méndez. Al igual que su casa, también quiso que la parroquia siempre estuviera abierta y «con una persona atendiendo», explica este. «Compartíamos mucho ocio espontáneo juntos, pero al crecer me he dado cuenta de que detrás había un gran trabajo», señala Medina. El objetivo era que la parroquia llegara a todos. «Detectó que había un vacío entre los jóvenes y los mayores y convocó un grupo de parejas. Los jóvenes nos bautizaron como “la comunidad del anillo”», ríe Balguerías. Convencido de que «no puedes dar lo que no tienes», hacía hincapié en que todos los feligreses implicados en tareas pastorales o sociales tuvieran un grupo de fe si querían. «Y en que nos sintiéramos parroquia, no que solo la usáramos como lugar de reunión». Para ello, explica Méndez, cada verano entre campamentos, peregrinaciones y campos de trabajo «se ponía a estudiar para preparar un plan común para los grupos; por ejemplo el Evangelio de san Marcos».

Un encargo para los padres

Pero no era el único camino para integrarse en la comunidad. Los padres de Álvaro, por ejemplo, no frecuentaban la parroquia cuando él empezó a ir a catequesis a los 7 años con un grupo de compañeros del colegio. Pero desde ese momento «me acompañaban a Misa» y les atraían las celebraciones. «José aprovechó que los padres de mi grupo se conocían y les encomendó tareas como la comida para las fiestas. Calaba bien a la gente y veía lo que podía pedir a cada uno, sin forzar». 16 años después, sus padres «siguen viniendo».

Para quienes ni siquiera se acercan a la iglesia, en 2012, en el marco de la Misión Madrid, se puso en marcha una misión parroquial. «Ofrecías tu casa e invitabas a los vecinos para una charla o una Misa», relata Méndez. Al mismo tiempo, se intentó que en cada edificio hubiera un vecino representante de la parroquia. Pero «funcionó a medias» y no tuvo continuidad, lamenta.

Otro rasgo que destaca Medina es la habilidad de Cobo para reorientar lo que creía necesario «sin entrar como un elefante en una cacharrería». Por ejemplo, para que en la parroquia se «abrazara más el sentir eclesial». Por un lado, «explicaba lo que dice la Iglesia de forma muy aterrizada para que lo entendiéramos». Por otro, siempre señalaba a «la Iglesia más allá de la parroquia». Cuando fue arcipreste promovió campamentos conjuntos de los que salió una «pandilla de todo el barrio». También organizó una formación y experiencias misioneras con los javerianos, y «a la gente con más recorrido de fe le recomendaba hacer ejercicios con los jesuitas. Era muy de colaborar».

«La revolución de los jóvenes»

Yolanda Paz recuerda sobre todo «la revolución de los jóvenes» cuando José Cobo llegó, recién ordenado sacerdote, a la parroquia de San Leopoldo, en Alto de Extremadura. Como vicario parroquial, se dedicó sobre todo a ellos, solo un poco más jóvenes que él. Había catequistas, miembros del grupo scout y de otras comunidades. «Nos aglutinó y empezó a mover los campamentos y campos de trabajo», relata Ángela Rodero, algo novedoso para muchos. De hecho, se organizaron campamentos en los que coincidían los niños de catequesis, los scouts y los que iban al proyecto socioeducativo de Cáritas. Alguno superó el centenar de participantes.

«Fue el primero que nos transmitió la idea de la parroquia como casa», asegura Paz. «Organizaba cosas, como vigilias o cenas, para que nuestra vida de fe no fuera solo venir, ser monitora, terminar e irte». Por ejemplo, «se preocupó de que los jóvenes conociéramos una Pascua vivida», con una convivencia para prepararla e incluso un Séder, explicando cómo fue la Última Cena. Fue precisamente en uno de ellos cuando «me llamaron de casa porque mi abuela había muerto. No solo me llevó a casa, sino que acompañó a mi padre a todas las gestiones».