La paciencia de Francisco - Alfa y Omega

Al cabo de casi ocho años, un rasgo poco analizado de la personalidad de Francisco es el de su paciencia. Forma parte de su estilo de gobierno desde que maduró esa virtud durante su exilio en Córdoba, la mejor preparación para la tarea de obispo auxiliar de Buenos Aires y las sucesivas. El Papa suele señalar que «el tiempo es superior al espacio», y que «es más importante iniciar procesos que controlar espacios».

En marzo de 2014, al hacer balance del primer año de pontificado, algunos pensábamos que tanto la reforma de la Curia vaticana como los nuevos nombramientos marchaban a ritmo lento. Un cardenal me explicó: «Su estrategia de reforma es otra: primero un cambio de cultura, después un cambio de estructura y, al final, un cambio de personas». Cambiar la cultura de organismos administrativos, civiles o eclesiásticos, requiere tenacidad y empuje. Francisco se empleó a fondo en romper el candado mental del «siempre se ha hecho así». Y todavía lo tiene que hacer de vez en cuando con algunos recalcitrantes.

A lo largo de estos años ha mostrado paciencia infinita frente a los ataques de poderosos medios norteamericanos: las industrias carboneras, parte del sector de armamentos, la maquinaria política del trumpismo, los supermillonarios que intentaban gobernar la Iglesia… Una ofensiva en toda regla que el vaticanista de La Croix, Nicolas Senèze, describió en su libro Cómo EE. UU. quiere cambiar de Papa.

Francisco ha tenido paciencia con cardenales que daban muestras visibles de poca lealtad. Más de una vez ha comentado a los periodistas: «Yo no corto cabezas». Salvo en dos casos, ha esperado pacientemente a que terminen su mandato.Desde el principio, el Papa diagnosticaba que «no vivimos en una era de cambios, sino en un cambio de era». Animaba a ver el presente con perspectiva histórica, pero mirando al futuro. Lo enseña en dos textos guía para el mundo pospandemia: Fratelli tutti y Soñemos juntos.

Algunas veces, cuando alguno de mis amigos se vuelve impaciente, menciono un remedio que, incluso cuando no funciona, regala una sonrisa. Es la oración del impaciente: «Señor, dame paciencia… ¡pero rápido!».