La original iglesia de San Vicente en el alavés valle de Arana - Alfa y Omega

La original iglesia de San Vicente en el alavés valle de Arana

Esplendorosa en el siglo XVI, la localidad vasca de San Vicente de Arana, construida bajo la protección del rey, cuenta hoy con 100 habitantes y un templo parroquial único en la zona

Cristina Sánchez Aguilar
La villa nació en torno al templo y bajo protección real, tras la huida del pueblo vecino, sometido al abuso del señor. Foto: Diócesis de Vitoria

«Cuando conocí este templo, hace ya algunos años, me impresionó mucho», asegura Susana Aréchaga, delegada de Patrimonio Artístico y Documental de la diócesis de Vitoria. La unidad de estética renacentista de San Vicente de Arana, que data de finales del siglo XV –el gótico permaneció en nuestra tierra hasta el XVII–, y su original retablo hacen de esta edificación de una de las cuatro localidades que componen el valle de Arana un tesoro escondido en una diócesis cuya territorialidad se extiende hasta el burgalés Treviño y la alavesa Orduña. El patrimonio «que pertenece a las zonas más rurales de Vitoria, y sobre todo el de los valles cerrados, se conoce menos, incluso para los de aquí», sostiene la delegada.

El retablo, de estructura doble, es una de las piezas más características de la iglesia de San Vicente de Arana, además de su cronología renacentista. Foto: Turismo Álava

El origen de la villa de San Vicente de Arana se encuentra en un pueblo, ya desaparecido, situado a pocos kilómetros de la actual localidad. Era una población de importancia entre los siglos XII y XIII, pero sus moradores estaban sometidos al dominio del señor y sujetos al pago de tributos, por lo que a finales del siglo XIII decidieron abandonar en masa el lugar para escapar de los abusos y establecerse unos kilómetros hacia el norte, donde constituyeron una nueva población en torno a una iglesia preexistente, la de San Vicente, y bajo protección real. «Por eso vemos en el templo el escudo de los Reyes Católicos en el baptisterio, o también los emblemas de doña Juana y Felipe el Hermoso», explica Aréchaga. Fue la reina Juana la que «sentenció en 1505 que la villa era realeña, y la que liberó en 1513 a San Vicente de un tributo».

La localidad que fuera esplendorosa antaño ahora no tiene más de 100 vecinos, y el centro es esta iglesia parroquial, cuyo sacerdote encargado es el párroco de Santa Cruz de Campezo. «En el siglo XVI el templo estaba atendido por seis clérigos y se mantuvo así hasta el XVIII», detalla la delegada, que cita para ofrecer este dato el Catálogo Monumental de la diócesis, recopilado por la historiadora Micaela Portilla.

Las diablas son seres monstruosos arrodillados que sostienen el retablo. Foto: Parroquia San Vicente

Un particular retablo

Además de una cronología uniforme, «el templo tiene una planta diferente a lo que estamos acostumbrados. Es recogida, casi formando una cruz griega». Otro de los detalles que la hacen única es la estructura doble de su altar mayor, con «dos cuerpos con dos altares superpuestos del siglo XVI». El retablo inferior está presidido por una talla de Cristo crucificado y dos imágenes laterales de dos santos de gran devoción en la zona, san Emeterio y san Celedonio. «El retablo alto es plateresco, con gran cantidad de imágenes y relieves policromados. Preside san Vicente y hay muchas escenas del ciclo de la pasión», añade Aréchaga. Como curiosidad, en el retablo aparecen cabezas talladas de hombres y mujeres con indumentaria de la época «que no sabemos a quienes corresponden, y sosteniendo el conjunto en los extremos están las diablas, monstruos arrodillados que sostienen el retablo y lo apean del suelo».

Cabezas de hombres y mujeres con indumentaria de la época. No se sabe con certeza quiénes son. Foto: Parroquia San Vicente

«La asociación cultural Uralde realizó en 2003 una publicación para dar a conocer su patrimonio religioso insertado con las tradiciones locales», añade la delegada. «Quiero destacar este esfuerzo e interés de los vecinos por dar a conocer la zona». Dentro de este patrimonio, además del templo parroquial, sobresale el tradicional Levantamiento del mayo, un acto que consiste en levantar y colocar el haya más grande y recta del monte en un extremo del pueblo. En el tronco se colocan el corporal del Jueves Santo, una cruz de cera, un pañuelo blanco, dos espadas de madera en forma de aspa y una veleta. El árbol permanece allí hasta el 14 de septiembre, cuando es derribado en medio de una fiesta.