La oración perseverante - Alfa y Omega

La oración perseverante

XIX Domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 18, 1-8

José Rico Pavés
Imagen tomada de ‘La Verdad’: semanario diocesano de Pamplona.

Completar el camino que lleva a Jerusalén requiere perseverancia en la oración. No es posible abrazar sin condiciones la voluntad del Padre si no existe comunión gozosa con Él. Jesús lo sabe y pide a sus discípulos que oren sin desfallecer. En la oración continua encontrarán los hijos de Dios el aliento de vida que sostiene su peregrinar en este mundo. La oración perseverante es el presupuesto de la libertad de los hijos de Dios, la brisa leve que sostiene la llama de la caridad, la luz suave que mantiene limpia la mirada ante la belleza que reclama asombro sin mengüa, el baluarte seguro que custodia la esperanza, el descanso del corazón en la escuela del Corazón de Cristo, el empuje que da vigor a la palabra proclamada en nombre del Señor, el escudo que frena el golpe del Tentador, el abono que hace buena la tierra para que, al recibir la semilla, produzca el ciento por uno. Tan importante es orar siempre sin desanimarse que Jesucristo, de muchas maneras, enseña a sus discípulos cómo deben cuidar la oración. En el Evangelio de este domingo, Jesús nos propone una parábola para superar el desánimo y mantener la perseverancia al orar.

En la parábola del juez injusto y de la viuda inoportuna, el Señor se sirve de fuertes contrastes para que descubramos el poder de la oración persistente. El primer contraste se descubre entre los protagonistas del relato: por un lado, el juez, revestido de poder, a quien corresponde dictar justicia, decretar sentencias de vida o de muerte; por otro lado, una viuda, desamparada en la sociedad de entonces por su condición de mujer y por haber perdido a su marido; a los ojos del mundo, el juez es poderoso, mientras que la viuda está indefensa. El segundo contraste se establece entre la maldad del juez, cruel con sus semejantes e impío ante Dios, y la importunidad de la viuda que, a tiempo y a destiempo, persevera en su petición; la maldad parece insuperable y la constancia inútil. El tercer contraste muestra el resultado de la perseverancia: si grande es la maldad del juez inicuo, mayor es la bondad de la súplica constante. La petición presentada con insistencia doblega las estimaciones humanas: la viuda indefensa es más fuerte que el juez malvado; la oración constante supera la impiedad de los malos; hasta de un juez injusto se puede obtener misericordia. La viuda es alabada por la tenacidad con que ruega al juez inicuo. Gracias a su tesón, el juez acaba mostrando misericordia. Tal es la fuerza de la oración perseverante: la iniquidad e impiedad del juez son vencidas por la insistencia de la viuda que obtiene compasión donde antes había maldad.

Lo que Jesús nos recomienda en la parábola no es que prolonguemos la oración con muchas palabras, sino que perseveremos al orar. Se presenta entonces el cuarto y último contraste: si el juez malvado acaba administrando justicia gracias a la insistencia de la viuda, ¡cuánto más el Padre misericordioso derramará su bondad sobre quienes le suplican día y noche! Quienes oran sin interrupción preparan su corazón para recibir cuanto el Padre concede. La parábola concluye con una invitación a la vigilancia: la oración perseverante y la fe se reclaman. Necesaria es la certeza de la fe para mantener la esperanza y perseverar en la oración; necesaria es la oración perseverante para sostener la fe.

XIX Domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús les decía a los discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar sin desfallecer.

«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme».

Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».