La obra escondida de Bernini cumple 350 años - Alfa y Omega

La obra escondida de Bernini cumple 350 años

El tabernáculo de la capilla del Santísimo en la basílica de San Pedro, en el Vaticano, es fruto de la profunda piedad del artista en sus últimos años

Antonio R. Rubio Plo

El 7 de diciembre de 1598 nació en Nápoles Gian Lorenzo Bernini, uno de los mayores representantes del arte barroco, unido para siempre a la ciudad de Roma y a la culminación de la basílica de San Pedro. Existe un Bernini de la monumentalidad, de las fuentes, los edificios y las esculturas, en el que parece estar presente aquella frase atribuida al artista en una conversación con Luis XIV: «No me habléis de nada que sea pequeño». Sin embargo, Bernini cultivó también otro tipo de grandeza, inserta en su fe cristiana, que le llevó en los últimos años de su vida a una profunda piedad. Su hijo Domenico atestiguó en una biografía que su padre diariamente oía Misa, visitaba el sagrario, rezaba el rosario, leía el oficio de la Virgen y recitaba salmos penitenciales.

Al cumplir los 76 años, Bernini terminó una gran obra, aunque de pequeño tamaño, diseñada más que labrada por sus manos: el tabernáculo de la capilla del Santísimo Sacramento en la basílica de San Pedro. Está a punto de cumplir 350 años y sigue siendo poco conocida. Los turistas y curiosos no suelen detenerse ante ella, pues una cortina cubre la capilla situada en la parte derecha de la basílica. Un letrero advierte a los que pasan que solo se puede acceder para rezar y que no se permite tomar fotos. La cortina nos causa la sensación de que entramos en el santo de los santos, como en el templo de Jerusalén, si bien allí solo podía acceder el sumo sacerdote. Esa sensación se ve confirmada por la presencia de dos ángeles de bronce dorado y de colosal tamaño situados a ambos lados del tabernáculo; los ángeles como custodios de la divinidad, presentes en las citas bíblicas sobre el arca de la alianza, el templo de Salomón y el futuro templo del que habla Ezequiel. No son ángeles terribles, como el de las puertas del Edén, sino ángeles de la sonrisa, arrodillados en actitud de adoración. El ángel de la izquierda mira al tabernáculo con las manos juntas y con un rostro que se deleita en la contemplación. En cambio, el ángel de la derecha apoya sus manos en el pecho, como si quisiera hacer hablar a su corazón, y sonríe con la mirada dirigida a los fieles que rezan en la capilla. Los dos ángeles invitan, cada uno a su manera, a adorar a un Dios presente y a la vez escondido. De la invitación al recogimiento da también idea que el techo de la capilla sea más pequeño que el del cuerpo de la basílica. El conjunto resulta mucho más expresivo que el proyecto inicial de Bernini de cuatro ángeles que sostenían en el aire el tabernáculo.

Autorretrato de Bernini

Autorretrato del escultor. Foto: Galleria Borghese.

El modelo del tabernáculo, de cuatro metros de altura, es el templete circular de Bramante, hecho para conmemorar el martirio del apóstol Pedro. Esta referencia va también dirigida a sus sucesores, pues desde hacía casi medio siglo estaba pendiente el proyecto, que tuvieron en mente tres Papas, de habilitar una capilla para el Santísimo Sacramento. Uno de esos Papas, Clemente X, lo llevó a término, y en la cúpula que remata el templete se pueden ver las estrellas doradas de la familia Alfieri, a la que pertenecía el Pontífice. Sobre la cúpula, materialización del espacio total y alegoría del universo, se eleva la figura de Cristo resucitado, inseparable de su triunfo en la cruz que lleva en su mano izquierda. La cúpula sobre el tabernáculo realza la gran paradoja del cristianismo: el Dios al que el universo no puede abarcar está encerrado en aquel lugar por amor a los hombres. Cabe resaltar de nuevo el papel de los ángeles en este tabernáculo, que contiene 16 pequeñas estatuas. Otro expresivo detalle de aquel teólogo y escultor que fue Bernini, deseoso de evocar la Jerusalén celestial de la que habla el Apocalipsis.

Disputa por el lapislázuli

Con todo, hay otro detalle que da prestancia al tabernáculo: su decoración con lapislázuli. Clemente X lo había pedido así y hubo que conseguirlo a alto precio en el mercado de Nápoles. Pero la talla no la hizo Bernini ni por su edad ni por su experiencia. El artista sabía, sin duda, tallar el mármol, pero en aquella ocasión tuvo que contar con la ayuda de una mujer experta en el lapislázuli, alguien capaz de trabajar la piedra y unir los diversos fragmentos hasta conseguir un efecto de equilibrio y de homogeneidad. Se llamaba Francesca Bresciani. Ella tenía una familia que mantener y escribió al cardenal Massimo, supervisor de las obras, quejándose de que Bernini le había pagado menos de lo estipulado tras dos años de trabajo. Sus estipendios ascendían a 1.940 escudos, aunque solo se le abonaron 734.

La mujer alegó no solo la falta de destreza del escultor sino también su incapacidad para distinguir el auténtico lapislázuli. El cardenal le dio la razón y el maestro tuvo que aflojar la bolsa. Esta anécdota demuestra que nadie, ni siquiera Bernini, debería separar la espiritualidad de las realidades cotidianas.