La muerte es un misterio - Alfa y Omega

La muerte es un misterio

Sábado de la 7ª semana de Pascua / Juan 21, 20-25

Carlos Pérez Laporta

Evangelio: Juan 21, 20-25

En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».

Os enviaré el Espíritu de la verdad —dice el Señor—; él os guiará hasta la verdad plena. Al verlo, Pedro dice a Jesús:

«Señor, y este ¿qué?». Jesús le contesta:

«Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme».

Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?». Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero.

Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir.

Comentario

Acaba de decirle a Pedro cómo debe morir, cuando aparece Juan, el preferido de Jesús. Entonces Pedro se interesa por su destino: «Señor, y este, ¿qué?». La respuesta de Jesús indica que vio en las palabras de Pedro una cierta envidia, que Pedro se comparó con Juan: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme». Pero la comparación no es ni sobre las funciones ni sobre el poder, sino sobre el destino. ¿Por qué uno debe morir antes y otro después?

Esta pregunta nos sobrecoge a todos, porque la muerte casi siempre nos parece inoportuna. Incluso hay ocasiones en las que parece obvio que la muerte haya llegado demasiado pronto. Ayer murió en Barcelona una profesora de 46 años de forma repentina, dejando hijos adolescentes. ¿Cuál es el sentido de la muerte de esta mujer cuando hay tantas personas que casi le doblan en edad y, queriendo marchar, no mueren?

Mi amigo Marcos murió a la semana de entrar al seminario, en un accidente de moto. Muchos, viendo su amor por Cristo y su entrega, corrieron el riesgo de reducir con rapidez el sentido de su muerte a lo que ellos podían entender: Cristo se lo había llevado porque ya era santo, dijeron algunos. Yo no sé lo que Cristo pensó, pero lo que me parece claro es que el chico que se saltó el ceda no era un títere trágico del poder divino.

La muerte es un misterio. Y ese seco «¿a ti qué?» de Jesús nos marca el terreno sagrado del sentido del misterio: no nos toca a nosotros saber demasiado al respecto. Pero si no nos corresponde aclarar las causas últimas de cada muerte, sí nos permite Jesús sabernos en sus manos: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme». Jesús tiene poder sobre la historia, aunque la historia tenga su autonomía. No podemos saber por qué Jesús permite unas cosas y otras no, pero al seguirle y estar junto a Él en nuestras tragedias podemos sabernos con certeza en las manos de Dios: toda la historia tendrá sentido, y las lágrimas de nuestros ojos serán enjugadas; porque Cristo es el Señor de nuestra historia, que todo lo reconduce para nuestra salvación.