La mozarabía «venimos a proclamar nuestra fe»
Por cuarta vez en la Historia, se celebró, el sábado 28 de mayo, una Misa en rito hispano-mozárabe en el Altar de la Cátedra de San Pedro, de la basílica vaticana. El Papa Francisco envió un mensaje, en el que pidió a los toledanos conservar «ese antiquísimo rito», recibido de «comunidades valientes y creativas, que han sabido preservar su identidad cristiana aun en condiciones difíciles y hostiles»
Es un deber «mantener vivas las raíces por las que el mensaje de Cristo nos ha llegado», y «entre ellas, se encuentra ese antiquísimo rito, que manifiesta no sólo la riqueza litúrgica con la que, desde hace siglos, se han expresado los discípulos de Jesús, sino también el testimonio de comunidades valientes y creativas, que han sabido preservar su identidad cristiana en condiciones difíciles y hostiles, y son un ejemplo para nuestros días», se lee en el Mensaje enviado por el Papa a los participantes en la Misa, presidida por monseñor Braulio Rodríguez, y concelebrada por varios cardenales, arzobispos y obispos, y más de cien sacerdotes. Entre los participantes, destacaba la presencia del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, y del embajador español ante la Santa Sede, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga.
En la homilía, el arzobispo de Toledo evocó la mañana del 28 de mayo de 1992, cuando san Juan Pablo II celebró la Misa de la fiesta de la Ascensión del Señor en este venerable rito. Monseñor Rodríguez Plaza recordó también unas palabras en Roma de su antecesor, el cardenal Marcelo González: «Venimos porque queremos proclamar nuestra fe». Y añadió: «Hoy nos anima el mismo deseo, pues nuestra fe es católica, y la revivimos cantando y recibiendo del Papa Francisco el aliento de aquel en el que hoy vive Pedro, presidiéndonos en la caridad».
La primera ocasión en que se celebró la Misa mozárabe en la basílica papal fue durante el Concilio Vaticano II, en 1963. En aquella ocasión, fue presidida por el obispo auxiliar de Toledo, monseñor Anastasio Granados. La vez siguiente fue en 1992, con Juan Pablo II. A ésta le siguió otra Misa durante el Jubileo del año 2000, presidida por el cardenal Francisco Álvarez.
Los avatares históricos del rito
Monseñor Braulio Rodríguez hizo referencia a los últimos acontecimientos de este venerable rito en la historia de la Iglesia en España: «Muchos han sido los avatares por los que ha pasado el rito hispano-mozárabe. Gracias al Vaticano II, gracias al cardenal Marcelo González Martín y a cuantos le ayudaron a poner de nuevo en disposición de celebrar el venerable Rito, en Toledo y en toda España, hoy, con la aprobación de la Santa Sede y la Conferencia Episcopal Española, podemos nosotros gozar de la Eucaristía celebrada con esta expresión litúrgica del rito hispano-mozárabe».
Durante los primeros diez siglos de la historia de España, éste fue el único rito litúrgico. Tanto los hispano-romanos como los visigodos y los cristianos sometidos por el Islam vivieron y celebraron la fe usando estas mismas oraciones y plegarias.
Toledo, lugar central del rito
El Papa Gregorio VII decidió unificar la liturgia en toda la cristiandad europea, y para ello extiende el rito romano. Así tuvo lugar la desaparición del rito hispano en los reinos cristianos de la Península Ibérica, salvo en los territorios ocupados por el Islam. En este momento comenzaría a llamarse rito mozárabe, porque era el nombre con el que eran conocidos los cristianos sometidos al poder musulmán. Toledo se convirtió en lugar central de presencia de mozárabes, y así, cuando Alfonso VI reconquista la ciudad, a pesar de las presiones por abolir el rito antiguo, se consigue mantener el rito mozárabe, con la solución de que sólo fuera en seis parroquias de la ciudad. De esta manera, permanecieron un número de familias conservando la mozarabía, pasando de padres a hijos hasta hoy.
¿Qué hace especial este rito?
En la liturgia mozárabe, cobra especial relevancia el diálogo entre la comunidad que celebra y Jesucristo, Señor y Salvador. Sobresale la repetición constante por parte de la asamblea de las palabras Amén y Aleluya, como ocurre, por ejemplo, con la recitación del Padrenuestro. Otro de los aspectos relevantes es la vivencia de la comunión entre el cielo y la tierra. Y no pasa desapercibida la fracción del Pan en nueve partículas o trozos, que evocan los principales misterios de la Vida de Nuestro Señor.
El número de lecturas es de tres cada día y cuatro en días y tiempos penitenciales; la fórmula de oración universal son los Dípticos, y éstos, unidos al Rito de la Paz, antes de comenzar la Plegaria eucarística.