A sus 40 años el actor, director y dramaturgo bonaerense Claudio Tolcachir (La omisión de la familia Coleman) suma un nuevo éxito a su intensa, prolífica y multidisciplinar trayectoria tras ser ahora el máximo responsable de la pieza teatral La mentira, ocurrente libreto del novelista parisino de 37 años, Florian Zeller -premio Molière en 2011-, versionado por el director de cine y guionista español David Serrano (Días de fútbol).
La mentira sigue los pasos de Alicia (Natalia Millán), quien sorprende a Miguel (Armando del Río), marido de su mejor amiga, Laura (Mapi Sagaseta), con otra mujer la misma noche que van a cenar con la pareja. Mientras su marido, Pablo (Carlos Hipólito), insiste en que no cuente el secreto, Alicia se ve ante el dilema de decir la verdad o callarse, asunto que afectará a ambos matrimonios en un juego de mentiras y verdades, confidencias e infidelidades.
La mentira, pues, va desbrozando poco a poco estos asuntos, entrando al trapo de los temas más espinosos con elegancia y criterio, a partir de las consignas elementales en estos casos: ¿Me ha sido infiel?, ¿he de decirle a mi amiga que su marido está con otra?, ¿se lo cuento a él? La obra es un auténtico tratado sobre la vida conyugal. ¿Dónde nos lleva la verdad y la mentira dentro del matrimonio? Cada mentira que se cuenta tiene una consecuencia dentro de la relación que no tendrá vuelta atrás y solo se podrá arreglar con otra nueva o, lo que puede ser peor, con una verdad que resulte más convincente…
Vaya por delante que La mentira no sentencia nada ni es moralizante. En todo caso sugiere que el espectador pueda hacerse preguntas al salir de la sala. No para que empiece a dudar de su relación y de su pareja -dado que esa no es su intención- sino para certificar que hay muchos modos y maneras de presentarse ante la vida en una ocasión determinada. Desde ese punto de vista, el libreto ofrece un dechado riquísimo de fórmulas para manejar el lenguaje y de interpretar ese lenguaje en clave de comedia sin que nadie pueda sentirse ofendido. Es decir, no se trata de una comedia que enmascare con el género lo tremendo que supone que tu otra media naranja te ha sido infiel. Y desde ese punto de vista, el trabajo de David Serrano en la adaptación resulta claro y límpido.
Tampoco es propósito de La mentira lanzar un carrusel de ideas cogidas de aquí y de allá, mezclarlas y a ver qué sale. Tolcachir sabe bien qué palos quiere tocar, y podría perfectamente haberlo hecho en otro contexto que no fuera el de la pareja y las infidelidades, dado que, como exponemos aquí la clave está en saber si contar mentiras a medias sirve de algo o si es más útil lanzarse a la piscina y decir de golpe la verdad, a sabiendas de lo doloroso que puede resultar para el otro conocer esa verdad, se camufle del modo que sea. En este sentido La mentira facilita ese choque de juegos de palabras, de trucos semánticos, de ironías y otros gazapos gramáticos para así poder esquivar las respuestas comprometedoras cuando el asunto interpela a otra pareja. De ahí que la comedia sea sincera y el mundo de las apariencias resulte un elemento sustancial al tratado.
A todo este ditirambo social contribuye positivamente que las identidades de cada uno de sus personajes estén muy marcadas y a su vez den paso a situaciones rocambolescas, resueltas con verdadero ingenio por Tolcachir, tanto desde el punto de vista estético, como artístico e interpretativo. De hecho, la escena se desarrolla en el salón de una casa moderna, con un comedor, un sofá, una barra de bar que hace de mostrador y guarda algunas botellas para paladares refinados -en un claro homenaje a la película Encadenados, pues no en vano la comedia despliega un tono de suspense constante, no tanto al estilo de las películas que hablan sobre él- y un gran espejo a través del cual se trasladan los actores a los que vemos como figuras difusas, descompuestas, desfiguradas, en ese trajín permanente de declaraciones a medias que les dan a sus protagonistas el oxígeno para seguir viviendo. Aunque sea con demasiado estrés mental, todo el mundo parece feliz y sentirse realizado.
Y eso sí, para conseguir una interacción que combine todo a la perfección y el engranaje funcione sin chasquidos, la comedia necesitaba que la sirvieran cuatro actores de raza, cuatro actores que conocieran bien el oficio para soportar el peso de sus personajes. En este sentido, el equipo actoral al completo confirma su capacidad suficiente para empatizar con el espectador y, lo que es más difícil, que fluya la química interpretativa entre ellos durante la hora y media que se representa el espectáculo sin descanso.
En resumen, Tolcachir triunfa con este brillante trabajo, dinámico, bien llevado y dirigido, que el respetable agradecerá por todas las virtudes antedichas. Un lujo de actores y de intenciones.
★★★★☆
Teatro Maravillas
Calle de Manuela Malasaña, 6
Bilbao, Tribunal
Hasta el 6 de noviembre