El 28 de julio se cumplirán 280 años de la muerte de Vivaldi (Venecia, 1678 – Viena, 1741). Compositor y violinista, sacerdote y profesor, lo llamaban «el padre pelirrojo». Influyó en Bach. Sentó las bases de uno de los géneros barrocos por excelencia: el concierto. Compuso más de 400 obras. Habría que añadir 46 óperas. Entre toda su creación, destaca por derecho propio el grupo de cuatro conciertos titulado Las cuatro estaciones (1721). Escuchemos El verano en este día estival.
Ramón Andrés ha publicado en Acantilado una joya que todo melómano debe apresurarse en adquirir: Filosofía y consuelo de la música. Su lectura enriquecerá este año vivaldiano y estas tardes estivales. En sus más de 1.150 páginas, Andrés viaja por la historia de la música siguiendo los pasos que Boecio dio en la filosofía. Nuestro autor es enciclopédico y nos ofrece un extraordinario recorrido por el pensamiento musical y filosófico desde los presocráticos hasta Kant.
Seguimos con El verano. Leemos a Andrés, que cuenta cómo «escuchar la naturaleza remite instintivamente a cuanto fuimos, es un modo de oír a los antepasados, la manera de tenerlos por unos iguales, el medio de retornarlos». Esta pieza nos ha acompañado toda la vida. No hay clase de música sin estos conciertos, que llevan sonando tres siglos, desde que Michel-Charles Le Cène los publicase, en 1725, en Ámsterdam. Podría decirse que los que habitan el pasado restituyen una escena perdida hace mucho, «cuando nos sentíamos capaces de estar atentos a otras formas sensitivas y todavía no habíamos reducido la existencia, el conocimiento, a una sola y circunscrita mirada», nos dice nuestro escritor.
Es cierto. La música tiene ese poder de reunirnos con otros por encima del espacio y del tiempo. Estos conciertos han sobrevivido al declive de la Serenísima República, a las Guerras Napoleónicas, a las revoluciones y las utopías fracasadas, al horror del siglo XX. Gracias a ella hacemos memoria, recordamos quiénes somos, y, en cierto sentido, volvemos al origen: al Bien, la Verdad, la Belleza.
Está terminando el primer movimiento –Allegro non molto (en sol menor)– del verano. Yo sigo leyendo este libro, que dedica todo un capítulo a san Agustín. Es una compañía deliciosa para esta tarde de canícula. Que este tiempo de luz y calor les sea propicio.