Los contemplativos, como los místicos, se asoman al misterio de Dios, atisban sus maravillas, gozan de sus confidencias, saborean su intimidad. Las personas contemplativas están llamadas a irradiar a Cristo, que es la Luz del mundo. Los monjes y monjas, a través de la contemplación, entran en contacto con la luz de Cristo. La oración les hace particularmente transparentes a Dios. Un contemplativo que sube a Dios por la oración, baja luego del monte, como Moisés, con la piel de su rostro radiante por haber hablado con Él.
El alma elevada a Dios es iluminada con su luz inefable, dice san Juan Crisóstomo; y puede entregar a los demás lo contemplado, escribe santo Tomás de Aquino.
Quien ora bien dice siempre palabras sencillas y claras, como participando de la transparencia de Dios.
La contemplación es luz de la nueva evangelización. Los contemplativos evangelizan con lo que son, más que con lo que hacen. Su propia vocación y consagración son ya instrumento de evangelización
Lo más esencial de la nueva evangelización de los monjes y monjas es mostrar a los demás la belleza de la misma contemplación. Las personas contemplativas nos ayudan a experimentar el misterio insondable de Dios, que es amor; el contemplativo puede exclamar, con san Juan de la Cruz: «Que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche».
El mensaje esencial de los contemplativos se resume en la frase de santa Teresa de Jesús: «Solo Dios basta». Mientras peregrinamos por este mundo, entre luces y sombras, las personas contemplativas nos recuerdan que también hoy Dios es lo único necesario, que hay que buscar primero el reino de Dios, que la vida nueva en el Espíritu preanuncia la consumación de los bienes invisibles y futuros.
En la Jornada Pro Orantibus, damos gracias a Dios por el don de la vida consagrada contemplativa, que tanto embellece el rostro de Cristo, que resplandece en su Iglesia.