La lucha contra las tentaciones
Ier Domingo de Cuaresma / Evangelio: Lucas 4, 1-13
Comenzamos la Cuaresma: es el inicio de nuestra peregrinación hacia la Pascua del Señor. Celebramos el primer domingo de Cuaresma, un tiempo de cambio y de renovación para el cristiano: sobre todo, un tiempo de lucha contra las tentaciones. Por eso la Iglesia al comienzo de este tiempo nos ofrece el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, que según Lucas estarán siempre presentes en su vida, hasta el final (cf. Lc 23, 35-39).
Las tentaciones en el Evangelio de Lucas prolongan la unción del Señor en el río Jordán (cf. Lc 3, 22), es decir, la venida del Espíritu sobre la humanidad de Jesús para convertirlo en el misionero oficial, directo e inmediato del Padre. De este modo, el Espíritu empuja a Jesús al desierto, lo va llevando, lo conduce. ¡Qué lugar tan particular! El desierto es la soledad: por un lado el desamparo, pero por otro la posibilidad de identificarse sin coacciones. Es la afirmación de la libertad personal y del encuentro directo con Dios, rompiendo las presiones sociales que nos impiden esa relación. El desierto es peligroso: es soledad, pero es posibilidad de confrontación con Dios. Y la unción de Jesús lo conduce al desierto, es decir, lo lleva al cara a cara con el Padre. Ya sin Juan Bautista, sin ningún discípulo, sin familia, sin pueblo… Cara a cara con Dios.
En este domingo Lucas presenta las tentaciones de Jesús, que, aunque en realidad debieron de ser muchas para Él, se resumen en tres: la tentación de comer, de poseer y de dominar. Es impresionante ver cómo el demonio utiliza la Palabra de Dios frente a Jesús para apartarlo de Dios. Es tan sutil, tan mentiroso, que no se limita a ofrecer el mal, sino que lo muestra con cara de bien.
Así, mientras que para Mateo la última tentación, la más fuerte, es el poder sobre los pueblos (cf. Mt 4, 9-10), para Lucas la cumbre es la tentación a Dios (cf Lc 4, 12). De este modo, el demonio intenta que Jesús tiente a Dios, fuerce su voluntad. Tentar es seducir con engaño y forzar la voluntad del otro, alterarla, cambiarla, mediante ese engaño. La tentación es la manipulación, de tal manera que un manipulador es una persona que, sutilmente, con razones aparentes y simpatía, trata de robarte la voluntad, intenta que llegues a ser lo que tú no eres, busca hacerte andar por caminos que tú no quieres. Eso es lo que el demonio intenta con Jesús.
La manipulación (aunque todos seamos manipuladores de alguna manera, porque intentamos que los demás nos den la razón, sean amigos nuestros, nos quieran) de manera interesada, que intenta cambiar al otro para mal, es diabólica. El demonio es la mentira de manipulación. Robarle la voluntad al otro, alterarle su vida para que haga lo que yo quiero que haga, no es bueno. Es destruir al otro, robarle su identidad, hacer que sea lo que yo quiero que sea. ¿Quién soy yo para eso? ¿Nos damos cuenta de la hondura y del fondo de la tentación?
Es lo que hizo la serpiente con los primeros humanos: los engañó. Eran hijos de Dios, tenían la presencia de Dios, paseaban con Él a la hora de la brisa (cf. Gn 3, 8). Los enfrentó con Dios (cf. Gn 3, 4-5), y al final los destrozó. No solo a ellos, destrozó a toda la humanidad.
La manipulación es algo muy grave, y tiene su origen en el demonio. Pero esta tentación está muy presente en las relaciones humanas, a veces de una manera burda, otras veces más sutilmente. Pero, ¿el ser humano se atreve a tentar a Dios? Sí. El hombre, que por un lado ha rechazado la compañía de Dios, sin embargo ahora le conviene y quiere poner a Dios a su servicio. Es relacionarse con Dios en falso, intentando comprar su voluntad. Así es el hombre seducido por el demonio, ensoberbecido y cegado. Tentar a Dios es lo contrario de la obediencia, que es la apertura a cumplir la voluntad de Dios, no como esclavos, sino como personas libres, sabiendo que esa voluntad no nos manipula, sino que nos hace ser más nosotros mismos.
Dios es amor (cf. 1 Jn 4, 8). Pero el amor es libertad. El amor no fuerza, no obliga. Es gratuito, nace de la libertad: «No te necesito, pero te quiero, y quiero quererte». Eso es el amor, y eso en Dios se cumple plenamente. El amor no pretende nunca cambiar la identidad del otro. Dios no es el tapagujeros de nuestras necesidades, porque Dios nos ha hecho libres. Y si a veces sufrimos más de la cuenta es porque la humanidad se ha separado de Dios, y porque la vida es dura y hay que conquistarla, sabiendo que todo es gracia. Cuando hay que pasar por un valle estrecho hay que hacerlo. Pero pidamos a Dios fortaleza, porque la necesitamos. Pidámosle luz para discernir y poder ver. Pidamos al Señor el «pan de cada día»: que Él nos dé lo que realmente necesitamos para cumplir su voluntad.
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante 40 días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer, y al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra ocasión.