Algunas reacciones provocadas por la carta Querida Amazonia son profundamente reveladoras. Es curioso que personas que se presentan habitualmente como intérpretes del pontificado no hayan concedido en este caso al Papa ni siquiera un pequeño margen de crédito. Francisco ya no es aquel Papa audaz y reformista que ellos glosaban, siempre de manera ideológica, sino que se habría rendido a una serie de poderes oscuros. Llama la atención el modo desinhibido en que reconocen que ellos ya habían determinado cuál era el único puerto aceptable para el camino sinodal: la ordenación de varones casados. Evidentemente esa era una posibilidad, y es cierto que una mayoría de los padres sinodales abogó por ella. Pero como el Papa ha explicado repetidamente, el camino sinodal no se agota en esas mayorías, tiene que contar con el carisma del discernimiento y la autoridad del Sucesor de Pedro. Francisco ha escuchado a todos, ha orado y ha tenido en cuenta los factores buscando el mayor bien para la Iglesia. Y ha decidido no abrir esa posibilidad. Esto es propiamente hacer un camino sinodal, pero para algunos solo hay sinodalidad si se cumplen sus proyectos preestablecidos.
Durante meses el Papa repitió hasta la saciedad que la razón de este Sínodo era dar una respuesta al desafío de la evangelización en aquellas tierras, con todas sus implicaciones de justicia social y ecología integral. Y a eso se orienta Querida Amazonia, sin ceder a ningún tipo de reducción ideológica. Pensar que Francisco se ha rendido al integrismo o al clericalismo es simplemente ridículo; calificar de integristas o clericales a quienes estiman que el celibato es un don precioso que la Iglesia debe preservar es patético, como es inaceptable descalificar a quienes apostaban por la posibilidad de la ordenación de casados. La discusión eclesial sobre este punto proseguirá, y es importante que se desarrolle con la mirada abierta al horizonte total de la Iglesia, y con una caridad dispuesta a acoger con benevolencia las razones de los hermanos.
Francisco ha ejercido una vez más, con libertad, el duro ministerio del apóstol Pedro, y no es de extrañar que eso conlleve la desilusión de algunos que hasta ahora se manifestaban entusiastas. Hoy estos, mañana aquellos. Eso le sucedió también a Benedicto XVI cuando defendió la libertad religiosa o el diálogo con el Islam. Y cómo no recordar el drama vivido por san Pablo VI tras la publicación de su profética encíclica Humanae vitae. La libertad de Pedro es siempre garantía de la libertad de cada fiel cristiano.