«Poner pie en pared», «fuego de campamento guerrillero», son algunas de las locuaces expresiones de Ricardo Calleja en sus habituales artículos en prensa. En ellos comprobamos que tiene una especial virtud para nombrar y para narrar. Ahora, como ha confesado, por admiración y por necesidad, debuta en la poesía. Demuestra que conoce el terreno. Armando Pego nos decía hace unos días en El Debate de Hoy que es un buen lector. No nos sorprende encontrar haikus, sonetos, rima consonante, rima asonante, rima libre, canciones, tipografías poéticas (genial ese «m i n u c i o s a m e n t e» en «Rostro»)…
La virtud antes aludida la comprobamos de nuevo en el título de su primer poemario: Lugares comunes (Ediciones Vitruvio), jugando con el doble sentido de común: compartido y habitual. Ángel Ruiz señala en una reseña de su blog que el poeta entra en campos ya trillados. Pero no por ello dejan de ser fundamentales. Una muestra más de que la apuesta del hombre es por la eternidad. El constante empuje de la poesía a pesar del horror, del absurdo, de la muerte…
«Cuando estoy en Tu Presencia / –que me pone escamas en los ojos / pero no me hace caer de mis caballos / de Troya camino de Damasco– / apenas te sostengo la mirada» («Tu mirá»).
Por eso puede mirar la realidad y celebrar la belleza, que reconoce en algunos reflejos, efímeros, rápidos, que, aunque proceden de algo, son signo de Alguien. Aunque en lo cotidiano, en la rutina se le hayan escapado, siempre hay una relectura del día, donde uno dice ¡ay! ¡ahí estabas!: «Pero confieso / que esto lo escribo / ya en la cama de noche / tras pasar el día / de espaldas al mar y a la montaña, / absorto a la luz de la pantalla».
Y también hay mucho buen humor. Tiene giros que te sacan una sonrisa («Las palmeras son / fuegos artificiales / en pleno día» o cuando nos cuenta de aquella cantante de una banda de jazz que le piropeó por llevar unos pantalones amarillos en Washington Square, en Europa no se había atrevido a llevarlos). Un rasgo que me lleva a pensar en la infancia espiritual que vive Calleja. La conciencia de hijo, que vive de forma natural la dependencia de otros y Otro, y eso le permite jugar con la creación y vivir sabiendo que «y vio Dios / que era muy bueno / todo / lo que había dejado sin / hacer».